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lunes, abril 06, 2015

House of Cards 3, avalada por su gobierno de confianza


Josemaría Camacho
@_zemaria
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En las primeras dos temporadas Frank Underwood era un hijo de puta sin escrúpulos. No dudó en usar a quienes le podían ayudar a conseguir sus fines ni tampoco en deshacerse de ellos cuando dejaron de ser útiles. Y por deshacerse no me refiero a la humillación o al escándalo, sino al homicidio: a uno lo ahogó en CO2 y a la otra la arrojó a las vías del metro. Sutil, el hombre.
En la tercera temporada Frank sigue siendo un hijo de puta, sí, pero ya no tanto y  —aquí lo importante— ya no sin escrúpulos. ¿Cómo es posible, en términos generales, que una persona cambie hacia la prudencia cuanto más poder tiene para cometer las imprudencias que le consiguieron ese poder? (¿whaaaaa?). ¿Es verosímil ese cambio? ¿Es que ahora que es presidente, que se ha cumplido el objetivo que lo condujo durante las dos primeras temporadas, de pronto no es tan mala persona? ¡C’mon!
No sé ni por dónde comenzar. La tercera temporada, aunque no deja de tener un guión intrigante y una producción impecable, parece haber pasado por la Casa Blanca real antes de comenzarse a rodar. Es de un adoctrinamiento increíble en materia de política exterior. Ahora el único tipo sin escrúpulos en toda la serie es el presidente ruso. Cada una de sus decisiones se tiene que ver confrontada con la prudencia y la razonabilidad del presidente norteamericano para no terminar en un escándalo mundial. Ya no sólo no asesina a nadie, sino que ahora es el único que hace lo éticamente correcto, el único que conecta con la estructura moral del espectador. No me parece ni creíble ni sano ese giro. No para la línea discursiva, tampoco para la interpretación a posteriori de una serie de tal envergadura (me refiero a los valores de producción, al casting, a los directores que ha tenido y al rating, por supuesto: es, se quiera o no, una serie importante).
Por otro lado está la historia del novelista de best-sellers. Frank Underwood le dice en algún momento que a la gente le gusta comprar historias, encuentra la verdad en las narraciones mejor que en los hechos fríos y que, por tanto, lo que él está buscando para hacer una apología de sí mismo es una narración extraordinaria. Esa es una historia vieja, si no lo creen sólo échenle ojo a la Poética de Aristóteles o a Talleb y su opinión sobre la narrativa de la verdad en su libro sobre el fenómeno de El cisne negro. Pareciera que los guionistas de House of Cards, al introducir este personaje, hacen un guiño al espectador atento y le dicen entrelíneas: acá también estamos haciendo eso, te estamos vendiendo una verdad disfrazada de historia de ficción. Como si, a escondidas, echaran al agua el mensaje en una botella. ¿Lo recibieron?
America Works, por último. El berrinche de programa de gobierno del presidente Underwood —nada que ver con el Obama Care, por supuesto, cof, cof—. Si hiciéramos una encuesta de a cuántas personas que han visto la tercera temporada les parece que es un buen programa que debería llevarse a cabo, 8 de cada 10, republicanos o demócratas, dirían aye (o sea en lenguaje congresista). Pareciera que el subtexto dice: no a todos les van a gustar las propuestas de un presidente, pero después de entenderlas a fondo a través de un drama que se hizo fama de true & indie durante dos temporadas enteras, ya verán que entienden y justifican las pequeñas incomodidades de un programa de gobierno tan bueno y tan ambicioso que tanto bien nos va a traer. ¿O de plano estoy siendo paranoico?
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El autor es filósofo, escritor y publicista. Puma. Su primer libro, Imagine un pez, se trata de usted. Lo puede adquirir aquí

lunes, febrero 23, 2015

Mi problema con House of Cards


Yendo al grano desde el principio, les diré que mi problema es que no le auguro un final feliz. Arriesgo este pueril comentario (que ya me ha acarreado varias miradas condescendientes —¿de decepción, incluso?—) sólo porque es sincero (pueril, pero sincero). Me explico: No espero tanto un final feliz del tipo cuento de hadas. No soy tan ingenuo como para pedir que Frank Underwood se convierta al budismo zen o algo parecido. Lo que me cabrea al ver la serie (que es sensacional) es ese tufillo apologético respecto a la pareja protagónica que busca el poder pase lo que pase, cueste lo que cueste y deban pasar por encima de quien deban pasar. Me incomoda la idea de que la serie funcione como apología del mal, que se ensalce la personalidad de un megalomaniaco con rasgos psicóticos y que de esta suerte no sean pocos quienes admiren a un personaje que no tiene escrúpulos para lograr sus objetivos. (Más o menos lo mismo pienso/siento cuando converso sobre algún personaje político mexicano y se me plantea como argumento que "nadie le quita lo inteligente", como si ese rasgo atenuara su maldad o su corrupción). 

Me dicen que las cosas son así. Que la vida es así. Sobre todo, que la política es así. Que la desconexión de la realidad (¿mi psicosis?) radica precisamente en no querer aceptarlo. 

De alguien más he escuchado aquello de que "lo que te choca te checa", y que si Frank Underwood me resulta tan antipático ello se debe a que "algo de él debes tener". (Más sobre eso cuando inicie terapia) 

Lo cierto es que no puedo negarle varios méritos a la serie. Y aquí va mi parte esquizoide. (¿Recuerdan que en el primer párrafo dije que era sensacional?) La producción es impecable; la banda sonora, vibrante; las actuaciones, imponentes; y los guiones, brillantes. Debo decirles, entonces, que me encuentro ya enganchado para ver la tercera temporada, que se estrena este viernes.  

Nota al futuro: la segunda temporada termina en un punto muy alto. Implica un reto mayúsculo mantenerla en ese nivel: ya hemos visto cómo otras series pierden fuelle justo cuando alcanzan esa cota (como ejemplo reciente pienso en Homeland). Pero los guionistas han mostrado un talento notable. Uno de sus rasgos geniales de la segunda temporada fue darle a Frank lo que quería, pero a un precio demasiado alto... Quizá entonces haya esperanza de que, si la serie no termina con un final feliz, al menos lo haga con uno justo. Y entonces mis pueriles y psicóticas ambiciones se vean cubiertas. Al tiempo.

PS. Como referente de otra serie de TV también exitosa, y también centrada en la vida política estadounidense, pero en las antípodas de House of Cards, habría que revisar The West Wing: imposible no pensar en el presidente Bartlett al menos como una posibilidad de lo que ocurriría en la Casa Blanca si fuera habitada por gente buena
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Para leer más
Is House of Cards TV? Análisis del fenómeno en The Atlantic (firma Spencer Kornhaber)
House of Cards doesn't care what you think, un texto sobre cómo se produce la serie, publicado en The New Yorker