lunes, septiembre 27, 2010

¿Hay verdades tan intolerables en la vida que justifican las mentiras?

domingo, septiembre 19, 2010

miércoles, septiembre 15, 2010

Sí, ¡celebremos!

Al igual que muchos de ustedes, he pasado varios de los días recientes enfrascado en la polémica de si vale o no la pena celebrar por todo lo alto el Bicentenario de la Independencia de nuestro país.

Una polémica que, a fuerza de ser sincero, me parece francamente absurda: dice nuestra cultura popular que está en nuestro código genético el celebrar por cualquier pretexto, y ahora que tenemos el mejor de todos los pretextos nos ponemos rejegos y buscamos razones para la no celebración. Pero detengámonos un momento en este punto: ¿realmente hay motivos para no celebrar esta noche?

Desde hace casi 200 años, en la medianoche del 15 de septiembre los mexicanos nos hemos reunido en las plazas del país, hasta en los pueblos más remotos y pequeños, para dar el Grito, una réplica simbólica del llamamiento a las armas que dio Miguel Hidalgo para iniciar una guerra cuya conclusión sería la independencia de la Nueva España en septiembre de 1821.

Periodistas e historiadores se preguntan hoy cómo será recordado el bicentenario mexicano en 20, 30 ó 40 años. La respuesta a esa pregunta se encuentra en los planes que todos nosotros, y millones de mexicanos en todo el país y distintas partes del mundo, tenemos para celebrar o no esta noche.

Podemos, sí, treparnos al carrito de las desgracias y asumir que el clima de inseguridad de los últimos años es motivo suficiente para cancelar la fiesta, o al menos posponerla. En la misma línea de pensamiento podemos lamentarnos porque la guerra contra el narcotráfico no ha hecho sino empezar.

Sin embargo, hay otra perspectiva posible.

Podemos reconocer que en los últimos tres años más de 30 mil personas han muerto en esas batallas contra el crimen organizado. Reconozcamos esos datos; aceptemos esos hechos.

Pero reconozcamos también que el país cuyo aniversario celebramos ha pasado por crisis mucho más graves que la que atravesamos actualmente. Por mucho que algunos traten de convencernos, el momento actual no es comparable ni con la Revolución ni con la guerra de Independencia. Los agoreros que insisten en que cada 100 años nuestro país cae al abismo de la guerra fratricida deben reconocer que México es mucho más y mejor país que hace 100 ó 200 años.

Octavio Paz escribió en El laberinto de la soledad que “toda la historia de México, desde la Conquista hasta la Revolución, puede verse como una búsqueda de nosotros mismos”. ¿Qué tanto de esta búsqueda será resuelta en los años por venir? ¿Cuánto de sí mismos podrán conocer los mexicanos de la generación del Bicentenario? ¿Hasta dónde llegarán la paz y el progreso que cada uno lleva con ustedes? La respuesta es incierta, porque el futuro siempre lo es. Pero yo soy un irremediable optimista.

Que no quepa la menor duda: hay mucho qué celebrar. Hoy el sol está vestido de charro. Permitamos que esta noche se nos alborote el alma. Recordemos mañana que el agua sabe mucho mejor si nos la sirven en un jarrito de barro. Gritemos fuerte, claro, y sin pena: nos sobran los motivos. Festejamos porque esta nación es luz, música y color. Celebramos porque su gente es suave, pacífica y trabajadora. Sintámonos orgullosos porque estamos aquí. Y porque somos nosotros.

Parafraseo a Michel de Montaigne al decir que la Independencia no es una botella que hay que llenar, sino un fuego que es preciso encender. La invitación obvia es a que esta noche, independientemente de botellas, llenas o vacías, seamos capaces de ver más allá de la celebración. Es preciso encender un fuego nuevo que dé luz y esperanza a las generaciones por venir, y que ofrezca certeza a la generación que ya está aquí. ¿Hay mejor manera de encender ese fuego que con una fiesta como la que nos espera esta noche de Bicentenario?

No lo creo.

Atizapán de Zaragoza, México.

Septiembre 15, 2010

domingo, septiembre 05, 2010

Light My Fire

"Un niño no es una botella que hay que llenar,
sino un fuego que es preciso encender".
- Montaigne