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domingo, septiembre 11, 2016

#EnMangasDeCamisa 13

¡Llegó el treceavo! :-D

En esta ocasión: análisis de la visita de Trump a México, con audio de la polémica entrevista que Peña le dio a Carlos Marín

También anuncio a la ganadora del ejemplar de Ciudades desiertas, novela en la que está basada la película Me estás matando Susana, aún en cartelera. 

Y, claro, hay música mexicana para ponernos ad hoc con las Fiestas Patrias. Aunque ooobviamente no está Juan Gabriel... ¿O sí? ;-)


lunes, marzo 30, 2015

La escuela en 2025, según Salman Khan


Salman Khan (1976) es el fundador de la Khan Academyorganización sin fines de lucro que ofrece una herramienta de educación personalizada en línea; recursos están disponibles en su totalidad de forma gratuita. Las siguientes líneas forman parte del libro ¡Crear o morir!, de Andrés Oppenheimer (Debate, 2014).

Me imagino que el aula de 2020 o 2025 (y espero que pase antes que eso, porque yo tengo dos niños, uno de cuatro y uno de dos años) definitivamente será un aula física. Ese espacio va a ser el eje del aprendizaje. Espero que el aula en sí sea diferente de lo que nosotros recordamos, que era como un museo. En vez de tener 30 niños en un aula con un maestro, y otros 30 niños con otro maestro en el aula de al lado, espero que podamos empezar a romper las paredes. La única razón por la que se necesitaban esas paredes antes era porque la escuela estaba basada en lecciones, en las clases. Todos los escritorios estaban apuntados hacia adelante y los niños debían observar y tomar notas. Ahora tendremos un ámbito escolar interactivo. Estarás teniendo conversaciones, estarás aprendiendo a tu propio ritmo, estarás haciendo trabajos prácticos. Entonces, ahora podremos romper esas paredes y tener un espacio de trabajo común, amplio y vibrante: un lugar de trabajo silencioso, tan inspirador como una biblioteca. Y los niños podrán aprender a su propio ritmo.
¿Y qué harán los maestros?
Los niños tendrán mentores. Algunos de los mentores podrán ser alumnos más grandes, que estarán monitoreando a los más pequeños, y también habrá maestros formales que guiarán a los alumnos y les ayudarán a lograr sus metas.
¿Habrá calificaciones, como en las escuelas actuales?
Los alumnos no serán evaluados solamente por los resultados de sus exámenes. Los exámenes seguirán siendo importantes, pero los estudiantes también serán evaluados de dos maneras adicionales que a mi criterio son aún más importantes. La primera es lo que piensan sus pares sobre ellos. Si estoy contratando a alguien, eso es lo que a mí me importa: qué tan bueno eres enseñando, qué tan bueno eres comunicando. Y la segunda será tu creatividad, el portafolios de cosas que has creado. Está bien que hayas sacado una calificación sobresaliente en un examen de álgebra, ¿pero puedes aplicar ese conocimiento? ¿Puedes hacer cosas con eso? 

jueves, julio 24, 2014

"Yo soy Teresa Mendoza"

Estoy de vacaciones. Busco una novela para leer. Una novela gorda, buena, que me entretenga como Dios manda. Reviso mi biblioteca y me topo con El conde de Montecristo. "Pfff... Dumas", pienso. Ya no estoy en edad de leer eso. Recuerdo que hace muchos años Pérez Reverte me recomendó esa novela. "Pfff... Pérez Reverte", pienso.
Estoy insoportable. 
Recuerdo esta entrevista que le hice hace muchos años, en la que menciona la influencia de Dumas en La reina del Sur. Es un buen texto (la entrevista, digo... y La reina del Sur también, con algunas reservas), y nunca lo había compartido en ergozoom. Dado que El Huevo, la revista en la que se publicó, dejó de circular hace varios años, creo que es una buena oportunidad para mantenerla vigente.   

Yo soy Teresa Mendoza

Entrevista a Arturo Pérez-Reverte
-       José Luis González / Revista El Huevo (octubre 2002)
Arturo Pérez-Reverte es como Teresa Mendoza: el éxito le llegó ‘sin querer queriendo’, fue lidiando con él a regañadientes hasta que finalmente se resignó y lo tomó con filosofía. Alfaguara lo hospeda en el hotel Camino Real de la Ciudad de México, donde dos veces por día baja a conceder un par de entrevistas de treinta minutos cada una. Él mismo depuró la lista de medios que la editorial le ofreció para conceder entrevistas, así que sabe muy bien quién lo entrevistará. Yo también sabía a quién iba a hacerle mis preguntas, o al menos creí saberlo por los datos biográficos que obtuve de él. Español, nacido en Cartagena, en 1951. Su padre fue marinero. Él también lo es: posee un yate de 12 metros de eslora en el que pasa varios meses al año.  Fue reportero de guerra durante más de 20 años. Somalia, el Golfo Pérsico, Nicaragua y un largo etcétera hasta que en 1994 decidió intentar como escritor de ficción. El maestro de esgrima fue su primer éxito editorial. Le siguieron El Húsar, La tabla de Flandes, El Club Dumas (llevada al cine por Roman Polanski hace un par de años), La piel del tambor y La carta esférica, entre otras novelas, volúmenes de cuentos y recopilaciones de su trabajo como periodista sin olvidar la exitosísima serie histórica Las aventuras del Capitán Alatriste.
Eso es lo que dice la ficha biográfica de Pérez-Reverte que puede encontrarse en cualquier sitio de Internet dedicado a él y a su obra (los hay por decenas y en varios idiomas). Pero hay números que hacen de Pérez-Reverte, como anotó el escritor tijuanense Luis Humerto Crosthwaite, el king of pop de la literatura española, uno de esos seres que no pisan el suelo cuando caminan: 300 mil ejemplares vendidos de su más reciente novela, La Reina del Sur (Alfaguara, 2002), lo avalan como un fenómeno editorial en boga y alimentan las sospechas de quienes aseguran que Pérez-Reverte no es de esta Tierra.
Precisamente a propósito de La Reina del Sur es que tuve oportunidad de conocer a Arturo hace un par de semanas. La cita fue en el lobby Tamayo del Hotel Camino Real a las 6.30 de la tarde. Media hora antes llegué con una amiga que tiempo atrás me había dicho ser fan de Pérez-Reverte, Diana Sánchez, que iba muy elegante y con su mochila escolar a cuestas. A esa hora ya estaban instalados Gina Bechelany, coordinadora editorial de esta revista, Cecilia Rodarte, colaboradora y amiga de El Huevo y el fotógrafo Rodrigo Elizarrarás. La excitación del grupo era evidente. Cecilia nos enseñaba unas fotos que le había tomado a Arturo diez años atrás; Gina hacía una recapitulación de la obra del cartaginés y Diana lanzaba un gritito extático cada vez que miraba el reloj. Yo revisaba las notas y preguntas que tenía preparadas. Arturo llegó al lobby a las 6:33: pantalón de mezclilla, camisa azul cielo y blazer azul marino. Tras las presentaciones de rigor, se dijo asombrado de tan numerosa comitiva por parte de El Huevo. La sesión de fotos fue en la piscina.
En el lobby quedamos Gina y yo. “Es mucho más guapo que en fotografía”, me dijo. Sonreí, un poco nervioso porque ya era tarde y porque también temí que la “numerosa comitiva” convirtiera la entrevista en un chacoteo con preguntas tutti fruti. Cuando todos regresaron (a las 6.42) llevé a Arturo a una mesa aparte. “Ella nos acompaña. Va a estar calladita”, me informó, tomado a Diana de la mano. Estaba encantada y había intimado con él durante las fotos, según me di cuenta.
“La novela empezó con una canción. Cuando escuché Camelia la Tejana quedé impresionado de la manera en que, en sólo tres minutos, se podía contar una historia tan compleja. Desde entonces tuve la idea de yo mismo contar una historia así y La Reina del Sur es mi respuesta a esa inquietud. Claro: yo no pude hacerlo en tres minutos, pero igual es un corrido. Un corrido de 540 páginas.”
¿Cuál fue el principal reto que significó esta novela para ti?
“Hubo muchos. Quizá el más difícil fue desarrollar el personaje de Teresa Mendoza. Una mujer casi analfabeta que llega a la cúspide en un mundo absolutamente dominado por hombres, como es el del narcotráfico. En ese sentido debí travestirme un poco para saber lo que ella sentía y pensaba. Esa fue la mejor experiencia que me dejó el libro: conocí a la mujer de una manera diferente. Ahora entiendo mejor a las mujeres de mi vida. Luego fue entrar y conocer el mundo del narco. Pasé mucho tiempo caminando Sinaloa, conociendo gente, entrevistando narcos. Tuve que pagar muchas rondas de tequila, pero al final también me invitaron algunas.”
En algunas entrevistas anteriores has mencionado que decidiste ubicar esta historia de narcotráfico en México aludiendo a ciertos “valores” que todavía rigen aquí pero que en Colombia o Europa no. ¿Cuáles son esos valores?
“El narco mexicano es un mundo cerrado regido por códigos muy estrictos. Claro que hay asesinatos y todo ese tipo de cosas, pero también hay valores que definen esas reglas. La lealtad, por ejemplo; el respeto por quienes pertenecen a la familia, al grupo; el ser cabrón, pero no ojete. Cosas que desde luego no justifican el narcotráfico, pero sí lo hacen más humano. No tan bestial como es el crimen en otras partes del mundo.”
Se acaba el tiempo, me anuncia Gina señalando su reloj desde la mesa contigua. Carajo. Llevo dos, tres preguntas y se acaba el tiempo. Decido apresurar un poco las cosas y le pregunto a Arturo sobre la peculiar relación entre Teresa Mendoza y la literatura.

“Los libros hacen a Teresa Mendoza. Son, por decirlo así, el detonador de todo lo que ya es. Se descubre a sí misma en las páginas que lee. Se da cuenta de que todos los libros hablan de ella y así aprende de ellos. Aprende de El conde de Montecristo, por ejemplo. Ya era una mujer inteligente, calculadora, pero a través de los libros expande sus experiencias y desencadena sus ambiciones. Los libros le dan sentido a su vida... como a la de cualquiera a quien le guste leer. Yo no sé cómo hace la gente que no lee para enfrentarse a la vida. Los libros son como los analgésicos: no curan, pero atenúan el dolor y ofrecen esperanza.
Y los narcos que conociste, ¿leían?
Arturo sonríe, simpatizando con mi ingenuidad (o eso quiero pensar), y responde: “No. Ninguno leía. Los que leen son los juniors: la segunda o tercera generación de narcos, esos sí leen. También las esposas de algunos. Pero de los que yo conocí, ninguno.
Y les hace falta, ¿no? Digo, para ser como Teresa Mendoza...
Sí, claro, pero leer no sólo les hace falta a los narcos. Eso nos hace falta a todos.
Ahora es Miriam Baca, la jefa de prensa de Alfaguara, quien se levanta de su mesa y me hace señas: se terminó el tiempo. Asiento con la cabeza y le concedo el último par de minutos de entrevista a Diana.
A lo largo de toda su obra ha escrito varios códigos que rigen la vida de sus personajes pero, ¿cuáles son los valores que rigen el código de vida de Arturo Pérez-Reverte?
“Hay dos cualidades que respeto mucho en la gente. No quiere decir que las tenga yo, pero sí que las respeto en los demás y trato de tenerlas para mí mismo. Son la dignidad y el valor. Ninguna la puedes comprar con dinero. Y mira que con dinero puedes comprar casi cualquier cosa: mujeres, amigos, fama... hasta felicidad, porque con dinero puedes comprar momentos felices, pero no puedes hacerte de dignidad y valor. Yo pasé más de 20 años en guerras viendo lo mejor y lo peor de los seres humanos y puedo decirte que la vida puede pasarse más o menos bien si cuentas con esas dos cosas entre lo que llevas a mano: dignidad y valor.”
Agotado el tiempo, la nutrida comitiva se acerca de nuevo. Todos queremos que Arturo firme nuestro libro. Mientras lo hace, Diana saca de su mochila todos los libros que tiene de Pérez-Reverte. Son más de diez y de algunos yo ni siquiera había escuchado su nombre. Arturo, francamente conmovido, empieza a firmarlos y se despide disculpándose por el poco tiempo que pudo pasar con ella. “Así es esto, dice, quizá alguna vez nos volvamos a encontrar”. Diana llora al entregarle una carta en sobre cerrado. Arturo se aleja y ocupa una mesa lejana en espera de su próximo entrevistador. La nutrida comitiva de El Huevo se va también. Yo me quedo con Diana, que sigue llorando. Me está agradeciendo el haberle presentado a Pérez-Reverte cuando veo que éste se acerca de nuevo. Le pide a Diana que cierre los ojos. Ella no reacciona. Está pasmada. “Cierra los ojos”, le vuelve a decir en tono perentorio, pero tierno, mientras él mismo pone su mano abierta sobre los ojos de mi amiga. Le da un beso en la boca y le dice “adiós”. 

martes, junio 04, 2013

Auschwitz en Santa Fe

Fotograma de Tiempos modernos (Chaplin, 1936)

(Segunda de dos partes)
Hace unos días, a raíz de la lectura de Miedo absoluto, inicié un intercambio epistolar (eso es, en los tiempos que corren, vía correo electrónico) con el autor de ese libro, José Luis Trueba Lara, quien muy amablemente respondió a las preguntas que hice sobre su obra. Conforme avanzábamos en esos intercambiamos me di cuenta, no sin alegría, de que la posición de Trueba Lara no está exenta de esperanza. No es esto lo que se deduce del final de su libro, en el que el suicidio se perfila como la única solución real de los empleados/prisioneros para escapar de los campos de exterminio/empresas. Desasosiego es una palabra demasiado suave para definir la sensación que deja el libro al terminarlo; más preciso sería decir ruptura o resquebrajamiento. Pero no todo está perdido... o al menos eso parece. Transcribo a continuación dicho intercambio. 
Teniendo en cuenta que por lo que sé eres o fuiste profesor universitario, después de leer el libro y sobre todo el primer capítulo que se refiere a la formación en aulas de los alumnos/clientes, ¿qué sentido tiene el trabajo de un profesor en el contexto que planteas?
Soy profesor universitario y espero seguir siéndolo hasta que el cuerpo aguante; las razones para serlo son simples, sencillas: me gusta encontrarme con mis alumnos, me encanta conversar con ellos (creo que mis clases sólo son eso: conversaciones sobre temas específicos), me fascina la libertad que respiro y tengo en el campus. Soy un profesor universitario feliz y orgulloso, tal vez por eso me molestan y me endiablan algunas cosas que pasan. Que hoy tenemos problemas en todo el sistema universitario, es un hecho; pero también creo que esas dificultades no son eternas: el saber puede sobrevivirlos y, aunque a veces enfrente días nublados, como ya los ha enfrentado en otros lugares y tiempos, al final brillará sin problemas.
Considero que la educación es la “bala de plata” que nos permite a algunos mantener una esperanza (pálida y endeble, pero esperanza al fin) respecto al futuro. Pienso que a través de ella (de la educación) los profesores realizamos todos los días actos de resistencia  social, intelectual, política y económica cuando procuramos en nuestros alumnos el desarrollo de un pensamiento crítico, la consciencia de su entorno y el avivamiento (contra el adormecimiento) de su sentido ético. Creo en ello cada vez que planeo una clase y la imparto. ¿Estás de acuerdo con esa perspectiva? ¿No? ¿Por qué?
Aquí la respuesta es un poco más compleja: ¿la educación de cuál alumno? Creo que los profesores tenemos distintos tipos de alumnos: algunos sólo nos acompañan para prepararse para el trabajo, eso está muy bien, pero no esperemos de ellos investigadores ni filósofos, sino gente productiva y capaz; otros, en cambio, están ahí para aprender, para desafiar al conocimiento y, unos más, lamentablemente, no tienen la más remota idea de qué hacen ahí (pienso, por ejemplo, en los expertos en cafetería y antros). Cada uno de estos alumnos tiene una “bala de plata” distinta: los primeros quieren aprender a hacer cosas, a hacer suya la mentalidad empresarial y, en este sentido, creo que la universidad —tal y como es— les ofrece buenas armas; los segundos quieren adentrarse en el saber y a ellos —inexorablemente— siempre les quedamos cortos la mayoría de los profesores y la universidad casi siempre estará en deuda con su inteligencia; los últimos, bueno, qué le vamos a hacer... ellos nos quedan debiendo a todos: a la universidad, a sus profes, a sus padres, a la sociedad que en muchos casos invirtió en su formación. Creo que la educación sí es una “bala de plata”, pero inexorablemente tiene distintos calibres y a cada uno le corresponde el que quiere tener.
En esta misma línea, ¿qué opinión te merecen los esfuerzos hechos por diversas instituciones –públicas y privadas– para subirse al barco de la innovación educativa?
Te confieso que la idea de modernizar la enseñanza me asusta un poco y no me convence del todo: creo que las famosísimas TICs no tienen la capacidad de sustituir a la conversación, a las preguntas y las respuestas, al encuentro con lo humano. Yo sigo siendo un profesor del pasado, y eso no me causa mucho pesar, pues lo importante no es que los alumnos tengan una clase del siglo XXI, sino que se atrevan a pensar. Por supuesto que estas palabras no significan que la tecnología debe ser abolida de las aulas, creo en las diferencias: y si yo converso en mis clases, también puede haber un profe hipertecnologizado que logre los mismos resultados.
Creo que el asunto no es muy grave —o por lo menos es menos grave de lo que parece—. Me explico con un ejemplo: en muchas universidades de alta tecnología, los muchachos que estudian medicina aprenden a operar con maniquís robotizados, esto parece muy padre, da una impresionante señal de desarrollo tecnológico y, sobre todo, es muy apantallante; sin embargo, aquí valdría la pena hacerse una pregunta: ¿el rector de esa universidad se dejaría operar del apéndice por un médico que sólo ha trabajado con estos maniquís? Creo que la respuesta es obvia: este tipo de enseñanza pronto se morderá la cola y volverá el sentido común. Los bárbaros —por tecnologizados que estén— siempre terminan aceptando la cultura, la enseñanza de a deveras, pues de otra manera perecerían por malas operaciones del apéndice. No nos preocupemos por las tablets, los power points, la multimedia, los foros de debate y las maravillas llenas de transistores... son flores de un día; al final, la tradición volverá a imponerse por un par de razones: sólo ella puede transmitir la herencia de a deveras y sólo ella —aunque suene extraño— es revolucionaria: hoy, el buen Aristóteles es mucho más atrevido que los novísimos profetas, y lo mismo podría decirse de todos aquellos grandes que no tuvieron la desgracia de tener una tableta.
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Miedo absoluto, de José Luis Trueba Lara, está editado en México por Taurus. El precio de lista es de 269 pesos.