Fotograma de Tiempos modernos (Chaplin, 1936) |
(Segunda de dos partes)
Hace unos días, a raíz de la lectura de Miedo absoluto, inicié un
intercambio epistolar (eso es, en los tiempos que corren, vía correo
electrónico) con el autor de ese libro, José Luis Trueba Lara, quien muy
amablemente respondió a las preguntas que hice sobre su obra. Conforme
avanzábamos en esos intercambiamos me di cuenta, no sin alegría, de que la
posición de Trueba Lara no está exenta de esperanza. No es esto lo que se
deduce del final de su libro, en el que el suicidio se perfila como la única
solución real de los empleados/prisioneros para escapar de los campos de
exterminio/empresas. Desasosiego es una palabra demasiado suave para definir la
sensación que deja el libro al terminarlo; más preciso sería decir ruptura o resquebrajamiento. Pero no todo está perdido... o al menos eso parece. Transcribo a
continuación dicho intercambio.
Teniendo en cuenta que —por lo que
sé— eres o fuiste profesor universitario, después de leer el libro y sobre
todo el primer capítulo que se refiere a la formación en aulas de los
alumnos/clientes, ¿qué sentido tiene el trabajo de un profesor en el contexto
que planteas?
Soy profesor universitario y espero seguir siéndolo hasta que el cuerpo
aguante; las razones para serlo son simples, sencillas: me gusta encontrarme
con mis alumnos, me encanta conversar con ellos (creo que mis clases sólo son
eso: conversaciones sobre temas específicos), me fascina la libertad que
respiro y tengo en el campus. Soy un profesor universitario feliz y orgulloso,
tal vez por eso me molestan y me endiablan algunas cosas que pasan. Que hoy
tenemos problemas en todo el sistema universitario, es un hecho; pero también
creo que esas dificultades no son eternas: el saber puede sobrevivirlos y,
aunque a veces enfrente días nublados, como ya los ha enfrentado en otros
lugares y tiempos, al final brillará sin problemas.
Considero que la educación es la
“bala de plata” que nos permite a algunos mantener una esperanza (pálida y
endeble, pero esperanza al fin) respecto al futuro. Pienso que a través de ella
(de la educación) los profesores realizamos todos los días actos de resistencia
social, intelectual, política y económica cuando procuramos en nuestros
alumnos el desarrollo de un pensamiento crítico, la consciencia de su entorno y
el avivamiento (contra el adormecimiento) de su sentido ético. Creo en ello
cada vez que planeo una clase y la imparto. ¿Estás de acuerdo con esa
perspectiva? ¿No? ¿Por qué?
Aquí la respuesta es un poco más compleja: ¿la educación de cuál alumno?
Creo que los profesores tenemos distintos tipos de alumnos: algunos sólo nos
acompañan para prepararse para el trabajo, eso está muy bien, pero no esperemos
de ellos investigadores ni filósofos, sino gente productiva y capaz; otros, en
cambio, están ahí para aprender, para desafiar al conocimiento y, unos más,
lamentablemente, no tienen la más remota idea de qué hacen ahí (pienso, por
ejemplo, en los expertos en cafetería y antros). Cada uno de estos alumnos
tiene una “bala de plata” distinta: los primeros quieren aprender a hacer
cosas, a hacer suya la mentalidad empresarial y, en este sentido, creo que la
universidad —tal y como es— les ofrece buenas armas; los segundos quieren
adentrarse en el saber y a ellos —inexorablemente— siempre les quedamos cortos
la mayoría de los profesores y la universidad casi siempre estará en deuda con
su inteligencia; los últimos, bueno, qué le vamos a hacer... ellos nos quedan
debiendo a todos: a la universidad, a sus profes, a sus padres, a la sociedad
que en muchos casos invirtió en su formación. Creo que la educación sí es una
“bala de plata”, pero inexorablemente tiene distintos calibres y a cada uno le
corresponde el que quiere tener.
En esta misma línea, ¿qué opinión te
merecen los esfuerzos hechos por diversas instituciones –públicas y privadas–
para subirse al barco de la innovación educativa?
Te confieso que la idea de modernizar la enseñanza me asusta un poco y no
me convence del todo: creo que las famosísimas TICs no tienen la capacidad de
sustituir a la conversación, a las preguntas y las respuestas, al encuentro con
lo humano. Yo sigo siendo un profesor del pasado, y eso no me causa mucho
pesar, pues lo importante no es que los alumnos tengan una clase del siglo XXI,
sino que se atrevan a pensar. Por supuesto que estas palabras no significan que
la tecnología debe ser abolida de las aulas, creo en las diferencias: y si yo
converso en mis clases, también puede haber un profe hipertecnologizado que
logre los mismos resultados.
Creo que el asunto no es muy grave —o por lo menos es menos grave de lo que
parece—. Me explico con un ejemplo: en muchas universidades de alta tecnología,
los muchachos que estudian medicina aprenden a operar con maniquís robotizados,
esto parece muy padre, da una impresionante señal de desarrollo tecnológico y,
sobre todo, es muy apantallante; sin embargo, aquí valdría la pena hacerse una
pregunta: ¿el rector de esa universidad se dejaría operar del apéndice por un
médico que sólo ha trabajado con estos maniquís? Creo que la respuesta es
obvia: este tipo de enseñanza pronto se morderá la cola y volverá el sentido
común. Los bárbaros —por tecnologizados que estén— siempre terminan aceptando
la cultura, la enseñanza de a deveras, pues de otra manera perecerían por malas
operaciones del apéndice. No nos preocupemos por las tablets, los power points,
la multimedia, los foros de debate y las maravillas llenas de transistores...
son flores de un día; al final, la tradición volverá a imponerse por un par de
razones: sólo ella puede transmitir la herencia de a deveras y sólo ella
—aunque suene extraño— es revolucionaria: hoy, el buen Aristóteles es mucho más
atrevido que los novísimos profetas, y lo mismo podría decirse de todos
aquellos grandes que no tuvieron la desgracia de tener una tableta.
--
Miedo absoluto, de José
Luis Trueba Lara, está editado en México por Taurus. El precio de lista es de
269 pesos.
6 comentarios:
demasiado interesante... no se como le haces pero siempre logras que no pueda dejar de leer tus entradas.
¡Muchas gracias!
Creo que se borró, pero decía que nada es tan cercano al alma como la calidez de la voz humana, nunca podrá ser suplida por un "like" :). Claudragona. Sabes quién soy
Claro que sé quién eres: ¡Gracias, Claudia! Por acompañarme también aquí. :-)
Desde que dejé PZE cada que reviso las entradas de ergozoom pienso que no pude haber tenido mejor profesor(es) y me arrepiento inmensamente de todo lo que no aproveché, leí, comenté y critiqué mientras estuve ahí sentado en algunas de las aulas. Pienso que parte de mi problema fue que sentía que estaba ahí casi por obligación mucho antes que por convicción. Espero que puedas hacer que a tus siguientes alumnos no les pase lo mismo.
Por otro lado no estoy 100% de acuerdo con la última parte. Yo sí soy de la idea que algún día vamos a operar al rector con una máquina. Seguramente no hoy y no va a ser el primero, pero después de cien, mil o diez mil operaciones algún día estaremos operando al astronauta con una máquina desde la tierra.
Pienso también que no hay nada como el calor humano y no solo hablando de dar clases vía tecnología sino hasta el simple hecho de llevar una relación con otra persona por éste medio es inhumano, no hay nada más real que ver a los ojos a otra persona, un apretón de manos o un abrazo. Sin embargo, no se qué sea el alma o cómo acercarnos o no a ella, pero juro que puedo leer cada una de las entradas como si Pepe las estuviera diciendo con su propia voz y eso es bastante humano. Un ejemplo es que estoy seguro que puedes sentir la calidez de comentarios como los de Claudia o éste sin que estemos ahí presencialmente. Hoy agradezco a la tecnologia ya que sin ella no podría comentar, conversar o leer el blog a las 3 de la madrugada y casi desde el otro lado del mundo. Finalmente como dice, no es la clase del siglo XXI lo que importa sino el contenido y calidad de ésta.
Saludos a los dos de parte de un buen lector de este espacio.
Jerry
Jerry: Promete que cuando regreses nos permitirás invitarte a comer para charlar y reír como en y por aquellos tiempos. ¡Y por los que vienen! Abrazo fuerte, y mucha gratitud.
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