lunes, diciembre 07, 2020

Elogio de "The Office"


Todos los que hayamos pasado algún tiempo trabajando en una oficina podemos relacionarnos con este programa: hemos conocido (o hemos sido) el que mata el tiempo resolviendo crucigramas y sale corriendo a la hora de la salida, el que no tiene idea de cómo llegó a ese lugar de trabajo, pero ya lleva demasiados años ahí y no sabe hacer otra cosa, el que afirma que está en esa oficina temporalmente porque está desarrollando proyectos alternativos mucho más interesantes...

Pero más allá de esos lugares comunes, que son el motor de la serie, los productores del show y sus guionistas lograron detonar reflexiones de mayor calado. Creo que eso es lo más valioso de The Office: puedes simplemente pasar un tiempo divertido viendo cómo esos Godinez celebran otro cumpleaños en la sala de juntas (previa planeación de un comité especialmente nombrado para ello, en el que desde luego se encuentran dos compañeras que se caen mal), pero también puedes dar paso a las preguntas que plantea la serie, un capítulo tras otro: qué características tiene un jefe valioso, cuáles son las razones correctas para quedarte en un empleo, qué señales te exigen salir de ahí lo antes posible)...

Desde luego que tiene sus falencias: las últimas dos, tres temporadas son notablemente menos sólidas que las primeras (mucho de eso debido a la salida de Steve Carrell del show, y al muy poco encanto que James Spader aportó como sustituto), pero a poco más de diez años de la emisión de su último episodio, la serie se mantiene vigente gracias a esa soberbia colección de personajes entrañables puestos en situaciones en las que todos hemos estado alguna vez. 

Dicen que la vida de oficina tal como la vemos en este programa dejará de ser así muy pronto. Antes de la pandemia y el teletrabajo ya se hablaba de empresas con oficinas sin paredes y muchas amenidades para los empleados. A mí incluso me ha tocado visitar alguna con sala de descanso para leer (cualquier cosa que no sea de trabajo, me dijeron) y en la que, si lo deseas, puedes echar la siesta sin miedo a perder tu bono de productividad. Quizá entonces The Office quede como un testimonio de aquellos centros de trabajo en los que se reunían personas en algo similar a corrales con el cumplimiento de indicadores de eficiencia como su única misión... siempre que ella ocurriera entre 9 y 5 y definitivamente no en la hora de comida. 

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Las nueve temporadas de The Office se encuentran disponibles en Amazon Prime. 

domingo, junio 14, 2020

Pequeños fuegos por todas partes



Una madre soltera y su hija llegan a un fraccionamiento de clase media alta en Estados Unidos. Llevan todas sus pertenencias en un auto destartalado. Son recibidas por su nueva casera, que ha decidido rentarles el espacio a precio reducido como un acto de caridad, dado que es evidente que no podrían pagar esa vivienda. La madre soltera se llama Mia (Kerry Washington). Su hija, Pearl. Las dos son negras. Su benefactora es Elena (Reese Witherspoon), que vive en el mismo fraccionamiento, pero en una casa mucho más grande y con una familia a todas luces perfecta (su esposo e hijos son también blancos y guapitos de postal, aparte de exitosos). En medio de todo esto, y sin conexión aparente, está la historia de una bebé china adoptada por una vecina del fraccionamiento. 

Así empieza Pequeños fuegos por todas partes (Little Fires Everywhere) una miniserie recientemente estrenada en Amazon Prime, que toma como base la novela del mismo título escrita por Celeste Ng y que está llamada a ser una de las mejores series del año.

Conforme se desarrolla la trama, descubrimos más de las dos familias que vimos al principio. Nada es lo que parece. Mia no es solamente esa madre luchona a la que le cuesta llegar a la quincena; su hija, Pearl, no está tan orgullosa de la vida de esfuerzo que su madre le ha dado. Del otro lado, Elena está misteriosamente obsesionada por la adopción de la bebé china y su esposo e hijos muestran que no son los rubitos perfectos de las postales que Elena envía en diciembre a todos sus conocidos.

Sobrevolando la vida de todos estos personajes (y a veces clavando sobre ellos sus dientes sin misericordia) se encuentra la cuestión de la maternidad. ¿Por qué las mujeres deciden tener hijos? ¿Realmente lo deciden? ¿O es, en el mejor de los casos, una de esas acciones que la sociedad les impone para confirmarse como mujeres? ¿Qué decir de los casos en que la maternidad es un "accidente de la vida" que no se prevé pero se asume, aunque eso trastoque de manera definitiva el resto de sus vidas (y no siempre de manera positiva)? Luego, claro, están los hijos y su crianza. ¿Hasta qué punto las madres están dispuestas a aceptar y respetar hijos que cuando crecen no son "lo que se espera de ellos"? ¿Qué tan cierto (y justo) es ese dogma de la maternidad que afirma que una madre quiere a sus hijos "como sean"? 

Y quizá éste es el punto más fuerte de la serie: es muy, muy, MUY femenina (y feminista, diría). Las productoras son las mismas actrices que la protagonizan. La novela en la que está basada fue escrita por una mujer. Y de los ocho episodios que la integran seis fueron escritos y dirigidos por mujeres. No queda sino celebrar que estas preguntas sobre la maternidad las hagan mujeres, para variar. Y que lo hagan con un producto de factura impecable y sin concesiones sensibleras. Corran a ver Pequeños fuegos por todas partes. No es para nada cómoda, pero es sin duda indispensable. 

jueves, junio 04, 2020

Dos series poco serias (y por eso buenas)

Formado en Saturday Night Live, Greg Daniels es el guionista responsable de varios episodios clásicos de Los Simpson ("La boda de Lisa", por ejemplo) y, sobre todo, es muy conocido por haber encabezado al equipo de guionistas que adaptó The Office a EU. 

En estos días Daniels ha estrenado dos sitcoms de los que es guionista y productor ejecutivo. Uno en Amazon Prime y otro en Netflix.

Creo necesario aclarar que estas dos recomendaciones son de series de comedias ligeras. No son joyas destinadas a ocupar páginas de gloria en la industria del entretenimiento, pero cumplen sobradamente su misión de sacarnos una sonrisa y acaso una carcajada, lo cual no es poco en los tiempos que corren.  

Empecemos.

Space Force



Quizá recuerden el revuelo que a principios de año causó la presentación que Donald Trump hizo del logo de la Fuerza Espacial estadounidense (fue la comidilla en redes sociales por su parecido con el de Star Trek). Bueno, pues precisamente a esa rama especial del Ejército, que nació con la encomienda de proteger las instalaciones estadounidenses en el espacio, se dedica este programa, pero en tono de farsa.

El programa reposa sobre los hombros dos actores brillantes (Steve Carrell como el general responsable de la Fuerza Espacial y John Malkovich como su asesor principal). Ellos son los encargados de cumplir la promesa hecha por un presidente irascible e ignorante que aseguró poder enviar una misión tripulada a Marte en 2024. Ellos dos son también la poca sensatez que queda en un equipo aplastado por la burocracia y la complacencia a la jerarquía militar. 

La serie funciona bien, sobre todo por Carrel y Malkovich, que manejan sus papeles con mucha solvencia. Y también hay un subtexto muy fino, muy bien llevado, de crítica a la administración Trump y a la ineficacia de una institución bien disciplinada y sin embargo altamente incompetente.

UPLOAD



Esta serie ubicada en el futuro cercano plantea un desarrollo científico y tecnológico que no resulta una absoluta locura (chequen, si no, esta nota al respecto): evitar la muerte transfiriendo nuestro ser a un disco duro. Y ya después de tu muerte física, tu mente (o tu ser, o lo que sea que se guarda en ese disco) puede irse al Paraíso o a un lugar no tan lindo... todo depende cuánto hayas podido pagar en vida. En ese "Más Allá", los vivos pueden interactuar con los muertos a través de una interfaz computacional. 

La serie sigue el caso de Nathan (Robbie Amell), un joven empresario que fallece en un accidente automovilístico y al que su novia le paga un paquete VIP para ese "Paraíso" después de la muerte. Ahí conoce y se enamora de Nora (Andy Allo), su asesora en ese mundo virtual (que está viva) y se da cuenta de que su muerte no fue accidental.

Los primeros capítulos de la serie son bastante ligeros (a veces demasiado), pero en todo momento hay una muy ingeniosa ironía respecto a nuestra relación con la tecnología (y el consumismo asociada a ella). En la recta final, UPLOAD gana una densidad muy apreciable que concluye con la mesa puesta para una segunda temporada que ya fue confirmada. 

domingo, abril 26, 2020

No me mires (o, bueno, sí)



Imaginen una mascota electrónica que consiste en un muñeco de peluche con rueditas y una cámara integrada. Su nombre comercial es kentuki. Tienes dos opciones para jugar con él: la primera es como "amo": lo compras (279 USD) y, en cuanto lo conectas al WiFi, permites que alguien (el que eligió la otra opción, y a quien tú no conoces) pueda ver todo lo que haces mientras el juguete esté encendido (y  no eres tú el que tiene esa alternativa). La otra opción para jugar es "ser" el juguete, es decir, la persona que --a través de una tableta o computadora-- controle al kentuki, encendiéndolo y apagándolo a voluntad y aprovechando el limitado movimiento que ofrecen sus rueditas.

Las reglas del juego son que, al menos de inicio, no se puede hacer contacto directo entre el "amo" y el "ser" (uno puede estar en Hong Kong, por ejemplo, y el otro en Oaxaca) y tampoco puedes elegir a quién ver o quién te vea. Estas restricciones, desde luego, pronto empezarán a ser violentadas. Esa es parte importante de la trama de esta novela. 

¿Quién pagaría para que lo vieran? ¿Y quién pagaría para ver? ¿Y qué pasaría si, ya entrado en el juego, me empeño en hacer contacto con la persona a la que veo (o que me está viendo)? Estas son las premisas que detonan Kentukis, la más reciente novela de Samanta Schweblin (Buenos Aires, 1978).

Muy al principio, cualquier persona más o menos "normal" (ojo con las comillas) se negaría en redondo a pagar por observar a alguien, o por ser observado. Pero no hace falta rascar demasiado en lo que ya ocurre con nuestros smartphones para darnos cuenta de que la premisa de Schweblin no es profética, sino costumbrista. Lo que plantea la autora no es que pueda ocurrir, es que ya ocurre: observar y ser observados es la razón de ser de las redes sociales a las que, según estudios, dedicamos más de dos horas al día.

La novela es polifónica: a lo largo de ella, conocemos distintas versiones de "amos" y "seres", algunas más desarrolladas que otras, pero todas con una perspectiva valiosa de esta tentación tecno-voyerista. Otro acierto es que la autora evita el final moralino y facilón de condenar la tecnología o nuestra relación con ella. Permite al lector sacar sus propias conclusiones y reflexionar en torno a lo que haremos cuando tengamos ese artefacto en casa... si no es que lo tenemos ya, conectado a su cargador y con su cámara encendida.
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Kentukis, de Samanta Schweblin, está editada por Random House (2018). La edición digital cuesta $119; la impresa, $285.4.

miércoles, enero 15, 2020

¿Qué pasó en Torreón?

El pasado viernes 10 de enero hubo un tiroteo en el Colegio Cervantes de Torreón, Coahuila. Las primeras versiones de los hechos las dio a conocer el alcalde de la ciudad, Jorge Zermeño Infante, quien adelantó que el causante del tiroteo fue un niño de 11 años, estudiante del plantel educativo.
El alumno llevaba dos armas de fuego, las cuales usó para matar a su maestra, disparar a sus compañeros (hubo seis lesionados) y luego suicidarse.
Como sucede siempre en estos casos, las redes sociales fueron medios y testigos de una gran cantidad de comentarios y análisis de los hechos. Los más recurrentes, al menos con base en lo que yo pude leer, se referían a las declaraciones de Miguel Riquelme, gobernador de Coahuila, en el sentido de que un videojuego "pudo haber influido" al niño que realizó el ataque. El gobernador asumió eso después de enterarse de que el atacante había utilizado un atuendo imitando a Eric Harris, uno de los perpetradores de la masacre en Columbine en 1999, que a su vez llevaba una playera con el nombre de un videojuego llamado Natural Selection.
Personalmente no me sorprende ya, pero sí me sigue molestando muchísimo, la capacidad de nuestra sociedad para construirse respuestas fáciles que mantengan el status quo y "no le muevan" a lo que verdaderamente importa. Lamento a las multitudes que encuentran la tragedia de Torreón razones para criminalizar a los niños y adolescentes y vulnerar su derecho a la privacidad con revisiones de mochilas en escuelas que se pretenden seguras. Repudio también a quienes afirman desde una falsa superioridad moral que seguramente el niño de Torreón tenía problemas porque vivía con su abuela y no tenía a sus dos padres cerca (como si la "vacuna" contra cualquier trastorno emocional fuera vivir en una familia nuclear tradicional). 

Precisamente desde lo ocurrido en Columbine en 1999, he investigado mucho sobre ese hecho y otros similares. Lo que he obtenido como experiencia es que esos monstruos que nos espantan se parecen bastante a nosotros (los "normales") y SIEMPRE son sumamente complejos (como nosotros). Nunca (¡nunca!) se trata de personajes planos, que permiten ser clasificados en la carpeta de "Malos" sólo porque supuestamente sus vidas carecieron de amor y atención. 

Un caso específico de lo anterior son los mismos perpetradores de la masacre de Columbine. Eric Harris y Dylan Klebold eran adolescentes perfectamente "normales". De hecho, un año antes de los asesinatos, ambos fueron atendidos por psicólogos y psiquiatras como parte de la atención que se les dio tras haber cometido un delito menor. Ninguno de los especialistas que los trataron detectó algo anómalo en ellos. Sue Klebold, la mamá de Dylan, negó durante mucho tiempo que su hijo fuera "malo" y atribuyó la responsabilidad de los crímenes a Eric, quien habría influenciado negativamente a Dylan. Varias grabaciones y textos que ambos dejaron le obligaron a reconocer la dolorosa realidad de que su hijo había sido tan responsable como Eric en los hechos. La Sra. Klebold escribió en 2015 un libro narrando su experiencia. Por ese entonces se presentó en una conferencia TED (que dejo abajo), y contó lo mucho que le duele cuando alguien le pregunta/reclama cómo fue posible que no se diera cuenta de los problemas que tenía su hijo. "He aprendido que no importa cuánto queramos creer que podemos... no podemos conocer ni controlar todo lo que nuestros hijos piensan y sienten. Y creer que somos diferentes, que nuestros hijos nunca pensarían en hacerse daño o dañar a alguien, hace que no veamos su parte oculta".

Su respuesta es devastadora, porque nos asoma a un abismo: lo que le ocurrió a ella, como lo que le ocurrió a la familia del niño en Torreón, nos pudo (y nos puede) ocurrir a cualquiera. Ninguno de nuestros hijos se encuentra a salvo sólo porque le preguntamos cada noche cómo le fue ese día. Y ciertamente tampoco está mucho más seguro sólo porque le revisen la mochila a la entrada de la escuela o le prohibamos jugar videojuegos. La respuesta es, insisto, mucho más compleja, y creo que queda brillantemente resumida en lo que contestó Marilyn Manson después de que varios lo señalaran como parcialmente responsable de que los adolescentes estadounidenses se sintieran atraídos por la "cultura de la muerte" que supuestamente él representaba a principios de este siglo. En su documental Bowling for Columbine (2002) Michael Moore le preguntó a Manson: "Si pudieran escucharte en este momento, ¿qué les dirías a los chicos que perpetraron la matanza de Columbine?" Manson respondió: "No les diría ni una sola palabra. Escucharía lo que tuvieran que decirme... que fue lo que nadie hizo jamás".