miércoles, enero 15, 2020

¿Qué pasó en Torreón?

El pasado viernes 10 de enero hubo un tiroteo en el Colegio Cervantes de Torreón, Coahuila. Las primeras versiones de los hechos las dio a conocer el alcalde de la ciudad, Jorge Zermeño Infante, quien adelantó que el causante del tiroteo fue un niño de 11 años, estudiante del plantel educativo.
El alumno llevaba dos armas de fuego, las cuales usó para matar a su maestra, disparar a sus compañeros (hubo seis lesionados) y luego suicidarse.
Como sucede siempre en estos casos, las redes sociales fueron medios y testigos de una gran cantidad de comentarios y análisis de los hechos. Los más recurrentes, al menos con base en lo que yo pude leer, se referían a las declaraciones de Miguel Riquelme, gobernador de Coahuila, en el sentido de que un videojuego "pudo haber influido" al niño que realizó el ataque. El gobernador asumió eso después de enterarse de que el atacante había utilizado un atuendo imitando a Eric Harris, uno de los perpetradores de la masacre en Columbine en 1999, que a su vez llevaba una playera con el nombre de un videojuego llamado Natural Selection.
Personalmente no me sorprende ya, pero sí me sigue molestando muchísimo, la capacidad de nuestra sociedad para construirse respuestas fáciles que mantengan el status quo y "no le muevan" a lo que verdaderamente importa. Lamento a las multitudes que encuentran la tragedia de Torreón razones para criminalizar a los niños y adolescentes y vulnerar su derecho a la privacidad con revisiones de mochilas en escuelas que se pretenden seguras. Repudio también a quienes afirman desde una falsa superioridad moral que seguramente el niño de Torreón tenía problemas porque vivía con su abuela y no tenía a sus dos padres cerca (como si la "vacuna" contra cualquier trastorno emocional fuera vivir en una familia nuclear tradicional). 

Precisamente desde lo ocurrido en Columbine en 1999, he investigado mucho sobre ese hecho y otros similares. Lo que he obtenido como experiencia es que esos monstruos que nos espantan se parecen bastante a nosotros (los "normales") y SIEMPRE son sumamente complejos (como nosotros). Nunca (¡nunca!) se trata de personajes planos, que permiten ser clasificados en la carpeta de "Malos" sólo porque supuestamente sus vidas carecieron de amor y atención. 

Un caso específico de lo anterior son los mismos perpetradores de la masacre de Columbine. Eric Harris y Dylan Klebold eran adolescentes perfectamente "normales". De hecho, un año antes de los asesinatos, ambos fueron atendidos por psicólogos y psiquiatras como parte de la atención que se les dio tras haber cometido un delito menor. Ninguno de los especialistas que los trataron detectó algo anómalo en ellos. Sue Klebold, la mamá de Dylan, negó durante mucho tiempo que su hijo fuera "malo" y atribuyó la responsabilidad de los crímenes a Eric, quien habría influenciado negativamente a Dylan. Varias grabaciones y textos que ambos dejaron le obligaron a reconocer la dolorosa realidad de que su hijo había sido tan responsable como Eric en los hechos. La Sra. Klebold escribió en 2015 un libro narrando su experiencia. Por ese entonces se presentó en una conferencia TED (que dejo abajo), y contó lo mucho que le duele cuando alguien le pregunta/reclama cómo fue posible que no se diera cuenta de los problemas que tenía su hijo. "He aprendido que no importa cuánto queramos creer que podemos... no podemos conocer ni controlar todo lo que nuestros hijos piensan y sienten. Y creer que somos diferentes, que nuestros hijos nunca pensarían en hacerse daño o dañar a alguien, hace que no veamos su parte oculta".

Su respuesta es devastadora, porque nos asoma a un abismo: lo que le ocurrió a ella, como lo que le ocurrió a la familia del niño en Torreón, nos pudo (y nos puede) ocurrir a cualquiera. Ninguno de nuestros hijos se encuentra a salvo sólo porque le preguntamos cada noche cómo le fue ese día. Y ciertamente tampoco está mucho más seguro sólo porque le revisen la mochila a la entrada de la escuela o le prohibamos jugar videojuegos. La respuesta es, insisto, mucho más compleja, y creo que queda brillantemente resumida en lo que contestó Marilyn Manson después de que varios lo señalaran como parcialmente responsable de que los adolescentes estadounidenses se sintieran atraídos por la "cultura de la muerte" que supuestamente él representaba a principios de este siglo. En su documental Bowling for Columbine (2002) Michael Moore le preguntó a Manson: "Si pudieran escucharte en este momento, ¿qué les dirías a los chicos que perpetraron la matanza de Columbine?" Manson respondió: "No les diría ni una sola palabra. Escucharía lo que tuvieran que decirme... que fue lo que nadie hizo jamás". 

miércoles, enero 08, 2020

¿Uno de nosotros?



A mediados de los '90 del siglo pasado, Joan Osborne grabó una canción en la que se preguntaba cómo sería Dios si estuviera entre nosotrosDesde entonces, esa idea me ha resultado fascinante. ¿Cómo se llamaría? ¿A quién se parecería? ¿Hablaría por teléfono? ¿Con quién? ¿Acaso con el Papa, como dice la canción de Osborne?

Más o menos de eso va Mesías, que Netflix estrenó el 1° de enero anterior. 

Un tipo del que nadie sabe nada aparece en Siria arengando a una multitud a acompañarlo a la frontera con Israel. Muchos van con él, que durante el camino se muestra distante de las masas y renuente a predicar como los viejos... digamos que lo hace a su manera. Desde entonces llama la atención de una agente de la CIA (Michelle Monaghan), que no descansará hasta descubrir la que ella considera la evidente farsa de otro loco que asegura venir a redimirnos. En esta misión se encontrará a un agente del Mossad (Tomer Sisley) que, con sus propios intereses en mente, le pondrá varios obstáculos en el camino. 

El personaje de Mesías está muy bien desarrollado por el actor belga de origen tunecino Mehdi Dehbi. Los guionistas le ayudaron mucho escribiéndole un rol pleno de matices, gracias a los cuales unas veces resulta encantador y otras aterrador, como cualquier líder con semejante carisma y ambición.

La premisa se mantiene en buena forma durante la mayor parte de la primera temporada de Mesías. Al final se fuerzan las cosas un poco, pero no se desvirtúa el objetivo principal de la serie: entretener, desde luego, y mover un poco a la reflexión: en un mundo espiritualmente convulso, ávido de fe y esperanza, ¿cómo sería la vida con un mesías entre nosotros? ¿Qué tal si, como planteaba Joan Osborne en su canción, Dios (o su enviado especial) fuera un tipo común y corriente? ¿Cómo reaccionarían los creyentes, los ateos, los gobiernos, los científicos, si algo así ocurriera?

Lo mejor de este planteamiento es que aun si no fuera cierto, es decir, si el "Mesías" fuera un magnífico embaucador, con eso bastaría para sacudir las bases de nuestra sociedad, tan temerosa y endeble. Sólo por eso vale la pena ver esta serie. Todos creemos o quisiéramos creer, pero nuestra fe tiene fronteras poco claras, y en esas zonas borrosas de lo que estamos dispuestos a creer (o no) ocurren fenómenos desconcertantes y, sí, en ocasiones también inexplicables. 
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La primera temporada de Mesías, creada por Michael Petroni, está en Netflix desde el 1° de enero pasado. Tiene diez capítulos, de aproximadamente 45 minutos cada uno. 

miércoles, enero 01, 2020

Será larga la noche



En la Colombia actual, la del "posconflicto" (o sea, después de los acuerdos de paz con las FARC en 2016), un enfrentamiento entre dos grupos muy fuertemente armados despierta el interés de un fiscal y una periodista, que deciden investigar. Se desencadena así una trama que nos lleva a saber que la batalla se debió a un ajuste de cuentas entre dos pastores evangélicos.

Gamboa pone sobre la mesa algunos temas interesantes. Ya mencioné el "posconflicto". También está, desde luego, el 'boom' de las iglesias evangélicas, que parece haber diversificado sus actividades (por decirlo de algún modo) infiltrándose en las cúpulas políticas no sólo de Colombia sino de toda América Latina. Sin embargo, estos asuntos se desarrollan poco y quedan sólo como una escenografía atractiva, pero mal aprovechada. 


En una entrevista con la BBC Gamboa afirma que ésta es más bien una novela de personajes. Que no importan tanto los hechos, sino quiénes los llevan a cabo. Me parece que si esa fue su apuesta, nos queda debiendo. Los personajes en torno a los que gira la historia (la periodista Julieta, el fiscal Jutsiñamuy y los dos pastores enfrentados) están bien construidos, pero ninguno llega a ser memorable. Las historias personales de los dos pastores, de hecho, dejan muy pronto de ser atractivas para convertirse en un hatajo de lugares comunes (orfandad, lucha contra varios obstáculos, traición, etc.) desarrollados muy a fuerza para justificar el enfrentamiento que detona la novela. 


Una de las mayores dificultades que enfrenta un autor de novela negra es llegar al final de su obra con coherencia, que la trama siga teniendo sentido... que no se te haga bolas el engrudo, pues. Gamboa, aunque es un autor curtido, no logra salir bien librado de esta misión. En el último tercio se le desmorona una trama razonablemente interesante y recurre a acciones absolutamente inverosímiles (una agente secreta con demasiada buena suerte resuelve todo en dos patadas), para darle los últimos empujones a la resolución del conflicto.  


Será larga la noche es una obra mediana, entretenida, epidérmica. Apenas digna para matar el tiempo en vacaciones. 


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Será larga la noche, de Santiago Gamboa, está editado por Alfaguara (2019). La versión electrónica (Kindle) cuesta $169. En México, la edición impresa estará disponible en febrero.