domingo, diciembre 12, 2010

Lecciones de los alumnos

El profe George Steiner


Con gratitud, a Lalo Díaz

Soy profesor, pero no estudié Puericultura, Pedagogía, Ciencias de la Educación, ni alguna carrera afín. Como muchos colegas, me puse frente a un grupo de alumnos casi por accidente, y nunca pensando que sería algo de largo aliento. Llevo tres años y medio en esto y continúo eludiendo el término definitivo cuando me refiero a mi trabajo. Sigo adelante fascinado por mi día a día, y motivado por las posibilidades que entraña mi labor cotidiana. Este ritmo frenético me lleva, a veces, a la angustia de asumirme como un profesor improvisado; al desazón que me provoca imaginar que empecé demasiado tarde una carrera para la que no me bastará la vida entera. 


También a veces, llegan a mis manos libros luminosos como éste. El título es Lecciones de los maestros (Siruela, 2007) y el autor es George Steiner, legendario profesor de literatura comparada y uno de los intelectuales más importantes del último medio siglo. Tiene 81 años, y no resulta difícil asumir este libro como una especie de ars poetica de su actividad magisterial.

La obra es una recopilación de las Conferencias Charles Eliot Norton que la Universidad de Harvard le invitó a dictar entre 2001 y 2002. En los textos, el profesor hace un recorrido de la actividad docente desde Sócrates hasta nuestros días, pasando por Jesús, Dante, Nietzsche, y la tradición confucianista (aparte de la judía, desde luego) en una revisión si no exhaustiva sí muy precisa de lo que ha significado, significa y significará ser profesor (y alumno).

No puedo dejar de recomendar esta lectura a cualquier persona que en algún momento de su vida se haya planteado ser profesor/a. Pero voy más allá: esta no es una lectura especializada sólo para profes. Cualquiera encontrará en ella un espejo en el cual reflejarse: porque todos en algún momento de nuestras vidas hemos enseñado algo o aprendido algo de alguien.

He escuchado de profesores más avezados que yo argumentos tanto afirmando como negando la idea de que el maestro aprende de y con sus alumnos. Mi experiencia personal me inclina ineluctablemente hacia lo primero. Este libro es clara muestra de ello: no lo habría leído si no hubiera recibido previamente la recomendación de uno de mis ex alumnos.

¿Por qué uno hace lo que hace? ¿Por qué dedicarse a ser maestro? ¿Qué sentido tiene seguir planeando clases en la era de Wikipedia y Google? Responde Steiner: "Ningún medio mecánico, por expedito que sea; ningún materialismo, por triunfante que sea, pueden erradicar el amanecer que experimentamos cuando hemos comprendido a un Maestro. Esta alegría no logra en modo alguno aliviar la muerte, pero nos hace enfurecernos por el desperdicio que supone. ¿Acaso no hay tiempo para otra lección?"


Ojalá sí, maestro. Ojalá. 

Genial cartelera

Dos buenas películas estrenadas este fin de semana en México. Las dos abordan personajes geniales. Van las reseñas en clave sustancial.
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En The Social Network (Fincher, 2010) nos enteramos de cómo Mark Zuckerberg (un nerd socialmente acomplejado pero informáticamente superdotado) inicia facebook como parte de una estrategia de venganza luego de que su vida social se reduce a embriagarse solo en su habitación y bloggear basura contra la gente que le cae mal. En el camino recibe ayuda de un grupo de amigos (especialmente uno) a los que eventualmente traiciona en aras de mantener el poder en su empresa. Resulta notable (y mucho más perverso) que a Mark no le interese el dinero, sino precisamente el poder. Quizá el acierto más grande de la película sea la canción con la que el director David Fincher decidió ilustrar su última escena: nos enteramos de que Zuckerberg se sale con la suya mientras se escucha "Baby You're a Rich Man", de Los Beatles. Imposible no detectar el sarcasmo: "How does it feel to be / One of the beatiful people?..." Dicen que es altamente oscareable. Yo pienso que es buena, pero no mucho más que eso.

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En Nowhere Boy (Taylor-Wood, 2009) asistimos al desarrollo de John Lennon como un joven conflictuado por sus atípicas y tormentosas relaciones familiares. Al parecer, John nunca superó del todo el trauma de su madre ausente. También nos enteramos de cómo conoció a los amigos que lo llevarían a formar su primer grupo musical y, eventualmente, Los Beatles. Hay mucho de instintivo en ese John Lennon adolescente que disfruta con la provocación y la rebeldía. Lo vemos imitando a Elvis, y envidiando su suerte: "Why couldn't God make me Elvis?", le pregunta a su madre, que le responde: "'Cause he was saving you for Johnn Lennon!". Nowhere Boy ganó este año el Premio a la Mejor Película Independiente en el Reino Unido. Evítenla si lo que buscan es una bio-pic con muchas canciones tarareables: el soundtrack es memorable, pero no incluye una sola canción de Lennon/McCartney.

domingo, noviembre 14, 2010

Por qué me cae mal Fernando Alonso

Alonso / Vettel

[DISCLAIMER.- No me considero conocedor de la Fórmula 1. Soy un aficionado estándar que sigue el deporte motor de manera regular, pero poco especializada. Así que por favor, puristas, absténganse de comentarios técnicos o comparaciones estadísticas fuera de lugar.
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"Mi deseo es que la carrera sea aburrida, que la gente se duerma", declaró Fernando Alonso, con su petulancia de siempre, tras lograr la tercera posición en la parrilla de salida del Gran Premio de Abu Dabi. Si las cosas no se movían (si la carrera era aburrida) el asturiano ganaría su tercer campeonato.

La afirmación de Alonso me parece insultante. El espectáculo es lo de menos, nos dice. El público no importa, reitera. Es cínicamente indiferente al hecho que gracias a ese espectáculo y a ese público él cobra los 30 millones de euros por temporada que le paga Ferrari.

Pero para su desgracia la carrera de ayer no fue aburrida. Todo lo contrario. Ganó Sebastian Vettel, a quien Alonso y su escudería le concedieron poca importancia en su estrategia (le dieron más atención a Marc Webber, co-equipero de Vettel, que resultó octavo). Y, sobre todo, ganó un piloto (y una escudería) totalmente opuestos a la filosofía de Alonso y Ferrari. Red Bull no dio instrucciones a sus pilotos para favorecer a uno u otro: los dos tenían oportunidades de ganar el campeonato, y debían hacer cada quien lo suyo para lograrlo: nada de indicaciones "estratégicas" como las que dio Ferrari en Hockenheim para que Massa le cediera su posición a Alonso ("Alonso es más rápido, ¿has entendido?"). Ganó el campeonato el equipo cuyo propietario declaró en días recientes que prefería perder el título que romper las reglas del juego. Enhorabuena por eso.

Alonso, por supuesto, encajó mal su derrota. Se quejó de que Vitaly Petrov, piloto de Renault, había resultado "demasiado agresivo" defendiendo su sexta posición en la carrera e impidiendo a Alonso avanzar. "Sólo he hecho mi trabajo", declaró el ruso. Luego Alonso dijo que no tenía que demostrar nada, que tenía dos campeonatos del mundo y que "no pasaba nada" si no ganaba el tercero. Eso sí, precisó, "ya superé a Niki Lauda y a Fangio en número de victorias". Más adelante rompió en llanto, afirmando que la decisión de marcar a Webber y no a Vettel había sido de todos en Ferrari.

No suelo escribir sobre las cosas o personas que me molestan. Pero Alonso tiene algo que me exaspera muy rápidamente. La soberbia de un tipo que no tiene empacho en desear mi aburrición (¡idiota!), criticar a un colega (¿porque no le permite que lo rebase?) y asegurar que "no pasa nada" si no gana (aunque se eche a llorar cuando pierde). No me molesta que gane, desde luego, sino que lo haga con esa actitud perdonavidas de las personas cerriles que piensan que lo único que importa es ganar. Hay que ser muy talentoso, pero también muy estúpido, para pensar que la vida sólo se trata de eso. Y que los demás están ahí sólo como escalones que debes pisar para llegar a la cima.

lunes, octubre 18, 2010

¡Dios los libre!

A dos semanas de las elecciones de medio término en EUA, una candidata del Tea Party tiene que lidiar con declaraciones como ésta: "La evolución es un mito". ¡Jolines! En los '90 también impulsó una campaña contra la masturbación y reconoció haber practicado brujería.

Es Christine O'Donnell y, en un descuido, senadora por Delaware...

sábado, octubre 16, 2010

Ah, ¡el horror, el horror!

No tan rápido, e-book, no tan rápido

Hace algunas semanas leí un libro (éste libro) en el que Umberto Eco responde por millonésima ocasión a la pregunta de si Internet y los libros electrónicos vencerían o no a la lectura en papel.

Dice que no. Sostiene que el libro es un invento perfecto: como la cuchara, es imposible reemplazarlo por otro. Se pueden hacer modificaciones de diseños, de materiales, de tamaños... pero el objeto sigue siendo esencialmente el mismo.

Yo me encuentro en una posición indeterminada. Mantengo una relación muy peculiar con los libros, hasta cierto punto fetichista. Hago con ellos cosas que con un kindle o un iPad no podré hacer jamás: los muerdo, los mancho con sustancias extrañas, los tiro al piso (ellos caen, pero yo asumo la responsabilidad, jeje), los uso de mantel y paragüas o como block de notas si olvidé mi cuaderno en casa... Me gusta olerlos constantemente. Obvio decir que los subrayo y escribo en sus márgenes. En fin. He pensado escribir un post al respecto desde que hace algunos meses un amigo se escandalizó por el trato que le doy a mis libros ("Dices que los quieres, ¡pero ve cómo los tratas!"). Espero hacerlo pronto (escribir ese post); el caso es que el libro electrónico parece haber llegado para quedarse.

El e-book no es cosa nueva. Años ha que esta teconología se encuentra disponible, sin embargo en todo este tiempo no he conocido más que a una persona que lee de esta manera. Las cosas van a cambiar pronto. Se ha anunciado en España el futuro lanzamiento de una plataforma similar a las que ya existen para videos (YouTube) y música (Spotify). Esto quiere decir que en un par de años podría ser mucho más cómodo, seguro y económico comprar libros en línea para leerlos a través de una pantalla de ocho pulgadas. Quizá ya lo sea, pero la oferta de libros disponibles es limitada... cuando se abra el mercado de forma masiva (como YouTube y Spotify han hecho en sus respectivas áreas) podría darse un boom de la lectura electrónica.

Hoy mismo he hecho un viaje a la librería. Una de esas "incomodidades" que me evitaría si hubiera comprado el libro en línea. Por circunstancias que no considero necesario explicar, pasé casi dos horas manejando y gasté casi un octavo de tanque de gasolina. A ello hay que sumar, claro, el costo del libro que fui a comprar. ¿Hubiera preferido evitarme esa "molestia"? No estoy seguro. El viaje me sirvió para caminar una de las partes de la ciudad que más disfruto (el trayecto de la colonia Florida a Miguel Ángel de Quevedo); también pude pasar a curiosear una tienda de discos a la que no tengo acceso frecuentemente (Tower Records Altavista) y aprovechando que estaba por esos lares compré filetes de pescado y gorditas de chicharrón del Mercado de Mixcoac para ofrecerme a mí y a mi familia una de las mejores comidas de los últimos tiempos. No contemos que a veces hago ese periplo o uno similar acompañado de gente que aprecio, lo cual constituye en esas ocasiones un aliciente adicional para seguir pensando que es una buena idea ir a ver/comprar libros a una librería en vez de hacerlo en línea desde la modorridad de mi hogar.

Estoy seguro de que haré uso de eso que llaman el Spotify de los libros. Y no me veo lejos de adquirir alguno de esos artefactos para la lectura electrónica. Pero con la misma seguridad sé que no podré nunca sustituir una cosa por otra. Seré siempre un empedernido enamorado del objeto-libro, así como de la experiencia que implica buscarlos, comprarlos, leerlos, prestarlos, comentarlos, recordarlos... Soy un chico material y no me da lo mismo pasar las páginas en una pantalla táctil que en un libro de papel. Eco tiene razón: el libro es perfecto. Mejorable como objeto, pero no como idea.

Ven, Kindle, ven, iPad, ven, Sony Reader... Vengan, chicos... hay una biblioteca en casa que quiere conocerlos...

jueves, octubre 14, 2010

Marsalis: Another Day at the Office

Justicia es decir que el concierto de anoche fue extraordinario.

También lo es decir que no fue por las razones esperadas.

Anoche el Auditorio Nacional lució tres cuartas partes de sus localidades para recibir a Wynton Marsalis, leyenda viva del jazz contemporáneo y uno de los mejores trompetistas de su generación, a la cabeza de la Lincoln Center Jazz Orchestra.

No fue un concierto común de este grupo excepcional. El programa estuvo sustentado en música latinoamericana y como invitados especiales se contaron Chano Domínguez (piano/España), Paquito D'Rivera (clarinete/Cuba), Antonio Sánchez (batería/México), Diego Urcola (trompeta/Argentina), Edmar Castañeda (arpa/Colombia), Óscar Stagnaro (bajo/Perú). Completaron el cuadro el bailarín de tap Jared Grimes, Daniel Navarro, bailaor flamenco, Blas Córdoba, cantaor flamenco y Manuel Masaedo, percusionista flamenco.

Me he dado tiempo y espacio para mencionar a los invitados especiales porque fueron precisamente ellos quienes hicieron de la noche de ayer una inolvidable. Marsalis y su orquesta cumplieron sobradamente, ni duda cabe, pero no alcanzaron ni por asomo la emotividad que mostraron sus invitados.

Fue significativo que durante casi una hora (de las poco más de dos que duró el concierto) los invitados quedaron solos sobre el escenario, en la parte izquierda del mismo, en notable ausencia de la Lincoln Center Jazz Orchestra. Fue como dejar a su suerte en la sala de casa a los amigos que has invitado a para pasar una noche de sangre y fuego.

En otras palabras: lo mejor del concierto residió en lo que no fue Marsalis. Wynton tomó lugar en lo alto del estrado donde se acomodaron sus muchachos y desde allí organizaba, decía, pasaba las hojas de sus partituras, indicaba la entrada de cierto músico... Parecía el operador de una máquina bien aceitada supervisando que todo se mantuviera en orden: un día más en la oficina para un músico excepcional empoltronado al frente de una de las orquestas de jazz más prestigiadas del mundo.

En la parte estrictamente musical, no me quedan más que elogios. Y bastantes. La calidez humana de Paquito D'Rivera fue transmitida por cables de alta tensión a su clarinete, que constituyó sin duda el alma de las interpretaciones de "Yo vendo unos ojos negros" y "Libertango". Chano Rodríguez dio cátedra de lo que significa ser apasionado por el piano con su suite "De Cádiz a Nueva Orléans". El duelo entre Grimes y Navarro sobre el tablado del Auditorio nos hizo sentir a muchos que hacer música es casi absurdo después de la emoción que produce un buen baile. Edmar Castañeda le dio un nuevo significado al sonido del arpa (y su apasionada, casi diría erótica forma de tratar a su instrumento)...

Hace unos días comentaba con un amigo la necesidad que parecemos tener los seres humanos de toparnos de vez en cuando en presencia de Dios: momentos que nos corroboren que hay algo más que le dé sentido a nuestras existencias. Algunos, como él, encuentran la respuesta en alguna religión. Otros, como yo, constatamos esas presencias reales en instantes como algunos vividos anoche. Fue la música, la bonhomía de D´Rivera, el cachondeo de Castañeda con su Sra. Arpa, las cuatro manos de Rodríguez y Nimmer al piano, la compañía de un amigo entrañable... Sí: si conjugar todo ello es posible, ¡la vida es digna de ser vivida!

lunes, octubre 11, 2010

¿Será lo mismo?

Última página de mi edición EDAF de Madame Bovary. 10 años después releo esa novela con toda la influencia vargasllosiana de la que soy capaz. Ahora mi edición es de Cátedra, en su colección Mil Letras. Veremos si repite la nota final.

sábado, octubre 09, 2010

Hola, Wynton

¡Échale, mi Wynton!

Marsalis es ave de tempestades donde se presenta. Sus detractores lo acusan de ser la punta de lanza del mainstream del jazz estadounidense; un filtro tiránico para los músicos que se presentan en el Lincoln Center de Nueva York (cuya dirección musical corre a su cargo); un artista que a veces parece más interesado en la política que en su música, chocante por su inmaculada camisa allá a donde va (tan lejos de la idea romántica del artista desaliñado).

Vituperios aparte, hay algo cierto que se puede decir de éste, uno de los mejores músicos de su generación: es un maestro, en toda la extensión de la palabra. Hay que escuchar el disco Baroque Music for Trumpet, que grabó en 1984 a los 23 años de edad, para notar el virtuosismo de sus ejecuciones siguiendo partituras de Purcell, Handel y Torelli, entre otros. Pero también es un profesor de primera línea. A donde quiera que va con la orquesta que dirige imparte talleres en los que busca mostrar a los jóvenes músicos los valores esenciales de la música y sus encantos. Así se lee en El jazz en el agridulce blues de la vida, libro escrito a cuatro manos por Marsalis y Carl Vigeland (Paidós, 2001):

Muchos creen que el jazz significa simplemente subirse a un escenario y tocar lo primero que te viene a la cabeza y, cuando terminas, con un poco de suerte, los demás lo hacen al mismo tiempo. Pero no es así en absoluto (...) Hay una lógica y un orden en lo que, de otro modo, sería un auténtico caos. Y todos desarrollamos esa lógica mientras tocamos. El sentimiento más importante del jazz es la alegría. Pero no la consigues simplemente sintiéndote a gusto. Lo consigues porque te sientes fatal. Y peor aún. Lo consigues a partir de la porquería que ha tragado y sigue tragando la gente. Tienes empatía, el deseo de mejorar las cosas, de decir que todo puede ser de otra manera...

Marsalis se presenta en el Auditorio Nacional el próximo miércoles con la que llama "su familia": la Lincoln Center Jazz Orchestra. No es frecuente verlo por estos lares, pero más alla de esa condición atípica, el concierto del miércoles tiene otros ingredientes especiales: a la familia de Wynton se sumarán varios de sus amigos, entre ellos el pianista español Chano Domínguez, el clarinetista cubano-estadounidense Paquito D'Rivera, el percusionista mexicano Antonio Sánchez, el arpista colombiano Edmar Castañeda y el trompetista argentino Diego Urcola. ¡Puro total y absoluto jazz en español!

Un auténtico festín musical que lleva tres años cocinándose y para el que Wynton y compañía han preparado algunos manjares en la forma de arreglos a clásicos de la música popular mexicana como "Estrellita" de Manuel M. Ponce, "Bésame mucho", de Consuelo Velázquez y "Contigo aprendí", de Armando Manzanero.

Marsalis llegará a México procedente de Cuba, donde recibió los mejores elogios posibles de la prensa espalola presente. Así lo reportó Mauricio Vicent, de El País, desde la capital cubana: "La noche entera fue una obra de arte. Desde el principio al final. Una delicada selección de clásicos de Ellington, Gillespie o Thelonius Monk, combinada con arreglos y composiciones propias e hilvanadas como una lección magistral, rigurosa y vibrante".

La mesa está puesta... ¡que inicie el banquete!

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Den click aquí para escuchar el podcast que sobre Wynton Marsalis grabamos José Luis Esquivel y yo para Rebanada de Pan.

sábado, octubre 02, 2010

"No se trata de dinero"

Terry Semel, ex C.E.O. de Yahoo!, contando cómo Mark Zuckerberg, fundador de Facebook, rechazó la oferta que le hizo en 2006 por MIL millones de dólares para comprar su empresa:

"No había conocido a nadie --olvídese de la edad--... a nadie que rechazara una oferta de mil millones de dólares. Pero él dijo: 'No se trata de dinero. Este es mi bebé, y quiero seguir manejándolo, quiero verlo crecer' No lo podía creer".

El perfil completo de Zuckerberg, en un estupendo texto de José Antonio Vargas para The New Yorker.

"En las oficinas no se trabaja"

Palabras de Nick Cave, próximo a sacar su segundo disco con Grinderman. Pueden leer la nota completa de El País aquí y una entrada anterior sobre este músico británico en ergozoom acá.

EP3. ¿Sigue trabajando en un estudio y manteniendo un horario de oficina?

N. C. Exacto. Cuando empecé a tener una ética de trabajo muy ordenada mucha gente pensó que de aquello no podía salir nada bueno. Piensan que te has convertido en un oficinista. Pero en las oficinas no se trabaja. La gente se pasa el día haciendo cafés y bajando porno. Trabajo de nueve de la mañana a ocho de la tarde. Luego me dedico a recordarles a mi mujer y a mis hijos lo que es vivir conmigo.

lunes, septiembre 27, 2010

¿Hay verdades tan intolerables en la vida que justifican las mentiras?

domingo, septiembre 19, 2010

miércoles, septiembre 15, 2010

Sí, ¡celebremos!

Al igual que muchos de ustedes, he pasado varios de los días recientes enfrascado en la polémica de si vale o no la pena celebrar por todo lo alto el Bicentenario de la Independencia de nuestro país.

Una polémica que, a fuerza de ser sincero, me parece francamente absurda: dice nuestra cultura popular que está en nuestro código genético el celebrar por cualquier pretexto, y ahora que tenemos el mejor de todos los pretextos nos ponemos rejegos y buscamos razones para la no celebración. Pero detengámonos un momento en este punto: ¿realmente hay motivos para no celebrar esta noche?

Desde hace casi 200 años, en la medianoche del 15 de septiembre los mexicanos nos hemos reunido en las plazas del país, hasta en los pueblos más remotos y pequeños, para dar el Grito, una réplica simbólica del llamamiento a las armas que dio Miguel Hidalgo para iniciar una guerra cuya conclusión sería la independencia de la Nueva España en septiembre de 1821.

Periodistas e historiadores se preguntan hoy cómo será recordado el bicentenario mexicano en 20, 30 ó 40 años. La respuesta a esa pregunta se encuentra en los planes que todos nosotros, y millones de mexicanos en todo el país y distintas partes del mundo, tenemos para celebrar o no esta noche.

Podemos, sí, treparnos al carrito de las desgracias y asumir que el clima de inseguridad de los últimos años es motivo suficiente para cancelar la fiesta, o al menos posponerla. En la misma línea de pensamiento podemos lamentarnos porque la guerra contra el narcotráfico no ha hecho sino empezar.

Sin embargo, hay otra perspectiva posible.

Podemos reconocer que en los últimos tres años más de 30 mil personas han muerto en esas batallas contra el crimen organizado. Reconozcamos esos datos; aceptemos esos hechos.

Pero reconozcamos también que el país cuyo aniversario celebramos ha pasado por crisis mucho más graves que la que atravesamos actualmente. Por mucho que algunos traten de convencernos, el momento actual no es comparable ni con la Revolución ni con la guerra de Independencia. Los agoreros que insisten en que cada 100 años nuestro país cae al abismo de la guerra fratricida deben reconocer que México es mucho más y mejor país que hace 100 ó 200 años.

Octavio Paz escribió en El laberinto de la soledad que “toda la historia de México, desde la Conquista hasta la Revolución, puede verse como una búsqueda de nosotros mismos”. ¿Qué tanto de esta búsqueda será resuelta en los años por venir? ¿Cuánto de sí mismos podrán conocer los mexicanos de la generación del Bicentenario? ¿Hasta dónde llegarán la paz y el progreso que cada uno lleva con ustedes? La respuesta es incierta, porque el futuro siempre lo es. Pero yo soy un irremediable optimista.

Que no quepa la menor duda: hay mucho qué celebrar. Hoy el sol está vestido de charro. Permitamos que esta noche se nos alborote el alma. Recordemos mañana que el agua sabe mucho mejor si nos la sirven en un jarrito de barro. Gritemos fuerte, claro, y sin pena: nos sobran los motivos. Festejamos porque esta nación es luz, música y color. Celebramos porque su gente es suave, pacífica y trabajadora. Sintámonos orgullosos porque estamos aquí. Y porque somos nosotros.

Parafraseo a Michel de Montaigne al decir que la Independencia no es una botella que hay que llenar, sino un fuego que es preciso encender. La invitación obvia es a que esta noche, independientemente de botellas, llenas o vacías, seamos capaces de ver más allá de la celebración. Es preciso encender un fuego nuevo que dé luz y esperanza a las generaciones por venir, y que ofrezca certeza a la generación que ya está aquí. ¿Hay mejor manera de encender ese fuego que con una fiesta como la que nos espera esta noche de Bicentenario?

No lo creo.

Atizapán de Zaragoza, México.

Septiembre 15, 2010

domingo, septiembre 05, 2010

Light My Fire

"Un niño no es una botella que hay que llenar,
sino un fuego que es preciso encender".
- Montaigne

martes, agosto 31, 2010

Inicia bien "Gritos de muerte y libertad"

Me ha parecido muy correcto el inicio de la serie Gritos de muerte y libertad.

La producción es impecable: ambientación y vestario extraordinariamente bien cuidados; actuaciones muy solventes (ayer se presentaron Emilio Echevarría y Mario Iván Martínez en los papeles del virrey Iturrigaray y Francisco Primo de Verdad: también aparecieron Miguel Rodarte y Tiaré Scanda, entre otros).

El discurso histórico está muy bien llevado. No soy especialista, desde luego, pero no percibí yerros en esa materia en el episodio de ayer.


Me da gusto que un programa así se transmita en horario estelar en la cadena de televisión abierta más importante del país. Espero que conforme la serie vaya avanzando, la calidad se mantenga. Será muy interesante conocer cómo resolvieron actores y productores los momentos más álgidos de este momento histórico. El reto, me parece, habrá sido presentarlos de manera verosímil, sin la cursilería y la pátina de patrioterismo que cubren a los personajes que veremos en televisión en próximos días. Que superen, por favor, lo hecho en La antorcha encendida (1996), quintaescencia de la chafez televisiva.

Los mexicanos, pienso, ya estamos preparados para conocer héroes de verdad, no simples caricaturas de estampita.

Veremos.

viernes, agosto 27, 2010

miércoles, agosto 25, 2010

La Belleza


Me enteré la misma tarde del lunes, pero no me interesó ver la final de Miss Universo en vivo. Preferí seguir trabajando. Seguramente también chateaba y escuchaba música. Jimena Navarrete no existió en mi mundo sino hasta que ya entrada la noche empecé a ver en Twitter primero y luego en facebook que varios de mis conocidos y algunos amigos replicaban la noticia: ¡Ganamos Miss Universo!

Al principio creí que era broma. Cuando confirmé que era cierto, utilicé los mismos medios para expresar mi alegría por la noticia. No tardaron en aparecer personas que se dijeron decepcionadas de mi posición: ¿Cómo era posible que me alegrara por algo tan banal? ¿Por qué me daba gusto una noticia tan irrelevante? ¿Qué no me daba cuenta de que el premio había sido comprado?

Debo aclarar: a mí el concurso en sí mismo me parece, sí, irrelevante. Las consecuencias de que lo gane una mexicana, no. Precisamente el post anterior a éste aborda el hecho de que un país que debería estar viviendo el prolegómeno de una fiesta histórica se encuentre sumido en una depresión que parece cada vez más honda: un día y otro también nos enteramos de hechos atroces (secuestran y asesinan a un alcalde aquí, encuentran dos decapitados allá, el narco impone bloqueos carreteros más allá).

Ni siquiera los actos explícitamente dedicados a calentar la pista de los festejos del Bicentenario encuentran eco (en gran medida por la supina torpeza del gobierno en este tema): el traslado de los restos óseos de los héroes transcurre con mucha pena y nada de gloria; se retrasa la “Estela Bicentenario” por errores en el cálculo de su presupuesto (¡plop!) y la canción oficial de los festejos del gobierno es vituperada hasta el hartazgo en las redes sociales (yo contribuí a ello, lo confieso: la canción me parece espantosa).

Y entonces Jimena Navarrete, mexicana, gana un concurso de belleza internacional. Circula en las redes sociales que cuando le preguntaron cuál había sido su secreto para ganar ella respondió: “No hice sándwich”. Ignoro si realmente lo dijo, pero la respuesta pone el dedo en la yaga abierta de la Selección Mexicana y su eterno halo de fracasos. La gente se alegra. Sale el espontáneo que dice “Vamos al Ángel”. Los periodistas reseñan la forma en que Jimena “no sólo es bella, sino también inteligente”; a algunos les da gusto el hecho de que al momento de responder las preguntas del jurado haya decidido hablar en español y no practicar un inglés champurrado, como otras de sus competidoras nomás por no “verse mal” respondiendo en su lengua materna.

Para mí lo que vale es que es mexicana, y que ganó. “Pero hay cosas más importantes qué ganar”, me dicen. Y estoy de acuerdo. Yo sí iría al Ángel a celebrar un Nobel. Pero el lunes ganamos Miss Universo, no el Nobel. Y ese hecho hizo que muchos mexicanos sintieran gusto de estar aquí, en este país, y de ser lo que somos, mexicanos. No es algo que ocurre a menudo y es algo que, sí, considero necesario. Me duele el ánimo por los suelos que percibo en los noticiarios que veo y escucho, en las charlas de café que sostengo con gente que quiero, en las calles que camino. Me fastidia mucho sentir ese dejo de fatalismo que parece recordarnos en todo momento que estamos hechos para el fracaso, que este país está condenado a la derrota, que es nuestro destino no levantar cabeza…

Ocurre lo de Miss Universo y me salen con que el premio lo compró el gobierno de Calderón para alegrar a la gente. Me río del disparate (aunque me lo hayan dicho en serio) y pienso que entonces Calderón ha tomado (¡por fin!) una decisión acertada.

“Es pan y circo”, remata una amiga en la oficina. ¿Y por qué eso es necesariamente malo? Veo el periódico esta tarde y me entero de que un comando armado mató en Tamaulipas a 72 migrantes ilegales que se negaron a ser extorsionados. Setenta y dos. Porque se resistieron a un abuso inhumano. A lado está la imagen de Jimena Navarrete… ¿Click en la nota de los masacrados o en las pecaminosas piernas de Miss Universo?

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Maruma Godoy ha respondido, al menos parcialmente, a este post. Revisen su entrada en Verba In Situ