Vista lateral del Colegio Williams, en Mixcoac, mi alma mater de primaria a preparatoria.
(Foto del blog grandescasasdemexico.blogspot.mx)
Hace
unos días leí en el blog de Petra Llamas un post en el que reflexiona sobre el papel de la escuela en la sociedad posmoderna. Llamas, que ha sido
profesora en todos los niveles educativos, profundiza sin miramientos sobre las
diferencias entre la educación moderna, desarrollada en el siglo XIX, y la
educación posmoderna, a cuyo molde se adapta años la
actividad educativa contemporánea, al menos en Occidente:
El posmodernismo proclama que
una educación con autoridad, disciplina o exigencia pertenece al pasado
modernista. Ahora se impone educar
en las emociones y por seducción. El alumno debe sentirse atraído hacia
el objeto de aprendizaje. Aunque al final quede abrumado por tanta información
y se vuelva apático e indiferente. El conocimiento
lo irá adquiriendo sin presiones, ni autoritarismos. Mientras tanto, la escuela se convierte en un espacio de
aburrimiento, donde los saberes se rezagan con respecto al resto de la
sociedad.
Por
incómodas que me resulten las aseveraciones de la autora, no puedo estar más de
acuerdo, sobre todo con la última parte: todos los días constato que la escuela
se ha convertido, en efecto, “en un espacio de aburrimiento, donde los saberes se
rezagan con respecto al resto de la sociedad”. Y ello no es exclusivo de esta
generación. Ya en mis tiempos la principal motivación para ir a la escuela era
social, no académica (iba para estar con mis amigos, o para ver a la chica que me gustaba). Pero
en mis tiempos no había smart-phones, ni Facebook, ni Twitter, ni
WhatsApp, ni tabletas con decenas de atrayentes aplicaciones para usar mientras
el profesor en turno se esmeraba por lograr algo de nuestra atención. Estudié
la preparatoria a fines de los ’90. Soy profesor desde hace seis años. Y
estoy seguro de que la escuela es ahora más aburrida que nunca.
La
pregunta que encabeza este post resulta entonces más difícil de responder. Si
las cosas están tan mal, si el sistema es cada vez más inoperante, ¿qué sentido
tiene ser profesor en los tiempos que corren? Ya en un post anterior comenté
sobre la dificultad que entraña dedicarse a la docencia, al menos desde una
perspectiva social (y al menos en México). Diré más aún: cuando yo estaba en la
preparatoria veía con condescendencia y a veces con lástima a mis profesores.
Incluso de los maestros y maestras que más positivamente me marcaron en esos
años llegué a pensar que estaban desperdiciando su tiempo y talento dando clases a
adolescentes que en su inmensa mayoría no teníamos interés alguno en aprender
despejes, partes de la célula o nociones de Derecho Positivo Mexicano, por mencionar sólo
tres temas que me pasaron de noche en aquellos años.
Hoy,
desde luego, mi perspectiva es muy distinta. Desde hace algunos años estoy del
otro lado (de su lado) y me encuentro inexpresablemente agradecido con
profesores y profesoras como Ernesto Fritsche, Ernesto García Cabral, Rosario
Alva, Leticia Chapa, Enrique Cortés, Lizbeth Padilla y María Eugenia Ojeda, por
mencionar sólo algunos de quienes aprecio sobremanera que hayan decidido estar
ahí y no en otro lugar, que hayan elegido ser profesores y no otra cosa. Mi vida no habría sido la misma si sus decisiones personales y profesionales hubieran sido distintas.
Pero
esto no responde a la pregunta originalmente planteada. ¿Por qué ser profesor posmoderno? El lugar común, la respuesta típica, la del librito, dice que educamos
para culturizar, para desarrollar habilidades sociales, para preparar líderes,
para generar mano de obra calificada… y un larguísimo etcétera. Todas son
respuestas correctas, pero desde mi punto de vista ninguna es satisfactoria. No
rehúyo la responsabilidad de dar clases de Literatura a un futuro CEO de
empresa trasnacional, o a alguna futura ganadora del Nobel de Química (al
contrario: esa responsabilidad me parece extraordinaria) pero no acepto que mi
papel se limite a mostrarle el conocimiento básico que requiere ese alumno para
puntuar alto en el CENEVAL o en la prueba ENLACE y así obtener su lugar en alguna
universidad. Yo, inmodestamente, aspiro a algo más. Aspiro a que mis alumnos conozcan de sí mismos algo que no conocerían si no fuera por
ese cuento, por ese personaje, por ese verso que tengo la oportunidad de poner
frente a sus ojos y comentar con ellos. Que se conozcan un poco más. O que se
re-conozcan. Me da un poco lo mismo si en el camino se memorizan las fechas de
nacimiento y muerte de los autores que revisamos en el semestre, siempre que
ese camino les revele algo de sí mismos. ¿Y para qué? Fernando Savater responde citando a Píndaro
cuando recomendó a sus discípulos: “Llega a ser el que eres”.
Los
demás seres vivos nacen ya siendo lo que definitivamente son, lo que
irremediablemente van a ser pase lo que pase, mientras que de los humanos lo
más que parece prudente decir es que nacemos para la humanidad. Nuestra
humanidad biológica necesita una confirmación posterior, algo así como un
segundo nacimiento en el que por medio de nuestro propio esfuerzo y de la
relación con otros humanos se confirme definitivamente el primero. Hay que
nacer para humano, pero sólo llegamos plenamente a serlo cuando los demás nos contagian
su humanidad a propósito… y con nuestra complicidad. (Savater, 22)
Ese proceso de contagio consciente, voluntario y esforzado de
humanidad es precisamente la educación. Educamos para formar seres humanos y en ese camino ofrecer
a los educandos las herramientas necesarias para que lleguen a ser lo que son.
¿Y cómo lograr esto?
No estoy muy seguro. Me montaré sobre los hombros de dos gigantes para esbozar una respuesta.
Casi al final de su libro de memorias, Frank McCourt
advierte:
Es difícil, pero tienes que lograr estar a gusto en el
aula. Nunca sabrás qué les has hecho a, o qué has hecho por, los cientos que
vienen y van. Los ves salir del aula: soñadores, insulsos, despectivos,
maravillados, sonrientes, perplejos. Después de unos años desarrollas antenas.
Sabes cuándo llegaste hasta ellos, cuándo te los pusiste en contra. Es química.
Es psicología. Es instinto animal. Estás con los chicos y, mientras quieras
seguir siendo profesor, no hay escape. Eres tú y los chicos. (McCourt, 283)
De esas “antenas” Benjamin Zander habla también, refiriéndose
a los ojos de sus alumnos:
Descubrí que mi tarea era despertar posibilidades en
otros. Y por supuesto quería saber si lo estaba haciendo. ¿Y saben cómo se
descubre? Mirándolos a los ojos. Si sus ojos están brillando, sabes que lo
estás logrando. Si los ojos no brillan, tienes que hacerte una pregunta: ‘¿Quién
estoy siendo que los ojos de mis alumnos no brillan?’ (…) Yo tengo una
definición de éxito. Para mí es muy simple. No se trata de riqueza, fama o
poder. Se trata de cuántos ojos brillantes hay a mi alrededor.
Pienso que la única razón de ser de un profesor (desde Sócrates hasta McCourt, Savater o Zander), es precisamente ese brillo en los ojos de los alumnos que de pronto iluminan algo en sí mismos: algo inesperado y a veces turbio, pero siempre constituyente de un eslabón para llegar a ser quienes son. No ocurre siempre. Ni siquiera la mayoría de las veces. De hecho ocurre sólo esporádicamente. Pero es esto lo que uno intenta alcanzar al entrar a un salón repleto de alumnos. Si uno no busca esto, en tiempos de Twitter, Google, Wikipedia, iTunesU, YouTube, MOOCs y un sinfín de herramientas que los seres humanos tenemos para adquirir información, uno se pierde entre gritos, reclamos y amenazas. Y pierde, en efecto, talento y tiempo intentando ofrecer a los alumnos algo que pueden obtener de mejores fuentes.
Bibliografía
McCourt, F. (2008). El profesor. Bogotá: Norma.
Savater, F. (2006). El valor de educar. Barcelona: Ariel.
5 comentarios:
¡Gran reflexión!, mis ojos sí brillaron. Gracias.
Me parece una excelente reflexión. Gracias por compartirla y el video es también muy oportuno para el mensaje que das.
Pepe, que excelente artículo y sobre todo que "padre" que estés disfrutando tu transformación "de este lado".
Mis respeto como colega y mi admiración por tu entrega.
¡Muchas gracias, Ray! :-) Igualmente: mucho respeto y gratitud por el estupendo trabajo que haces.
Excelente reflexión, Pepe. Das en el centro de la diana. Uriel Valdes
Publicar un comentario