Deberíamos educar personas capaces de hacer cosas nuevas y no sólo de repetir lo que otras generaciones hicieron.- Jean Piaget
Hay
sin embargo una aportación valiosa y aparentemente auténtica en el siglo XX. Es la de un psicólogo que no
basó su carrera en la impartición de clases y desarrolló la mayor parte de
su trabajo hace medio siglo. Me refiero a Jean Piaget.
Desde la soberbia posmoderna, puede pensarse
que este pedagogo suizo ha sido superado, pero basta darse una vuelta por
la mayor parte de las aulas mexicanas para darse cuenta de la sorprendente (y
en muchos casos también triste) actualidad del legado piagetiano. Uno pensaría,
por ejemplo, que por lo menos desde que Piaget advirtió contra el
“adultomorfismo” de los niños, éstos ya habrían ganado el respeto intelectual
de sus padres y profesores. ¿Respeto intelectual a los niños? ¡Pero qué van a saber
los críos!
Escribe Emilia Ferreiro, cuya tesis doctoral fue dirigida por Piaget:
El niño
que Piaget nos invita a interrogar no es un receptáculo sino una fuente de
conocimientos. Parece que dice cualquier cosa. Pero hagamos la hipótesis
inversa. Desde el punto de vista heurístico, es mucho más rentable suponer que
todo lo que dice el niño, todo lo que hace, cuando habla o cuando se calla,
está motivado. Busquemos el sentido de sus palabras y de sus silencios. Y sobre
todo olvidemos por un momento que nosotros “ya sabemos” las respuestas: finalmente
las respuestas interesan menos que el camino para llegar a ellas. (Ferreiro,
2004, p. 23)
En esta idea subyace una forma completamente
revolucionaria de asumir la actividad educativa: los niños no son “adultos
pequeños” en espera de que les enseñemos a comportarse, pensar y aprender “como
debe ser”.
Para
interrogar al niño al modo de Piaget hay que recuperar la curiosidad frente a
lo desconocido: la frescura de decirle “no entiendo nada, explícamelo de
nuevo”; el deseo de compartir las razones de un modo de razonar, de recorrer
nuevamente los senderos de los primeros descubrimientos (senderos que ya no
podemos recorrer por introspección) (Ferreiro, 2004, p. 23)
Y, ojo, se trata de un respeto intelectual, no afectivo.
No se respeta al niño sólo porque es niño (pequeño, tierno, carne de mi carne,
etcétera) se respeta además y sobre todo porque es inteligente y creador.
Al menos en un par de ocasiones le he escuchado al Dr.
David Garza, rector del ITESM para la Zona Metropolitana de Monterrey (bastante
versado en temas de innovación educativa, por cierto) que los profesores de
ahora educamos alumnos del siglo XXI en salones del siglo XX e ideas del
siglo XIX. Recuerden si no qué tanto respeto recibieron de sus profesores
(intelectualmente hablando, insisto) y dense una vuelta por cualquier escuela
para corroborar si la situación ha cambiado de manera significativa en los
últimos 20 o 30 años. Para muestra un botón: hace unos días posteé en mi cuenta
de Twitter otra idea señera de Piaget: “La coerción es el peor de los métodos
pedagógicos”. No pasaron muchos minutos para que recibiera la respuesta de un
colega: “Es el peor, pero el que ha dado mejores resultados”. No logro entender
cómo se puede entrar a un salón de clases, de cualquier nivel educativo,
pensando así. Pero soy consciente de que muchos profesores que se
encuentran activos tienen la misma idea… La misma de hace 150 años que
asume que el niño (o el adolescente, o el joven) se convierte en ser
pensante gracias a los adultos que se lo enseñan. Y si esa asunción ha durado
tanto tiempo es porque funciona, ¿no? Como si sólo las ideas buenas
sobrevivieran al paso del tiempo.
No es esta la aportación más importante de Piaget, pero
es suficiente para abrir boca. Su vastísima obra incluye decenas de
publicaciones, de las cuales sólo una pequeña parte está dedicada a la
educación. Además de la biología y la filosofía en su formación inicial,
cultivó la epistemología y la psicología. Fue además director de la Oficina
Internacional de Educación de la UNESCO entre 1929 y 1968. Entre esta ingente
cantidad de trabajo es probable que no recordemos a Piaget por el respeto
intelectual que profería a los niños con los que trabajaba, sino por su
celebérrima teoría de los cuatro estadios del desarrollo cognitivo que dio lugar al constructivismo, una
corriente pedagógica llamada a cambiar la educación del siglo XX y cuyos
efectos no terminan de ser asimilados en los primeros años del XXI. Éste
pondera la importancia de la actividad del alumno: “Una verdad aprendida no es
más que una verdad a medias. La verdad entera debe ser reconquistada,
reconstruida o redescubierta por el propio alumno”. (Munari, 1999, p. 317).
Esta corriente daría lugar a varios modelos muy populares en años recientes,
como la Enseñanza Centrada en el Alumno.
Sin embargo, hace falta recorrer un largo
trecho en la formación docente para que estas ideas se practiquen
cotidianamente en los salones de clase. Al menos en mi experiencia
personal resulta muy desconcertante ver cómo la mayoría de los profesores sigue
asumiendo que el respeto es unidireccional: el alumno se lo debe al profesor en forma de obediencia y sumisión. Desde esa
perspectiva no hay teoría de inteligencias múltiples que funcione (hace unos
meses, mientras comentaba con un profesor un texto de Gardner sobre ese tema,
me dijo que él consideraba que ésos eran “pretextos” para justificar el mal
desempeño de los alumnos inquietos) ni enseñanza centrada en el alumno que
fructifique. De muy poco sirve el constructivismo si los profesores en las
aulas no están convencidos de que su trabajo no consiste en enseñar, sino en
facilitar el aprendizaje de los alumnos. Y para ello se requiere, desde luego,
considerar a los alumnos capaces de
realizar ese trabajo. Pero en la pequeñez de muchas mentes adultas esa verdad,
palmaria como la demostró Piaget, no tiene cabida. Y sin esos pasos previos, el
edificio epistemológico y educativo propuesto por Piaget es indiscernible.
Bibliografía
Ferreiro, E. (2004). Vigencia de Jean Piaget. México: Siglo
XXI.
Munari, A. (1999). Jean Piaget.
Perspectivas: revista trimestral de
educación comparada, vol. XXIV, 1-2, págs. 315-332.
Rosas, R. y Sebastián, Ch.
(2008). Piaget, Vigotski y Maturana.
Constructivismo a tres voces. Buenos Aires: Aique.
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