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lunes, mayo 14, 2018

Tres libros para enseñar mejor


Aprovecho la llegada del Día del Maestro para recomendarles tres lecturas que han marcado una diferencia notable en mi forma de asumir la actividad a la que desde hace once años dedico mi vida: la educación. Si son padres y/o profesores les aseguro que estas obras les abrirán caminos a destinos desconocidos, pero que necesitan conocer.  
Lecciones de los maestros, de George Steiner (2004)
George Steiner (París, 1929), legendario profesor de literatura comparada y uno de los intelectuales más importantes del último medio siglo hace un recorrido de lo que significa ser maestro desde Sócrates hasta nuestros días, pasando por Jesús, Dante, Nietzsche y la tradición confucianista. ¿Por qué un profesor decide serlo? Y, como alumno, ¿qué sentido tiene asistir a clases en la era Google y Wikipedia? Responde el profesor Steiner: “Ningún medio mecánico, por expedito que sea; ningún materialismo, por triunfante que sea, pueden erradicar el amanecer que experimentamos cuando hemos comprendido a un Maestro. Esta alegría no logra en modo alguno aliviar la muerte. Pero nos hace enfurecernos por el desperdicio que supone porque llega un momento, siempre inevitable, en el que ya no hay tiempo para otra clase”.
Este libro me fue recomendado por Eduardo Díaz, alumno de la primera generación a la que di clases. Desde entonces he leído mucho sobre pedagogía, pero nada con la densidad filosófica desde la que Steiner aborda el tema.
Crear o morir, de Andrés Oppenheimer (2014)
No es precisamente un libro sobre educación, sino sobre innovación. Fue el primero que me puso clara la triste y enfadosa realidad de que en nuestro sistema educativo aniquilamos el sentido de riesgo que implica aprender en serio. Con este libro me di cuenta de lo acostrumbrados que estamos a “formar alumnos” para pasar pruebas que muy poco tienen qué ver con la vida real y cómo los condenamos a la mediocridad al convertirlos en timoratos que buscan certeza y estabilidad prácticamente sin haber vivido. Nos llenamos la boca cacareando las personalidades de Jobs, Gates, Zuckerberg y Branson… pero a la hora buena los formamos con el molde del Godín bien remunerado.
Este libro me lo recomendó también un exalumno, Diego Lara, una tarde que acudió a mi oficina para relatarme una crisis vocacional que atravesaba entonces. “Siento que no estoy aprendiendo nada en la universidad, que estoy perdiendo el tiempo”, me dijo. Leí el libro y lo entendí perfectamente.
Los bárbaros, de Alessandro Baricco (2009)
Este libro llegó a mis manos gracias a mi colega Claudia Magos. En él, Baricco analiza con muy altos vuelos literarios la brecha abierta entre jóvenes y adultos. Habla de la facilidad con la que los segundos calificamos a los primeros despectivamente (de “bárbaros”, en su acepción de "incivilizados", poco menos que salvajes). Pero sobre todo habla de lo mucho que perdemos cuando nos conformamos con esas etiquetas fáciles. Cuando escribió el libro, Baricco rebasaba ya la cincuentena, pero no se conformó con el cliché fácil de cargar contra la generación de Snapchat e Instagram. En vez de eso, intentó algo más digno de un profesor y padre inteligente (y bastante más difícil): comprenderlos. Su texto no concluye con la certeza falsa de "entender a los jóvenes", sino con la valiosa invitación a intentar hacerlo. Es un ensayo brillante y, desde mi perspectiva, nitroglicerina pura para muchas ideas dañinas pero muy cómodas que siguen vivitas y coleando entre profesores y padres de familia.  

lunes, mayo 16, 2016

En Mangas de Camisa 02


Llegamos al principio de semana en pleno cierre de semestre. :-) En esta ocasión el podcast está dedicado a los profesores; incluye un recuerdo en memoria de Ernesto Fristche y recomendación de The Ranch, nueva serie producida por Netflix. Las ideas musicales son de The Dandy Warhols, Rita Lee y La Internacional Sonora Santanera (sí, leyeron bien, jaja). 

Como siempre, les agradezco de antemano su complicidad y sus comentarios. ¡Que lo disfruten!

martes, mayo 14, 2013

Es que somos muy profes


Es desde hace varias semanas (¿meses? ¿años?) un lugar común hablar de los maestros y sus desmanes. Me refiero, desde luego, a los profesores que sobre todo en Guerrero pero también en Michoacán y Oaxaca han salido a las calles a protestar contra la reforma educativa recientemente aprobada en el Congreso.
No es la intención de este texto ahondar sobre los vericuetos de la reforma o las razones de la CETEG, pues no soy experto en leyes ni conozco a fondo la problemática de los profesores guerrerenses.  Lo que me sorprende es la facilidad con la que caemos en el garlito de condenar a los profesores con expresiones como “¿Y esos son los que enseñan a nuestros hijos?”, “Mejor que se pongan a trabajar”, “Por eso estamos como estamos”, etcétera. Valdría la pena considerar, y sólo a modo de ejemplo, que un profesor normalista que empieza su carrera en una escuela primaria aspira a un sueldo de alrededor de 7 mil pesos mensuales. Después de cinco años de trabajo, si todo sale bien, puede aspirar a algo así como 10 mil pesos al mes. Sabemos que si se tiene el privilegio de estar bien parado en el sindicato las cosas pueden ser muy diferentes, pero aquí estamos hablando de profesores “normales”, por decirlo de algún modo, aquellos a los que no les mueve la grilla sino el interés de estar frente a grupo. Profesores de primaria, los que se encuentran más abajo en el escalafón de la carrera magisterial, pero también los que mayor responsabilidad tienen en el proceso educativo: son ellos quienes moldean las bases cognitivas e intelectuales de los alumnos: las bases que en buena medida definirán el desempeño de esos niños como adolescentes en la secundaria y preparatoria y como adultos jóvenes en la universidad. A ellos les pagamos 10 mil pesos al mes, más o menos. Hay algo perverso en un sistema en el que profesores de posgrado, que enseñan a alumnos ya formados y reunidos en grupos poco numerosos, pueden ganar en una semana lo que a otro le exige un mes de trabajo frente a decenas de alumnos en pleno proceso de formación. Ante este panorama, ¿quién en su sano juicio elegiría ser profesor en México?
Y sin embargo prestemos atención a las charlas de café, a las sobremesas dominicales y escuchemos lo que se dice en torno de los problemas del país y sus soluciones. No hay que dejar pasar mucho tiempo para que algún tertuliano llegue a la feliz conclusión de que la pobreza, la inseguridad, la corrupción, la falta de conciencia ecológica y un montón de cuestiones más estarían resueltas (¡pero claro!) si aquella entelequia llamada Sistema Educativo funcionara adecuadamente en nuestro país. Alguien suelta una cifra que leyó sobre que México es el último lugar en la prueba PISA que aplica la OCDE. Y cómo queremos avanzar si en México no leemos ni tres libros al año. Y así. Habría que ver cuántos de quienes pregonan esos datos obtendrían un puntaje satisfactorio en la prueba PISA, y cuántos leyeron más de tres libros el año pasado, pero mi punto es que si a varias de esas personas se les propusiera convertirse en maestros lo tomarían como algo completamente fuera de lugar o incluso como un insulto. Y por supuesto que, si contemplaran la posibilidad, lo harían en una universidad privada y de perdida en licenciatura, donde la crisis educativa es menos severa, y el salario más o menos digno. Dar clases en una primaria pública por 10 mil pesos al mes nunca es opción para alguien que estudió una licenciatura pensando en “ser alguien”. Y sin embargo alguien, algunos deben presentarse todos los días frente a millones de niños que estudian la primaria en escuelas públicas. ¿Quiénes son esos algunos? Muchos son profesores que exigen hoy en las calles que en cuanto empiecen a trabajar se les otorgue una plaza que les garantice de por vida el magro salario destinado para ellos. Eso no los hace automáticamente buenos profesores. Pero al menos a mí me obliga a pensar dos veces antes de despotricar contra ellos. ¿Qué respondería cualquiera de nosotros en un tête-à-tête con alguno de esos maestros si nos preguntara si estaríamos dispuestos a hacer su trabajo en sus condiciones y por su salario?
Dice George Steiner en su libro Lecciones de los maestros:
La auténtica enseñanza es una vocación. Es una llamada. La riqueza, las exacciones de significado que se relacionen con términos como “ministerio”, “clerecía” o “sacerdocio” se ajustan tanto moral como históricamente a la enseñanza secular. El hebreo rabbi quiere decir, simplemente, “maestro”. Pero nos hace pensar en una dignidad inmemorial. En los niveles más elementales –que en realidad nunca son “elementales"– de la enseñanza, por ejemplo, de niños pequeños, de sordomudos, de minusválidos psíquicos, o en el pináculo del privilegio –en los altos puestos de las artes, de la ciencia, del pensamiento–, la auténtica enseñanza es consecuencia de una citación. (Steiner 25)
Qué lejos estamos de esa idea de maestro cuando  asumimos que el profesor debe ser una eminencia en su materia, versado en técnicas didácticas y capacitado para lidiar con  estándares internacionales cuando les pagamos un salario que en otras partes del mundo resultaría insultante (otro dato: según datos de la OCDE en Dinamarca un profesor gana en promedio 95 mil dólares al año. En México los mejores profesores del sistema ganan una quinta parte de eso). Y no todo es cuestión de dinero: el prestigio social del profesor en México es nulo: dar clases aquí es un oficio de grillos y politicastros (si uno desea hacer “carrera” en el sindicato) o de profesionistas chambistas que mandan sus CVs a escuelas y universidades para completar la quincena o sobrevivir mientras encuentran algo mejor. Muy lejos de la vocación a la que se refiere Steiner y más aún de estas palabras también suyas: “Los buenos profesores, los que prenden fuego en las almas nacientes de sus alumnos, son tal vez más escasos que los artistas virtuosos o los sabios”. (Steiner 26) Hasta que como sociedad no estemos convencidos de ello, el sistema educativo no cambiará. Y nuestro desempeño como país en un entorno global tampoco.
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Steiner, G. (2004). Lecciones de los maestros. México: Fondo de Cultura Económica.