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domingo, julio 21, 2013

Tolle, lege

(Agradezco a Claudia Huerta la recomendación del video que ilustra esta entrada)
Hace algunos días concluí la lectura de La buena y la mala educación. Ejemplos internacionales, de la profesora sueca Inger Enkvist. Hay mucho qué comentar al respecto, pero me gustaría dedicar esta entrada del blog a la columna vertebral del libro: la importancia del dominio de la lengua materna que ha propiciarse durante la educación escolarizada.
Vale la pena recordar el dato de que México es el último lugar en la prueba PISA que aplica la OCDE cada tres años. En 2009, cuando el examen se concentró en comprensión lectora, los resultados fueron alarmantes: 40.1% de los adolescentes que presentaron la prueba se ubicaron en un nivel de comprensión insuficiente para acceder a estudios superiores y desarrollar las actividades que exige la vida en sociedad. 
Es muy triste leer ese dato, “darle el golpe”, pero es peor lo que viene después: la reflexión en torno a ese fracaso. Porque es muy fácil llenarse la boca culpando al sindicato, a los maestros, al gobierno, a los videojuegos, a las nuevas tecnologías y a un montón de chivos expiatorios más. Lo difícil es aceptar el otro dato: que en México leemos 2.9 libros al año. El plural (leemos) nos incluye a los adultos que educamos a los adolescentes que cada tres años presentan la prueba PISA. ¿Cómo les reclamamos a los jóvenes cuando en muchos casos nosotros mismos no hemos desarrollado el hábito de la lectura? Y es que en casa los padres tampoco leen: en el 55% de los hogares mexicanos hay menos de 10 libros no escolares; sólo el 2% tiene más de 100 libros en casa. Pero, ¡tranquilos!, por fortuna tenemos a los profesores, faros de luz que leen mucho y recomiendan estupendas lecturas a sus alumnos… ¿O no? Pues no. Entre adultos los profesores leen menos que el promedio nacional, es decir, 2.6 libros al año. Y si los profesores no leemos, ¿con qué cara entramos a un salón para invitar a nuestros alumnos a leer (en caso, claro, de que los invitemos y no los forcemos a hacerlo)?
Lo interesante es que, como dice Enkvist en su libro: "Sólo una pequeña parte del aprendizaje de la lengua se hace en las clases de lengua y literatura. La parte más importante del desarrollo del lenguaje tiene lugar durante el estudio y el uso del lenguaje en otras materias, mientras se lucha con las tareas escolares en casa y durante la lectura que realizan los alumnos durante su tiempo de ocio". (Enkvist, 178-179)
En otras palabras: el desarrollo de habilidades de comprensión de lectura no es facultad exclusiva de los profesores de Español. Sin importar la materia que impartan, todos los profesores son corresponsables en esta tarea. Es una pena, en este contexto, que la mayoría de los profesores lean tan poco. Y que de hecho esgriman la excusa de siempre para explicar esa deficiencia: "No tengo tiempo". En el ámbito académico, más que en cualquier otro, la lectura es un deber, no un lujo; una responsabilidad, no un hobby; una pasión, no un entretenimiento. 
Hace unos días Samuel Gitler, matemático miembro de El Colegio Nacional y de la Academia Mexicana de las Ciencias, declaró la necesidad de concentrar la atención en el desarrollo del hábito de lectura: "Basta que la gente aprenda a leer en español; ello será ganancia. Las matemáticas deben venir después". Gitler se refiere a la dificultad que observa en sus alumnos al momento de enfrentarse a problemas mal redactados incluso por especialistas. Y es que es tan obvio que a veces lo olvidamos: todas las materias deberían impartirse en una lengua que el estudiante, presumiblemente, debe dominar: su lengua materna. Si no la domina, tendrá problemas para comprender no sólo los versos de Neruda, sino también las lecciones de Historia y los problemas de matemáticas (que requieren de la lengua para ser expresadas). 
Creemos que dominamos la lengua española porque llevamos hablándola toda nuestra vida, pero el dominio no se limita al uso instrumental para efectos de comunicación. "Recibir una lengua en herencia es algo enorme, porque nos permite situarnos metafóricamente a hombros de nuestros antepasados (...) La lengua es un instrumento para entender el mundo y para expresarse, pero no es un saber natural en el ser humano; es un producto cultural y sólo llega a ser nuestro si aceptamos el trabajo de aprender a conocerla". (Enkvist 218-219).
No, la tragedia no está en los adolescentes que presentan la prueba PISA cada tres años; está en los adultos que no han asumido la responsabilidad de transmitir correctamente el legado de la lengua española a esos jóvenes. Basta revisar los mensajes que recibimos todos los días (vía mail, Twitter, Facebook...) para darnos cuenta de que el dominio es ilusorio: profesionistas que no acentúan mayúsculas (¡o no acentúan!), líderes incapaces de redactar o leer con corrección una cuartilla completa y adultos que responden sin rubor "Ninguno" cuando se les pregunta qué libro están leyendo... Tal es el verdadero problema. Lo demás es consecuencia de éste.  
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Enkvist, I. (2011). La buena y la mala educación. Ejemplos internacionales. Madrid: Encuentro. 

martes, mayo 14, 2013

Es que somos muy profes


Es desde hace varias semanas (¿meses? ¿años?) un lugar común hablar de los maestros y sus desmanes. Me refiero, desde luego, a los profesores que sobre todo en Guerrero pero también en Michoacán y Oaxaca han salido a las calles a protestar contra la reforma educativa recientemente aprobada en el Congreso.
No es la intención de este texto ahondar sobre los vericuetos de la reforma o las razones de la CETEG, pues no soy experto en leyes ni conozco a fondo la problemática de los profesores guerrerenses.  Lo que me sorprende es la facilidad con la que caemos en el garlito de condenar a los profesores con expresiones como “¿Y esos son los que enseñan a nuestros hijos?”, “Mejor que se pongan a trabajar”, “Por eso estamos como estamos”, etcétera. Valdría la pena considerar, y sólo a modo de ejemplo, que un profesor normalista que empieza su carrera en una escuela primaria aspira a un sueldo de alrededor de 7 mil pesos mensuales. Después de cinco años de trabajo, si todo sale bien, puede aspirar a algo así como 10 mil pesos al mes. Sabemos que si se tiene el privilegio de estar bien parado en el sindicato las cosas pueden ser muy diferentes, pero aquí estamos hablando de profesores “normales”, por decirlo de algún modo, aquellos a los que no les mueve la grilla sino el interés de estar frente a grupo. Profesores de primaria, los que se encuentran más abajo en el escalafón de la carrera magisterial, pero también los que mayor responsabilidad tienen en el proceso educativo: son ellos quienes moldean las bases cognitivas e intelectuales de los alumnos: las bases que en buena medida definirán el desempeño de esos niños como adolescentes en la secundaria y preparatoria y como adultos jóvenes en la universidad. A ellos les pagamos 10 mil pesos al mes, más o menos. Hay algo perverso en un sistema en el que profesores de posgrado, que enseñan a alumnos ya formados y reunidos en grupos poco numerosos, pueden ganar en una semana lo que a otro le exige un mes de trabajo frente a decenas de alumnos en pleno proceso de formación. Ante este panorama, ¿quién en su sano juicio elegiría ser profesor en México?
Y sin embargo prestemos atención a las charlas de café, a las sobremesas dominicales y escuchemos lo que se dice en torno de los problemas del país y sus soluciones. No hay que dejar pasar mucho tiempo para que algún tertuliano llegue a la feliz conclusión de que la pobreza, la inseguridad, la corrupción, la falta de conciencia ecológica y un montón de cuestiones más estarían resueltas (¡pero claro!) si aquella entelequia llamada Sistema Educativo funcionara adecuadamente en nuestro país. Alguien suelta una cifra que leyó sobre que México es el último lugar en la prueba PISA que aplica la OCDE. Y cómo queremos avanzar si en México no leemos ni tres libros al año. Y así. Habría que ver cuántos de quienes pregonan esos datos obtendrían un puntaje satisfactorio en la prueba PISA, y cuántos leyeron más de tres libros el año pasado, pero mi punto es que si a varias de esas personas se les propusiera convertirse en maestros lo tomarían como algo completamente fuera de lugar o incluso como un insulto. Y por supuesto que, si contemplaran la posibilidad, lo harían en una universidad privada y de perdida en licenciatura, donde la crisis educativa es menos severa, y el salario más o menos digno. Dar clases en una primaria pública por 10 mil pesos al mes nunca es opción para alguien que estudió una licenciatura pensando en “ser alguien”. Y sin embargo alguien, algunos deben presentarse todos los días frente a millones de niños que estudian la primaria en escuelas públicas. ¿Quiénes son esos algunos? Muchos son profesores que exigen hoy en las calles que en cuanto empiecen a trabajar se les otorgue una plaza que les garantice de por vida el magro salario destinado para ellos. Eso no los hace automáticamente buenos profesores. Pero al menos a mí me obliga a pensar dos veces antes de despotricar contra ellos. ¿Qué respondería cualquiera de nosotros en un tête-à-tête con alguno de esos maestros si nos preguntara si estaríamos dispuestos a hacer su trabajo en sus condiciones y por su salario?
Dice George Steiner en su libro Lecciones de los maestros:
La auténtica enseñanza es una vocación. Es una llamada. La riqueza, las exacciones de significado que se relacionen con términos como “ministerio”, “clerecía” o “sacerdocio” se ajustan tanto moral como históricamente a la enseñanza secular. El hebreo rabbi quiere decir, simplemente, “maestro”. Pero nos hace pensar en una dignidad inmemorial. En los niveles más elementales –que en realidad nunca son “elementales"– de la enseñanza, por ejemplo, de niños pequeños, de sordomudos, de minusválidos psíquicos, o en el pináculo del privilegio –en los altos puestos de las artes, de la ciencia, del pensamiento–, la auténtica enseñanza es consecuencia de una citación. (Steiner 25)
Qué lejos estamos de esa idea de maestro cuando  asumimos que el profesor debe ser una eminencia en su materia, versado en técnicas didácticas y capacitado para lidiar con  estándares internacionales cuando les pagamos un salario que en otras partes del mundo resultaría insultante (otro dato: según datos de la OCDE en Dinamarca un profesor gana en promedio 95 mil dólares al año. En México los mejores profesores del sistema ganan una quinta parte de eso). Y no todo es cuestión de dinero: el prestigio social del profesor en México es nulo: dar clases aquí es un oficio de grillos y politicastros (si uno desea hacer “carrera” en el sindicato) o de profesionistas chambistas que mandan sus CVs a escuelas y universidades para completar la quincena o sobrevivir mientras encuentran algo mejor. Muy lejos de la vocación a la que se refiere Steiner y más aún de estas palabras también suyas: “Los buenos profesores, los que prenden fuego en las almas nacientes de sus alumnos, son tal vez más escasos que los artistas virtuosos o los sabios”. (Steiner 26) Hasta que como sociedad no estemos convencidos de ello, el sistema educativo no cambiará. Y nuestro desempeño como país en un entorno global tampoco.
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Steiner, G. (2004). Lecciones de los maestros. México: Fondo de Cultura Económica.