(Primera de dos partes)
Dice Michela Marzano en su estupendo libro Programados para triunfar (Tusquets, 2011) que en latín el verbo tripaliare, del que proviene la palabra
“trabajo”, significa “torturar”. Nadie trabaja para sufrir (al menos
conscientemente), y sin embargo para la mucha gente el trabajo es un suplicio
del que se escapa sólo momentáneamente los fines de semana y durante las
vacaciones. Algo nos ha salido muy mal como especie cuando el trabajo, que
según Engels propició nuestra evolución del mono al hombre, se ha convertido en
una actividad enajenante que muy pocos disfrutan.
Sobre esta idea gira Miedo absoluto, libro escrito por José Luis
Trueba Lara y editado por Taurus que terminé de leer recientemente. Me pareció
un texto desasosegante, casi diría perturbador. El subtítulo es más que
elocuente: “La oficina como campo de concentración y la empresa como forma de
exterminio”. En términos generales describe cómo los jóvenes son preparados
para formar parte de un sistema que aniquila su voluntad, adormece su ética y
los convierte en engranes de una maquinaria muy eficaz cuyo único objetivo es
la productividad de la empresa en cuestión.
Habla de un mundo de pesadilla pero que para muchos es una realidad
cotidiana: contratantes que hacen estudios socioeconómicos a sus posibles
empleados, espacios de trabajo donde se prohíben objetos personales a la vista,
ambientes en los que la intimidación e
incluso la humillación por parte de los jefes es moneda corriente… Debo
confesar que a mí al principio todo me sonaba exagerado, pero un par de amigos
que trabajan en grandes corporativos (uno nacional, otro extranjero) me
confirmaron esas aberraciones. “En las corporaciones muy pronto te das cuenta
de que nadie es tu amigo. Cada quien trabaja para sí mismo”, me dijo una amiga
que trabaja para una trasnacional. Otro amigo me relató cómo se realizó un
estudio socioeconómico a su familia cuando su hermano inició el proceso de
selección en la gigantesca firma mexicana para la que hoy trabaja. Trueba Lara
no exagera. Y lo que dice en Miedo
absoluto está bien documentado: prueba de ello son las 14 páginas de
bibliografía que avalan su publicación.
Es cierto que el símil que hace entre los campos de concentración y las
oficinas contemporáneas puede resultar excesivo, forzado. No acabo de cuadrar
que, como propone, la empresa sea una forma de exterminio. Me explico:
No puede dudarse de que en los campos de concentración había una voluntad
consciente de aniquilar una parte de la especie humana que el
nacionalsocialismo consideraba no sólo incómoda sino inferior y prescindible
(no del todo humana, de hecho). Esto no ocurre en las empresas, cuyo interés no
es el exterminio de sectores sociales o grupos étnicos "indeseables"
sino la perpetuación de un sistema basado en el lucro que a su vez encuentra
asideros en la que el autor llama “sabiduría de quincalla” y en un
adormecimiento ético cada vez más pronunciado. De ahí a que en los grandes
corporativos del mundo se busque el exterminio me parece que hay mucha
distancia.
Al respecto, Trueba Lara me comentó vía mail: “Comparar a los campos de
exterminio con las empresas puede parecer excesivo, forzado, como tú me lo
dices; sin embargo, creo que es necesario tomar esta comparación con cierta
calma: el origen de esta idea es simple, “sólo sobreviven los peores”, dice
Primo Levi (cito de memoria), y esa idea fue la que normó mi camino: en el
campo de exterminio y en las empresas que estudié, sólo sobrevivieron los
peores. Además, ambos comparten la idea de la vigilancia, las metas inalcanzables,
el sacrificio que busca calmar a los dioses iracundos, el sin sentido de la
actividad y, sobre todo, la necesidad de deshumanizar a sus pobladores para
lograr sus fines: la producción y el exterminio en un caso, la riqueza y el
exterminio moral en el otro.”
Es imposible obviar la pertinencia de un libro como Miedo absoluto, en el que se presentan
argumentos suficientes para generar un necesario debate social y sobre todo una
indispensable reflexión personal en torno al sentido que le damos a nuestro
trabajo. Sin importar nuestra edad o entorno socioeconómico, todos trabajamos o
queremos trabajar. Y sin embargo soslayamos peligrosamente una cuestión
fundamental al respecto: por qué y para qué trabajamos.
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¿Perded toda
esperanza? En la próxima entrega José Luis Trueba Lara reflexiona
sobre si tiene o no sentido el trabajo más allá del campo de concentración.