jueves, enero 09, 2014

Abuela, ¡salte de mi Facebook!

En menos de una semana me he topado con tres textos que hablan de lo mismo: la geriatrización de Facebook. El término es del caricaturista Bernardo Fernández (Bef; en Twitter @monorama), quien lo enunció en Twitter. Denota claramente una realidad que afecta a una de las empresas más polémicas de tiempos recientes: Facebook, fundada en 2004, reporta más de mil millones de usuarios en 110 idiomas que le significan ingresos anuales por más de tres mil millones de dólares. Su presidente y dueño, Mark Zuckerberg, es paradigma del hombre de negocios posmoderno: joven, ateo y millonario antes de los treinta. La historia del origen de esta empresa es bien conocida. David Fincher la contó en el cine en The Social Network (2010).


En su texto Gabriela Warkentin (@warkentin) menciona algunos datos duros: el promedio de edad de los usuarios de Facebook es de 40.5 años, y su grupo de edad más activo se encuentra entre los 45 y los 50. El título que eligió es significativo: Mamá, ¡salte de mi Facebook! Pero yerra en un aspecto: no son sólo los papás de los adolescentes y jóvenes quienes pasan buena parte de sus tardes "stalkeando" a sus hijos... es la generación de los abuelos la que está marcando la tendencia en esa red social. Esta nota de EFE pone un par de clavos más al ataúd de Facebook como red social juvenil por antonomasia: en 2013 los usuarios mayores de 60 años aumentaron en 10%, mientras el número de usuarios de entre 18 y 29 años cayó 2%. 

Finalmente, Jaime Rubio escribió para GQ España nueve razones por las cuales muy pronto Facebook será una moda retro o vintage. El texto no tiene desperdicio. Pone el dedo sobre la llaga: lo que los adolescentes y jóvenes buscan son espacios propios, donde puedan expresarse de manera libre y sin la mirada inquisidora de padres y profesores.

La primera cuenta que tuve en Facebook me la abrió un alumno en 2008. No la usaba mucho. El exhibicionismo que movía a los usuarios me espantaba. Esta situación propició que la empresa afinara sus filtros de seguridad y aprendiéramos a limitar el acceso a nuestras publicaciones. Abrí una segunda cuenta en 2010, y desde entonces el cambio es notable: he visto cada vez menos participación de alumnos y ex-alumnos y más de contemporáneos míos (e incluso gente mayor) que suben a la red, encantados, el tipo de fotografías que yo veía de adolescentes hace cuatro o cinco años: fiestas, comidas, invitaciones a eventos, selfies, etc.

La puntilla llegó cuando los papás empezaron a enviar solicitudes de amistad a sus hijos (!) y los profesores empezamos a subir recordatorios de la tarea de mañana. Desde ese momento fue inevitable que los jóvenes migraran a otras redes mencionadas en los textos referidos: Twitter (microblogging), Instagram (fotos), Snapchat (fotos también, pero que se borran unos segundos después de enviadas) o Whatsapp (chat). Redes en las que, de momento, los adultos no hemos invadido y en las que los jóvenes pueden moverse con una libertad que poco se ve en Facebook.

El futuro es incierto y, por la misma razón, fascinante. Hace sólo diez años este debate era impensable. Lo de moda eran los mensajitos SMS y el Messenger; todavía existía gente con bípers. Hoy corren ríos de tinta y dinero intentando dilucidar cómo serán los próximos años de estas empresas que basan su estrategia en tablets smartphones y, sobre todo, cómo alterarán o no la manera que tenemos de procurar atención y afecto de las personas que nos rodean. 

Vienen tiempos interesantes. Qué fortuna vivir en estos días. 

miércoles, enero 01, 2014

Profes de a deveras


No me haré el durito diciéndoles que nunca me gustó La sociedad de los poetas muertos (Weir, 1989). De hecho durante muchos años fue una de mis películas favoritas, y aun hoy considero que contiene un mensaje entrañable. 

Pero, si sigo siendo afortunado, este año que recién inicia cumpliré siete de dar clases y por lo tanto pienso que puedo corroborar con cierta autoridad que la realidad es muy distinta a la ficción que nos pintan las películas de Hollywood.

Hace algunos meses, gracias a una entrañable ex-alumna, descubrí Detachment (Kaye, 2011), filme que muestra a un profesor disfuncional y pone sobre la mesa varios cuestionamientos en torno al sentido que tiene (o no) dedicarse a la docencia.

Hoy encontré este texto en la formidable revista The Atlantic, de la que soy suscriptor desde hace algunos meses. No puedo estar más de acuerdo con Joshua John Mackin, el autor, acerca del daño que hacen las películas tradicionales (por llamarlas de algún modo) al retratar la profesión docente como una en la que basta con "poner atención a los niños" para que las cosas salgan bien. La verdad es que casi nunca es suficiente llegar con una "actitud positiva" al salón para que tus alumnos te aprecien y pongan atención. Tampoco bastan los discursos motivacionales ni la radical ruptura de paradigmas. Todo eso ayuda. Pero no es suficiente.      

La película mencionada en el texto de Mackin, Bad Teacher (Kasdan, 2011), retrata a una profesora de las que yo he dado en llamar chambistas (o sea, que dan clases mientras sale algo mejor) y que, desde luego, no es modelo a seguir. La profesora Halsey, encarnada por Cameron Diaz, forma parte de un sistema escolar perverso en el que el aprendizaje de los alumnos se mide a través de pruebas estandarizadas y la mejor profesora es la que más eficazmente finge ser "buena y simpática" y que detesta con rabia a la profesora nueva (y no tan "buena") que llega a la escuela a agitar el avispero (entre otras cosas). Son éstas condiciones mucho más reales del trabajo docente, en el que tan mal salen las cosas cuando piensas que es algo fácil (una de las "técnicas didácticas" preferidas de Halsey es poner películas a sus alumnos) como cuando actúas asumiendo que debes ser una especie de superhéroe que debe controlarlo todo (y a todos) para garantizar los resultados que piden los jefes.  

Hay muchos elementos que hacen del trabajo del profesor algo maravilloso, pero será siempre un error definir esa profesión mediante lugares comunes que, aunque posiblemente bien intencionados, poco honor hacen al trabajo de a deveras que se debe hacer (con alumnos, colegas, padres de familia, directivos, etc.) para poder aspirar al título de profe

Ya habrá ocasión de ahondar más sobre este asunto. Por lo pronto les recomiendo Bad Teacher. Incluso si su trabajo no es docente, la película es aceptablemente divertida.