El siguiente texto fue escrito por Alfonso González Balanza, profesor español de Secundaria. Se refiere, básicamente, a la educación Primaria, pero considero que sus ideas son valiosas también para el Bachillerato. Aquí está la fuente donde encontré el texto.
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La inmensa mayoría de los maestros (mis compañeros de
profesión) considera que los deberes son absolutamente necesarios. Muchos
estarían dispuestos a discutir sobre la cantidad adecuada, pero que hay que
mandar deberes no se lo cuestionan; es algo tan evidente como que en
invierno hace frío y que en verano hace calor. Digamos que es el orden natural
de las cosas. Los maestros deben mandar deberes y los niños deben hacen deberes
por la misma razón que la Tierra da vueltas alrededor del Sol y las plantas florecen
en primavera: porque así ha sido siempre y porque así debe ser. La maldición
bíblica “ganarás el pan con el sudor de tu frente” está tan arraigada en
nuestra cultura que la hacemos extensible a los niños. La vida es dura; en este
valle de lágrimas no estamos para disfrutar, sino para sufrir.
A casi cualquier maestro que le preguntes por la
conveniencia de mandar deberes a los niños te contestará, igual que se recita
un mantra, que los deberes cumplen tres funciones: refuerzan lo aprendido,
enseñan responsabilidad y crean un hábito de trabajo. Y de ahí no los vas a
sacar. Eso es lo que hicieron con ellos sus maestros, eso es lo que les han
enseñado en la escuela de magisterio y eso es lo que harán hasta que se
jubilen. No importa que nuestro país, año tras año, esté a la cola de los
países avanzados, en cuanto al rendimiento escolar se refiere, a pesar de que
nuestros alumnos sean los que más días de clase tiene al año y más horas
dedican a los deberes en casa. Da igual que todos los estudios internacionales
demuestren que los países en los que menos deberes se mandan (o en los que
directamente están prohibidos por ley) sean los que mejores resultados
obtienen; da igual que todas las investigaciones serias hayan demostrado que
los deberes no sólo no sirven para nada, sino que pueden ser perjudiciales.
Para muchos de mis compañeros de profesión tales estudios son una patraña de
pedagogos progres que no quieren que a los niños se les transmita la
cultura del esfuerzo.
Frente
a esos argumentos repetidos por tantos profesores, mi experiencia me dice que los deberes son inútiles, antipedagógicos, profundamente injustos y, lo que es peor, impiden
a los niños realizar otras actividades mucho más importantes.
Pero en primer lugar voy a explicar por qué, a mi juicio, tales argumentos son
una falacia y un sofisma.
¿Hábito de trabajo? Si dedicar 9 meses al año, 5 días
a la semana y 5 horas diarias a la realización de tareas escolares, para un
niño de entre 6 y 11 años, no es suficiente para lograr un hábito de trabajo,
que alguien me explique qué se necesita para lograr ese hábito. Niños en edad
de correr y jugar, están sentados en una silla de madera 5 horas diarias
realizando tareas aburridas y repetitivas, mientras exigimos que estén en
silencio y concentrados. Cuando los profesores asistimos durante nuestra jornada
laboral a una charla de más de una hora, nos retorcemos en nuestros asientos y
miramos el reloj con desesperación, a pesar de que somos adultos y se nos
supone una mayor capacidad de autocontrol y sacrificio, ¡por no mencionar que
nos pagan por ello! Mi hija de 8 años, por ejemplo, dedica al trabajo muchas
más horas que yo y que absolutamente todos los profesores que conozco (y
conozco muchos).
¿Responsabilidad? Existen muchas formas de enseñar
responsabilidad, y no sólo la de cumplir con la obligación de hacer deberes;
sin olvidar que no podemos exigir responsabilidad a quien por su edad no es
responsable de su tiempo ni de sus circunstancias. La responsabilidad se
adquiere progresivamente, y me parece normal empezar a exigirla en la ESO, pero
no en Primaria: el tiempo del que disponen los niños por la tarde o los fines
de semana no depende de ellos, sino de sus padres.
¿Refuerzan lo aprendido? Un niño de 11 años sólo
necesita saber sumar, restar, multiplicar, dividir, escribir (correctamente) y
leer (con fluidez), para afrontar con éxito la Secundaria. ¿Eso no se puede
aprender en 6 años de trabajo diario en clase? Los niños no
refuerzan lo aprendido en clase por la tarde: lo aborrecen.
Hasta que no tuve hijos, y estos empezaron a estudiar en Primaria, no me di
cuenta de la suerte que tuve de ir a un colegio en el que no se mandaban
deberes hasta la 2ª etapa de E.G.B. (de 6º en adelante) y, la verdad, no me ha
ido nada mal en mis estudios posteriores.
Y
ahora voy a explicar por qué sostengo que son injustos e inútiles: para empezar, los deberes
que se mandan son los mismos para todos los niños, independientemente de su
capacidad y circunstancias personales. Esto es, por definición, absurdo e
injusto: si mi hija, que está en 1º de ESO, no hubiera tenido unos padres
profesores (y por lo tanto con estudios y MUCHO tiempo para dedicarle) no
habría obtenido los resultados tan buenos que obtuvo en Primaria. Pero a pesar
de toda la ayuda que le hemos dado, mi hija ha dedicado cientos de horas a
realizar tareas escolares absurdas y repetitivas. Porque la mayoría de las
actividades incluidas en los libros de texto se basan en la repetición, en el
aprendizaje memorístico al pie de la letra, en copiar mecánicamente y en seguir
unas pautas de realización muy concretas, que no dejan margen ninguno a la
creatividad, y que logran destruir la curiosidad de los niños. Además, las
tareas que mandamos, en muchos casos, no siguen criterio pedagógico alguno: he
podido comprobar cómo el número de ejercicios o de trabajos que tenía que hacer
mi hija en una asignatura, aun teniendo al mismo profesor, variaba enormemente
de un año para otro por el mero hecho de que, al cambiar de editorial, el nuevo
libro tenía muchos más o muchos menos ejercicios que el del año anterior. Es
decir, que los profesores mandamos todos los ejercicios que vienen en el libro,
sin plantearnos cuántos o cuáles son los necesarios: si son diez, diez, y si
son veinte, veinte (y, por supuesto, HAY que hacer todos los ejercicios y dar
todos los temas del libro). Y este no es un problema del colegio de mis hijos
(de cuyos profesores, excelentes profesionales, no tengo, por otra parte,
ninguna otra queja), sino que es un problema generalizado de nuestra profesión.
Pues
bien, yo confieso que he hecho docenas de ejercicios de
Matemáticas a mi hija (si, por ejemplo, le mandaban cinco divisiones, ella
hacía una y yo cuatro) le he dictado montones de ejercicios de “Cono”, le he
traducido incontables páginas escritas en Inglés, le he ayudado con decenas de
ejercicios de Lengua y le he hecho muchos trabajos de diferentes asignaturas
(mi mujer, además, le ha ayudado a terminar incontables láminas de dibujo y
trabajos manuales). ¡Y no me arrepiento! Lo he hecho para que mi hija tuviera
una infancia feliz y durmiera todos los días 10 horas. Gracias a eso, mi hija
es una niña sana, además de una gran deportista, le encanta leer y escribir por
puro placer, juega al ajedrez, toca la guitarra y es una niña abierta y
sociable que ha jugado cientos de horas en la calle. Y si ahora que está en la
ESO puedo asegurar que no le ayudo nada en absoluto y sigue sacando muy buenas
notas, ¿eran necesarios todos esos deberes que le mandaron y no hizo? ¿Qué pasa
con todos los niños cuyos padres trabajan mañana y tarde y, además, no tiene
estudios para poder ayudar a sus hijos? Pues simplemente que este sistema
educativo injusto, que coarta la libertad y la creatividad de los niños, los
margina irremediablemente y los señala como niños irresponsables y fracasados,
a la vez que los hunde con negativos, ceros y castigos, y les mina la
autoestima, haciéndoles creer que no sirven para estudiar. Si las
circunstancias familiares de cada niño son distintas, todo lo que se mande para
casa es, por definición, injusto, y condena al fracaso a miles
de niños cuyos padres no tienen tiempo, ni capacidad, para ayudar a sus hijos
con los deberes escolares.
Pero
además, los deberes son antipedagógicos porque
hacen que los niños odien estudiar y aprender. A la mayoría de los niños les
encanta ir al colegio, pero no soportan hacer deberes; para los niños estudiar
y aprender es un castigo (mis hijos no pueden entender que yo siga estudiando
por placer). Eso es lo que hemos conseguido mandando deberes hasta lograr el
hastío de los niños.
Y
lo peor de todo: los deberes ocupan tanto tiempo que los niños no pueden realizar
otras actividades mucho más importantes para su desarrollo físico y psíquico;
los profesores hemos logrado que los niños lleven una vida igual de sedentaria
que los adultos, con el consiguiente problema, convertido ya en epidemia, de
obesidad infantil generalizada.
Y
es que los maestros no mandamos una actividad en concreto, un día en concreto,
tras una meditada reflexión, por considerarla necesaria para conseguir un
determinado objetivo que es imposible lograr con el trabajo de clase, tras
plantearnos los pros y los contras y pensar de qué modo podemos lograr que
nuestros alumnos se motiven con dicha actividad (en vez de considerarla un
castigo), sino que lo hacemos de manera automática; porque sí, porque es lo que
se supone que hacen los maestros.
Yo
propongo que, siguiendo la lógica de mis compañeros maestros, los equipos
directivos de los centros nos manden trabajo durante las vacaciones, para que
no perdamos el hábito de trabajo adquirido durante el curso. Y que cuando
asistamos a un curso de formación, nos manden deberes para el día siguiente con
el fin de afianzar los contenidos del curso.
Muchos
compañeros me comentan que son los padres los que exigen que se manden deberes
a los niños. ¡Pues claro! Para muchos padres los deberes son la forma de que
sus hijos estén ocupados y no les molesten pidiéndoles ir a la plaza a jugar.
Muchos padres querrían que los niños estuvieran en el colegio hasta las 8 de la
tarde, y, por supuesto que hubiera clase los sábados y que los niños siguieran
yendo en julio al colegio. ¿Por qué no les hacemos caso en eso también?
¿Y
qué deberían hacer, a mi juicio, los niños después de la jornada escolar? Pues
según todos los estudios científicos y pedagógicos, está absolutamente demostrado
que los mayores beneficios para el desarrollo neurológico y cognitivo de los
niños se obtienen con las siguientes actividades: Deporte, Arte (Música,
Dibujo…), Juego (imprescindible para la socialización de los niños y para
desarrollar la creatividad), Idiomas y Lectura. El arte, la filosofía, la
ciencia, la literatura, la música y todas las actividades más elevadas
realizadas por el ser humano, son consecuencia directa del mayor logro
conseguido por la humanidad: el tiempo de ocio.
Por
lo tanto, los niños deberían pasar más tiempo con sus familias, jugar con otros niños (a ser posible en la
calle) y practicar deporte, todos
los días; aprender a tocar un instrumento musical, practicar una
lengua extranjera y jugar al ajedrez, varios días a la semana. Y, sobre todo: leer, leer, leer,
leer, leer… Sólo se debería mandar de deberes, en Primaria,
leer todos los días el libro que ellos elijan. Y al día siguiente, en el
colegio, hacer una redacción contando lo que han leído. Nada más; el resto de
actividades se deberían hacer todas en clase. Si intentamos reducir el número
de deberes no cambiaremos nada: todos los maestros están convencidos de que
ellos mandan muy pocos deberes; sólo eliminándolos por completo lograremos
acabar con esta sin razón.