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lunes, mayo 14, 2018

Tres libros para enseñar mejor


Aprovecho la llegada del Día del Maestro para recomendarles tres lecturas que han marcado una diferencia notable en mi forma de asumir la actividad a la que desde hace once años dedico mi vida: la educación. Si son padres y/o profesores les aseguro que estas obras les abrirán caminos a destinos desconocidos, pero que necesitan conocer.  
Lecciones de los maestros, de George Steiner (2004)
George Steiner (París, 1929), legendario profesor de literatura comparada y uno de los intelectuales más importantes del último medio siglo hace un recorrido de lo que significa ser maestro desde Sócrates hasta nuestros días, pasando por Jesús, Dante, Nietzsche y la tradición confucianista. ¿Por qué un profesor decide serlo? Y, como alumno, ¿qué sentido tiene asistir a clases en la era Google y Wikipedia? Responde el profesor Steiner: “Ningún medio mecánico, por expedito que sea; ningún materialismo, por triunfante que sea, pueden erradicar el amanecer que experimentamos cuando hemos comprendido a un Maestro. Esta alegría no logra en modo alguno aliviar la muerte. Pero nos hace enfurecernos por el desperdicio que supone porque llega un momento, siempre inevitable, en el que ya no hay tiempo para otra clase”.
Este libro me fue recomendado por Eduardo Díaz, alumno de la primera generación a la que di clases. Desde entonces he leído mucho sobre pedagogía, pero nada con la densidad filosófica desde la que Steiner aborda el tema.
Crear o morir, de Andrés Oppenheimer (2014)
No es precisamente un libro sobre educación, sino sobre innovación. Fue el primero que me puso clara la triste y enfadosa realidad de que en nuestro sistema educativo aniquilamos el sentido de riesgo que implica aprender en serio. Con este libro me di cuenta de lo acostrumbrados que estamos a “formar alumnos” para pasar pruebas que muy poco tienen qué ver con la vida real y cómo los condenamos a la mediocridad al convertirlos en timoratos que buscan certeza y estabilidad prácticamente sin haber vivido. Nos llenamos la boca cacareando las personalidades de Jobs, Gates, Zuckerberg y Branson… pero a la hora buena los formamos con el molde del Godín bien remunerado.
Este libro me lo recomendó también un exalumno, Diego Lara, una tarde que acudió a mi oficina para relatarme una crisis vocacional que atravesaba entonces. “Siento que no estoy aprendiendo nada en la universidad, que estoy perdiendo el tiempo”, me dijo. Leí el libro y lo entendí perfectamente.
Los bárbaros, de Alessandro Baricco (2009)
Este libro llegó a mis manos gracias a mi colega Claudia Magos. En él, Baricco analiza con muy altos vuelos literarios la brecha abierta entre jóvenes y adultos. Habla de la facilidad con la que los segundos calificamos a los primeros despectivamente (de “bárbaros”, en su acepción de "incivilizados", poco menos que salvajes). Pero sobre todo habla de lo mucho que perdemos cuando nos conformamos con esas etiquetas fáciles. Cuando escribió el libro, Baricco rebasaba ya la cincuentena, pero no se conformó con el cliché fácil de cargar contra la generación de Snapchat e Instagram. En vez de eso, intentó algo más digno de un profesor y padre inteligente (y bastante más difícil): comprenderlos. Su texto no concluye con la certeza falsa de "entender a los jóvenes", sino con la valiosa invitación a intentar hacerlo. Es un ensayo brillante y, desde mi perspectiva, nitroglicerina pura para muchas ideas dañinas pero muy cómodas que siguen vivitas y coleando entre profesores y padres de familia.  

lunes, mayo 07, 2018

Lo que todo gran profesor sabe


Esto es lo que todo gran profesor de hoy día ya sabe:

  • Que no es necesario "cubrir" todo el temario, ni siquiera cumplir con todos los estándares de aprendizaje por igual. Saben priorizar y relativizar la importancia: algunas cosas requerirán dos semanas, y otras, dos frases.
  • Que no es necesario perder el tiempo dando la misma lección a toda una clase al mismo tiempo. Son capaces de encontrar la manera de que cada alumno esté haciendo una cosa diferente y apropiada.
  • Que tienen que recurrir a la tecnología para conseguirlo. Los mejores profesores lo llevan al máximo y dejan que los alumnos trabajen los detalles ellos solos, haciendo lo que más les gusta al tiempo que se aseguran de que todo el mundo entiende bien todo. 
  • Que obtienen mejores resultados de los alumnos cuando los desafían y les piden que los sorprendan.

Los mejores profesores son conscientes de que tienen que incluir en su forma de enseñar un gran número de destrezas que son imprescindibles para triunfar en el futuro y que no están incluidas en los planes de estudio actuales.

Todos los grandes profesores que conozco piensan constantemente en esas destrezas y buscan cómo contribuir a que los alumnos las adquieran. Pero no les vendría mal un poco más de ayuda. Tenemos que brindárselas. Una de las mejores maneras de ayudar sería borrar casi todo lo que forma el plan de estudios actual y asegurarnos de que los alumnos comprenden lo esencial, algo que ocurre muy rara vez.

En esto consiste el cambio del papel de los profesores en la era de la tecnología: en pasar de ofrecer y explicar contenidos a proporcionar las destrezas humanas que las máquinas no pueden proporcionar, entre las que se incluyen el respeto, la empatía, la motivación y el fomento de las pasiones de los alumnos. 

Mark Prensky en El mundo necesita un nuevo currículo (SM de Ediciones, 2017).   

domingo, mayo 07, 2017

#EnMangasDeCamisa 20

El vigésimo episodio #EnMangasDeCamisa incluye una celebración del Día del Maestro con tres profes de Liga Mayor: Walter White (Breaking Bad), John Keating (Sociedad de los poetas muertos) y Merlí (de la serie de TV del mismo nombre).

Las ideas musicales son de DJ Batman y Saúl Hernández. 

¡Muchas gracias por escuchar y compartir!

Escucha"En Mangas De Camisa 20" en Spreaker.

lunes, mayo 16, 2016

En Mangas de Camisa 02


Llegamos al principio de semana en pleno cierre de semestre. :-) En esta ocasión el podcast está dedicado a los profesores; incluye un recuerdo en memoria de Ernesto Fristche y recomendación de The Ranch, nueva serie producida por Netflix. Las ideas musicales son de The Dandy Warhols, Rita Lee y La Internacional Sonora Santanera (sí, leyeron bien, jaja). 

Como siempre, les agradezco de antemano su complicidad y sus comentarios. ¡Que lo disfruten!

martes, enero 27, 2015

Consejos para la motivación adolescente

Algunos consejos a padres y profesores sobre motivación en el ámbito de la educación adolescente:

1. Sobre los deberes para casa, los docentes deben hacerse las siguientes preguntas: ¿Estoy ofreciéndoles alguna autonomía sobre cómo y cuándo hacer ese trabajo? ¿Promueve este trabajo el dominio, ofreciendo algo nuevo, que estimule su interés, en oposición a la reformulación de memoria de algo ya aprendido en clase? 
¿Entienden mis alumnos la finalidad de este trabajo, es decir, se dan cuenta de que hacer esta actividad en casa contribuirá al objetivo final en que se ha centrado la clase?

2. Intente dedicar un día a realizar un proyecto elegido por cada uno (el veinte por ciento de tiempo de Google). [1]

3. Considere que las notas que sirven para dirigir el proceso son más importantes que las notas de evaluación. Conviene que los alumnos hagan una lista de sus objetivos y ellos mismos evalúen si los van consiguiendo.

4. Déle a sus hijos una paga y algunas responsabilidades, pero no mezcle ambas cosas.

5. Elógiele de forma adecuada. Dweck [2] recomienda:
  • Elogia el esfuerzo, la estrategia, no la inteligencia.
  • Haz elogios concretos por algo que haya hecho.
  • Hazlos en privado.
  • Elogia sólo cuando hay un motivo.

6. Ayude a los niños a que tengan una visión global. A menudo no saben por qué hacen las cosas. Sea lo que sea lo que estén haciendo, deben saber responder a las preguntas: ¿para qué estoy haciendo esto? ¿Qué importancia tiene para el mundo en que vivimos?

Del libro El talento de los adolescentes, de José Antonio Marina (2014).

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[1] Se refiere a la idea según la cual los empleados de la empresa deben dedicar uno de cada cinco días de trabajo, el veinte por ciento de su tiempo, a proyectos propios, no ligados a su labor en la empresa. 
[2] Marina se refiere a Carol Dweck, psicóloga a quien entrevistó para su libro.  

viernes, enero 23, 2015

Manifesto 15

Comparto la liga al Manifesto 15, una iniciativa de varios profesores de distintas partes del mundo que enuncia con prístina claridad los retos y oportunidades de la educación presente y futura. 

Si se dedican a la educación, en cualquiera de sus vertientes, es un material de reflexión obligada. Si no, es útil para enterarse de cuáles son los asuntos a los que los profesores del mundo estamos dedicando más tiempo y esfuerzo (ojalá también talento y creatividad). ;-)

miércoles, enero 01, 2014

Profes de a deveras


No me haré el durito diciéndoles que nunca me gustó La sociedad de los poetas muertos (Weir, 1989). De hecho durante muchos años fue una de mis películas favoritas, y aun hoy considero que contiene un mensaje entrañable. 

Pero, si sigo siendo afortunado, este año que recién inicia cumpliré siete de dar clases y por lo tanto pienso que puedo corroborar con cierta autoridad que la realidad es muy distinta a la ficción que nos pintan las películas de Hollywood.

Hace algunos meses, gracias a una entrañable ex-alumna, descubrí Detachment (Kaye, 2011), filme que muestra a un profesor disfuncional y pone sobre la mesa varios cuestionamientos en torno al sentido que tiene (o no) dedicarse a la docencia.

Hoy encontré este texto en la formidable revista The Atlantic, de la que soy suscriptor desde hace algunos meses. No puedo estar más de acuerdo con Joshua John Mackin, el autor, acerca del daño que hacen las películas tradicionales (por llamarlas de algún modo) al retratar la profesión docente como una en la que basta con "poner atención a los niños" para que las cosas salgan bien. La verdad es que casi nunca es suficiente llegar con una "actitud positiva" al salón para que tus alumnos te aprecien y pongan atención. Tampoco bastan los discursos motivacionales ni la radical ruptura de paradigmas. Todo eso ayuda. Pero no es suficiente.      

La película mencionada en el texto de Mackin, Bad Teacher (Kasdan, 2011), retrata a una profesora de las que yo he dado en llamar chambistas (o sea, que dan clases mientras sale algo mejor) y que, desde luego, no es modelo a seguir. La profesora Halsey, encarnada por Cameron Diaz, forma parte de un sistema escolar perverso en el que el aprendizaje de los alumnos se mide a través de pruebas estandarizadas y la mejor profesora es la que más eficazmente finge ser "buena y simpática" y que detesta con rabia a la profesora nueva (y no tan "buena") que llega a la escuela a agitar el avispero (entre otras cosas). Son éstas condiciones mucho más reales del trabajo docente, en el que tan mal salen las cosas cuando piensas que es algo fácil (una de las "técnicas didácticas" preferidas de Halsey es poner películas a sus alumnos) como cuando actúas asumiendo que debes ser una especie de superhéroe que debe controlarlo todo (y a todos) para garantizar los resultados que piden los jefes.  

Hay muchos elementos que hacen del trabajo del profesor algo maravilloso, pero será siempre un error definir esa profesión mediante lugares comunes que, aunque posiblemente bien intencionados, poco honor hacen al trabajo de a deveras que se debe hacer (con alumnos, colegas, padres de familia, directivos, etc.) para poder aspirar al título de profe

Ya habrá ocasión de ahondar más sobre este asunto. Por lo pronto les recomiendo Bad Teacher. Incluso si su trabajo no es docente, la película es aceptablemente divertida. 

miércoles, mayo 22, 2013

Más respeto, por favor


Deberíamos educar personas capaces de hacer cosas nuevas y no sólo de repetir lo que otras generaciones hicieron.- Jean Piaget

Es una verdad de Perogrullo decir que no hay nada nuevo bajo el Sol. El terreno educativo no es la excepción. A Sócrates, por ejemplo, le sorprendería el revuelo causado por el constructivismo en el siglo XX. Si creemos a Platón, casi 2500 años antes de Glasersfeld y compañía ya había alguien que procuraba que sus discípulos construyeran por sí mismos los andamiajes de su conocimiento.
Hay sin embargo una aportación valiosa y aparentemente auténtica en el siglo XX. Es la de un psicólogo que no basó su carrera en la impartición de clases y desarrolló la mayor parte de su trabajo hace medio siglo. Me refiero a Jean Piaget
Desde la soberbia posmoderna, puede pensarse que este pedagogo suizo ha sido superado, pero basta darse una vuelta por la mayor parte de las aulas mexicanas para darse cuenta de la sorprendente (y en muchos casos también triste) actualidad del legado piagetiano. Uno pensaría, por ejemplo, que por lo menos desde que Piaget advirtió contra el “adultomorfismo” de los niños, éstos ya habrían ganado el respeto intelectual de sus padres y profesores. ¿Respeto intelectual a los niños? ¡Pero qué van a saber los críos! 
Escribe Emilia Ferreiro, cuya tesis doctoral fue dirigida por Piaget:
El niño que Piaget nos invita a interrogar no es un receptáculo sino una fuente de conocimientos. Parece que dice cualquier cosa. Pero hagamos la hipótesis inversa. Desde el punto de vista heurístico, es mucho más rentable suponer que todo lo que dice el niño, todo lo que hace, cuando habla o cuando se calla, está motivado. Busquemos el sentido de sus palabras y de sus silencios. Y sobre todo olvidemos por un momento que nosotros “ya sabemos” las respuestas: finalmente las respuestas interesan menos que el camino para llegar a ellas. (Ferreiro, 2004, p. 23)   
En esta idea subyace una forma completamente revolucionaria de asumir la actividad educativa: los niños no son “adultos pequeños” en espera de que les enseñemos a comportarse, pensar y aprender “como debe ser”.
Para interrogar al niño al modo de Piaget hay que recuperar la curiosidad frente a lo desconocido: la frescura de decirle “no entiendo nada, explícamelo de nuevo”; el deseo de compartir las razones de un modo de razonar, de recorrer nuevamente los senderos de los primeros descubrimientos (senderos que ya no podemos recorrer por introspección) (Ferreiro, 2004, p. 23)
Y, ojo, se trata de un respeto intelectual, no afectivo. No se respeta al niño sólo porque es niño (pequeño, tierno, carne de mi carne, etcétera) se respeta además y sobre todo porque es inteligente y creador.
Al menos en un par de ocasiones le he escuchado al Dr. David Garza, rector del ITESM para la Zona Metropolitana de Monterrey (bastante versado en temas de innovación educativa, por cierto) que los profesores de ahora educamos alumnos del siglo XXI en salones del siglo XX e ideas del siglo XIX. Recuerden si no qué tanto respeto recibieron de sus profesores (intelectualmente hablando, insisto) y dense una vuelta por cualquier escuela para corroborar si la situación ha cambiado de manera significativa en los últimos 20 o 30 años. Para muestra un botón: hace unos días posteé en mi cuenta de Twitter otra idea señera de Piaget: “La coerción es el peor de los métodos pedagógicos”. No pasaron muchos minutos para que recibiera la respuesta de un colega: “Es el peor, pero el que ha dado mejores resultados”. No logro entender cómo se puede entrar a un salón de clases, de cualquier nivel educativo, pensando así. Pero soy consciente de que muchos profesores que se encuentran activos tienen la misma idea… La misma de hace 150 años que asume que el niño (o el adolescente, o el joven) se convierte en ser pensante gracias a los adultos que se lo enseñan. Y si esa asunción ha durado tanto tiempo es porque funciona, ¿no? Como si sólo las ideas buenas sobrevivieran al paso del tiempo.  
No es esta la aportación más importante de Piaget, pero es suficiente para abrir boca. Su vastísima obra incluye decenas de publicaciones, de las cuales sólo una pequeña parte está dedicada a la educación. Además de la biología y la filosofía en su formación inicial, cultivó la epistemología y la psicología. Fue además director de la Oficina Internacional de Educación de la UNESCO entre 1929 y 1968. Entre esta ingente cantidad de trabajo es probable que no recordemos a Piaget por el respeto intelectual que profería a los niños con los que trabajaba, sino por su celebérrima teoría de los cuatro estadios del desarrollo cognitivo que dio lugar al constructivismo, una corriente pedagógica llamada a cambiar la educación del siglo XX y cuyos efectos no terminan de ser asimilados en los primeros años del XXI. Éste pondera la importancia de la actividad del alumno: “Una verdad aprendida no es más que una verdad a medias. La verdad entera debe ser reconquistada, reconstruida o redescubierta por el propio alumno”. (Munari, 1999, p. 317). Esta corriente daría lugar a varios modelos muy populares en años recientes, como la Enseñanza Centrada en el Alumno.
Sin embargo, hace falta recorrer un largo trecho en la formación docente para que estas ideas se practiquen cotidianamente en los salones de clase. Al menos en mi experiencia personal resulta muy desconcertante ver cómo la mayoría de los profesores sigue asumiendo que el respeto es unidireccional: el alumno se lo debe al profesor en forma de obediencia y sumisión. Desde esa perspectiva no hay teoría de inteligencias múltiples que funcione (hace unos meses, mientras comentaba con un profesor un texto de Gardner sobre ese tema, me dijo que él consideraba que ésos eran “pretextos” para justificar el mal desempeño de los alumnos inquietos) ni enseñanza centrada en el alumno que fructifique. De muy poco sirve el constructivismo si los profesores en las aulas no están convencidos de que su trabajo no consiste en enseñar, sino en facilitar el aprendizaje de los alumnos. Y para ello se requiere, desde luego, considerar a los alumnos capaces de realizar ese trabajo. Pero en la pequeñez de muchas mentes adultas esa verdad, palmaria como la demostró Piaget, no tiene cabida. Y sin esos pasos previos, el edificio epistemológico y educativo propuesto por Piaget es indiscernible.   
Bibliografía
Ferreiro, E. (2004). Vigencia de Jean Piaget. México: Siglo XXI.
Munari, A. (1999). Jean Piaget. Perspectivas: revista trimestral de educación comparada, vol. XXIV, 1-2, págs. 315-332.
Rosas, R. y Sebastián, Ch. (2008). Piaget, Vigotski y Maturana. Constructivismo a tres voces. Buenos Aires: Aique.

domingo, febrero 10, 2013

¿Ser profesor? ¡¿Por qué?!

Vista lateral del Colegio Williams, en Mixcoac, mi alma mater de primaria a preparatoria.

Hace unos días leí en el blog de Petra Llamas un post en el que reflexiona sobre el papel de la escuela en la sociedad posmoderna. Llamas, que ha sido profesora en todos los niveles educativos, profundiza sin miramientos sobre las diferencias entre la educación moderna, desarrollada en el siglo XIX, y la educación posmoderna, a cuyo molde se adapta años la actividad educativa contemporánea, al menos en Occidente:
El posmodernismo proclama que una educación con autoridad, disciplina o exigencia pertenece al pasado modernista. Ahora se impone educar en las emociones y por seducción. El alumno debe sentirse atraído hacia el objeto de aprendizaje. Aunque al final quede abrumado por tanta información y se vuelva apático e indiferente. El conocimiento lo irá adquiriendo sin presiones, ni autoritarismos. Mientras tanto, la escuela se convierte en un espacio de aburrimiento, donde los saberes se rezagan con respecto al resto de la sociedad.
Por incómodas que me resulten las aseveraciones de la autora, no puedo estar más de acuerdo, sobre todo con la última parte: todos los días constato que la escuela se ha convertido, en efecto, “en un espacio de aburrimiento, donde los saberes se rezagan con respecto al resto de la sociedad”. Y ello no es exclusivo de esta generación. Ya en mis tiempos la principal motivación para ir a la escuela era social, no académica (iba para estar con mis amigos, o para ver a la chica que me gustaba). Pero en mis tiempos no había smart-phones, ni Facebook, ni Twitter, ni WhatsApp, ni tabletas con decenas de atrayentes aplicaciones para usar mientras el profesor en turno se esmeraba por lograr algo de nuestra atención. Estudié la preparatoria a fines de los ’90. Soy profesor desde hace seis años. Y estoy seguro de que la escuela es ahora más aburrida que nunca. 
La pregunta que encabeza este post resulta entonces más difícil de responder. Si las cosas están tan mal, si el sistema es cada vez más inoperante, ¿qué sentido tiene ser profesor en los tiempos que corren? Ya en un post anterior comenté sobre la dificultad que entraña dedicarse a la docencia, al menos desde una perspectiva social (y al menos en México). Diré más aún: cuando yo estaba en la preparatoria veía con condescendencia y a veces con lástima a mis profesores. Incluso de los maestros y maestras que más positivamente me marcaron en esos años llegué a pensar que estaban desperdiciando su tiempo y talento dando clases a adolescentes que en su inmensa mayoría no teníamos interés alguno en aprender despejes, partes de la célula o nociones de Derecho Positivo Mexicano, por mencionar sólo tres temas que me pasaron de noche en aquellos años.
Hoy, desde luego, mi perspectiva es muy distinta. Desde hace algunos años estoy del otro lado (de su lado) y me encuentro inexpresablemente agradecido con profesores y profesoras como Ernesto Fritsche, Ernesto García Cabral, Rosario Alva, Leticia Chapa, Enrique Cortés, Lizbeth Padilla y María Eugenia Ojeda, por mencionar sólo algunos de quienes aprecio sobremanera que hayan decidido estar ahí y no en otro lugar, que hayan elegido ser profesores y no otra cosa. Mi vida no habría sido la misma si sus decisiones personales y profesionales hubieran sido distintas.
Pero esto no responde a la pregunta originalmente planteada. ¿Por qué ser profesor posmoderno? El lugar común, la respuesta típica, la del librito, dice que educamos para culturizar, para desarrollar habilidades sociales, para preparar líderes, para generar mano de obra calificada… y un larguísimo etcétera. Todas son respuestas correctas, pero desde mi punto de vista ninguna es satisfactoria. No rehúyo la responsabilidad de dar clases de Literatura a un futuro CEO de empresa trasnacional, o a alguna futura ganadora del Nobel de Química (al contrario: esa responsabilidad me parece extraordinaria) pero no acepto que mi papel se limite a mostrarle el conocimiento básico que requiere ese alumno para puntuar alto en el CENEVAL o en la prueba ENLACE y así obtener su lugar en alguna universidad. Yo, inmodestamente, aspiro a algo más. Aspiro a que mis alumnos conozcan de sí mismos algo que no conocerían si no fuera por ese cuento, por ese personaje, por ese verso que tengo la oportunidad de poner frente a sus ojos y comentar con ellos. Que se conozcan un poco más. O que se re-conozcan. Me da un poco lo mismo si en el camino se memorizan las fechas de nacimiento y muerte de los autores que revisamos en el semestre, siempre que ese camino les revele algo de sí mismos. ¿Y para qué? Fernando Savater responde citando a Píndaro cuando recomendó a sus discípulos: “Llega a ser el que eres”.
Los demás seres vivos nacen ya siendo lo que definitivamente son, lo que irremediablemente van a ser pase lo que pase, mientras que de los humanos lo más que parece prudente decir es que nacemos para la humanidad. Nuestra humanidad biológica necesita una confirmación posterior, algo así como un segundo nacimiento en el que por medio de nuestro propio esfuerzo y de la relación con otros humanos se confirme definitivamente el primero. Hay que nacer para humano, pero sólo llegamos plenamente a serlo cuando los demás nos contagian su humanidad a propósito… y con nuestra complicidad. (Savater, 22)
Ese proceso de contagio consciente, voluntario y esforzado de humanidad es precisamente la educación. Educamos para formar seres humanos y en ese camino ofrecer a los educandos las herramientas necesarias para que lleguen a ser lo que son.
¿Y cómo lograr esto?
No estoy muy seguro. Me montaré sobre los hombros de dos gigantes para esbozar una respuesta. 
Casi al final de su libro de memorias, Frank McCourt advierte:
Es difícil, pero tienes que lograr estar a gusto en el aula. Nunca sabrás qué les has hecho a, o qué has hecho por, los cientos que vienen y van. Los ves salir del aula: soñadores, insulsos, despectivos, maravillados, sonrientes, perplejos. Después de unos años desarrollas antenas. Sabes cuándo llegaste hasta ellos, cuándo te los pusiste en contra. Es química. Es psicología. Es instinto animal. Estás con los chicos y, mientras quieras seguir siendo profesor, no hay escape. Eres tú y los chicos. (McCourt, 283)
De esas “antenas” Benjamin Zander habla también, refiriéndose a los ojos de sus alumnos:
Descubrí que mi tarea era despertar posibilidades en otros. Y por supuesto quería saber si lo estaba haciendo. ¿Y saben cómo se descubre? Mirándolos a los ojos. Si sus ojos están brillando, sabes que lo estás logrando. Si los ojos no brillan, tienes que hacerte una pregunta: ‘¿Quién estoy siendo que los ojos de mis alumnos no brillan?’ (…) Yo tengo una definición de éxito. Para mí es muy simple. No se trata de riqueza, fama o poder. Se trata de cuántos ojos brillantes hay a mi alrededor.  
Pienso que la única razón de ser de un profesor (desde Sócrates hasta McCourt, Savater o Zander), es precisamente ese brillo en los ojos de los alumnos que de pronto iluminan algo en sí mismos: algo inesperado y a veces turbio, pero siempre constituyente de un eslabón para llegar a ser quienes son. No ocurre siempre. Ni siquiera la mayoría de las veces. De hecho ocurre sólo esporádicamente. Pero es esto lo que uno intenta alcanzar al entrar a un salón repleto de alumnos. Si uno no busca esto, en tiempos de Twitter, Google, Wikipedia, iTunesU, YouTube, MOOCs y un sinfín de herramientas que los seres humanos tenemos para adquirir información, uno se pierde entre gritos, reclamos y amenazas. Y pierde, en efecto, talento y tiempo intentando ofrecer a los alumnos algo que pueden obtener de mejores fuentes.  
Bibliografía
McCourt, F. (2008). El profesor. Bogotá: Norma.  
Savater, F. (2006). El valor de educar. Barcelona: Ariel.