jueves, marzo 28, 2013

Saldos del Remate


El Remate Anual del Libros en el Auditorio Nacional me produce sentimientos encontrados. Por una parte me da mucho gusto que decenas de miles de personas acudan al Auditorio a comprar libros y revistas en buen estado a precios asequibles; por otro me causa escozor pensar que en realidad se va a comprar basura: son libros que las editoriales no pudieron vender y ahora, con el lastimero pretexto de “salvarlos”, se ponen a la venta a precios reducidos en un recinto que al menos hoy fue desbordado por los miles que nos dimos cita en el cuarto de siete días de venta (cifras del propio Auditorio indican que solo hoy estuvimos ahí 26,900 personas).
En un país en el que se leen 2.9 libros por persona al año, ésta debe ser una imagen halagüeña 
(Foto: Tomada del Facebook del 7º Remate)
Desde mi perspectiva como lector y comprador de libros (que no siempre son lo mismo) un requisito indispensable para realizar ambas actividades es la calma. En el segundo caso (la compra) hay que poder detenerse, hojear el contenido, leer las solapas, consultar el índice (escudriñar el paratexto, diría Genette) y, al menos en mi caso, guardar los libros que interesen para al final decidir cuáles son dignos de ser llevados a la caja. Nada de esto puede hacerse en el Remate.  Sobre todo en los stands de las editoriales grandes (Alfaguara, Anagrama, Random House, UNAM) hay que pasarse la billetera a alguna bolsa delantera del pantalón y prepararse para recibir y propinar dos o tres codazos y alguna impúdica caricia seguida de un “Perdón-comper-gracias-pásele” para recorrer en fila india los estrechos pasillos rodeados de libros, a la mayoría de los cuáles sólo se les puede pasar la mirada encima, pero no las manos. ¿Detenerse a ver algo con atención? Sólo si estás dispuesto a que algún desconocido te respire en la nuca y/o te pida que avances espoleándote con un llegue a los talones.
Los precios, cumplidores. Raro ver libros caros. La calidad del material, variable: hay muchos libros nuevos (la mayoría) pero hay algunas editoriales (Limusa) que parece haber llevado libros de texto recogidos a niños de primaria y secundaria. Otras (Paidós, CONACULTA) decepcionan por su escasísima oferta. Con mucha paciencia y algo de suerte se pueden encontrar excelentes títulos a precios inmejorables, pero hay que saber buscar y sobre todo, insisto, no desesperarse con las filas o los empujones.
El Remate es una buena oportunidad si se sabe lo que se desea: ir sólo a ver qué se pesca (como fui hoy) puede terminar siendo frustrante porque el entorno no se presta para la exquisitez de comparar ediciones o la finura de sentarse a leer algunas páginas de esa novela que te recomendaron pero no estás seguro de si comprar o no.
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El 7º Remate de Libros del Auditorio Nacional termina el domingo 31 de marzo a las 7pm. El viernes 29 hay venta nocturna de 7 a 11pm: se anuncian rebajas de hasta el 80% en libros de las editoriales participantes. La entrada es gratuita.   

miércoles, marzo 27, 2013

MOOCs: el debate por venir


Ojalá vivas tiempos interesantes, dice un proverbio chino. Y qué duda cabe de que los nuestros son tiempos interesantes: es ya un lugar común decir que en las últimas décadas la civilización humana ha logrado avances que no se habían podido ver en milenios. Sobre todo en lo que se refiere a ciencia y tecnología, es indiscutible que vivimos en mundos completamente distintos si comparamos nuestro presente con las dos o tres generaciones que nos preceden. Ejemplo: mis abuelos escuchaban música en fonógrafo; mis padres lo hicieron en LP’s y cassettes, yo viví el boom de los discos compactos, y los niños de ahora descargan su música en formato MP3.
Sin embargo, hay un rubro que --pese a los innegables avances tecnológicos de tiempos recientes-- no había visto cambios significativos en su forma de operar ni en su manera de asumirse ante la sociedad: me refiero a la educación. Todavía hoy, después de casi dos décadas de internet, computadoras portátiles y pizarrones multimedia la forma de impartir una clase sigue siendo esencialmente la misma que la de hace 500 años: el profesor dicta cátedra frente a su grupo, que recibe pasivamente el conocimiento del magister.
Sí, en las aulas medievales también encontrábamos al pupilo dormilón de la última fila.

Independientemente de los cambios de enfoque (aprendizaje basado en proyectos, problemas, competencias, etc.) la inmensa mayoría de los profesores seguimos teniendo como base la cátedra impartida desde un púlpito: que en vez de garabatos en el pizarrón usemos Power Point no implica ningún cambio sustancial en la forma de impartir clases. Hasta ahora.
Ya en una ocasión anterior tuve la oportunidad de explicar lo que son los MOOCs. De entonces a la fecha la moda se ha reforzado: Coursera llegó a los tres millones de usuarios y ha dado los primeros pasos hacia la monetización: ya ofrece “certificados verificados” por una cuota que oscila entre los 30 y los 100 dólares, dependiendo el curso. Tiene ya 62 universidades asociadas, incluidas la UNAM con tres cursos y el ITESM (con seis). 
Los retos son mayúsculos para los profesores que ahora más que nunca deben justifcar que sus alumnos paguen una colegiatura y se ciñan a la riguidez de un modelo de clases presenciales. Los adolescentes y jóvenes de ahora se preguntan (o se preguntarán pronto) qué valor tiene una cátedra de 90 minutos por la que pagan equis cantidad de dinero y para la que deben presentarse forzosamente en un salón de clases si Coursera o EdX ofrecen las mismas materias con profesores de Harvard o Yale gratis, a cualquier hora y en cualquier lugar. 
En los pasillos del Tec de Monterrey, en juntas con profesores, en cursos de capacitación y reuniones con conocidos no dejo de escuchar las mismas palabras cuando se habla del tema: este es el futuro de la educación. En redes sociales encuentro a colegas, consultores, empresarios y aficionados al tema que desbordan entusiasmo al afirmar que la educación en línea, gratuita, masiva y democrática llegó para quedarse. También he escuchado y leído lo contrario: que son una moda pasajera, que aligeran y pervierten el sentido educativo y que nada nunca sustituirá el valor de una clase presencial.  
Independientemente del argumento pedagógico (se aprende mejor con un profesor presente, entre gente con quien se comparte y enriquece el conocimiento) encontramos ya en el centro del debate un argumento económico expresado por el profesor Michael A. Cusumano del MIT: es claramente insostenible el modelo de los MOOCs gratuitos. Ponerle precio cero a la educación puede propiciar una crisis similar a la que sufren actualmente los periódicos o las revistas que a fines de los '90 ofrecieron sus contenidos a cambio de nada: una vez que ofreces algo gratis es muy complicado ponerle precio y convencer al usuario/consumidor de que vale la pena pagar por ello.
Y sumamos el factor social. En un artículo reciente, el semanario especializado Inside Higher Education reveló información del contrato que Coursera firma con sus universidades asociadas. El compromiso es ofrecer cursos exclusivamente de universidades avaladas por la Asociación de Universidades Norteamericanas (AAU por sus siglas en inglés) o por universidades que, si no son estadounidenses, comprueben que se encuentran entre las cinco mejor ranqueadas en su país. La AUU tiene registradas 62 universidades en Estados Unidos y Canadá, dos países en los que hay más de 4000 universidades y colleges que de facto no entran en los planes de Coursera y que muy probablemente tampoco cuenten con los recursos e infraestructura para iniciar una empresa de esa envergadura, aunque sí tengan profesores y programas competitivos a nivel global.   
Según cálculos del profesor Cusumano, este modelo de negocio dejaría fuera de los MOOCs a dos terceras partes de las universidades en el mundo y concentraría el mercado de la educación masiva en línea en un puñado de mega-universidades que controlarían la oferta de cursos a impartir (gratuitos o no).  
A diferencia de otros ámbitos, en los que algo parecido al darwinismo empresarial justificaría marginar a jugadores medianos o pequeños, cuando hablamos de educación vale la pena reflexionar si reducir la variedad implica aumentar la calidad; si cuando hablamos de generación y conservación del conocimiento lo "más apto" es también lo mejor... Y si nosotros preferiríamos, puestos a escoger, un programa presencial a uno en línea... 
El futuro de la educación está en juego, y la partida no ha hecho sino empezar. Son tiempos interesantes, ¡sin duda alguna!

sábado, marzo 16, 2013

¿Artistas éticos?


Fue en mi primer semestre de Filosofía (carrera que dejé trunca) cuando escuché hablar por primera vez de la condición trágica de los humanistas. No recuerdo muy bien el contexto, pero sí el mensaje que subyacía en la conversación: los filósofos somos (bueno, son) seres incomprendidos que realizan su labor a pesar de y contra el estigma social que les es intrínseco.
Un par de años después, cuando estudiaba Literatura, un compañero informó al grupo su decisión de abandonar la carrera. Otro lo justificó diciendo: “Es que él sí es hombre de acción”... ¿O sea que los otros, los que nos quedábamos no éramos hombres de acción?
Recientemente vi Réquiem por un imperio (Taking Sides, 2001) película que desgrana una parte de la vida del excéntrico y genial director de orquesta Wilhelm Furtwängler, específicamente el periodo posterior a la guerra, en el que fue acusado de apoyar al régimen nazi. (Furtwängler fue director de la Berliner Philarmoniker entre 1922 y 1945 y luego entre 1952 y 1954.) 
En la cinta se suceden tres largas entrevistas con un Mayor Arnold, estadounidense de ignorancia galopante pero también muy inteligente cuya explícita misión es hacer caer a Furtwängler en contradicciones suficientes como para probar su apoyo al nacionalsocialismo.
Contra lo que podría pensarse, no se trata de una película a favor de la música y, en general, de la actividad artística. Sorprendentemente es un trabajo en el que Furtwängler no sólo es asediado por el militar astuto sino que resulta literalmente vapuleado por ese personaje que inquiere una y otra vez por qué no abandonó Alemania cuando tuvo oportunidad, por qué condujo la Filarmónica de Berlín en un cumpleaños de Hitler, por qué aceptó las prebendas del régimen, etc. Furtwängler suda, llora y balbucea algunas respuestas muy honestas pero completamente desdibujadas entre sollozos y estertores…
Su más noble argumento es decir: “Como músico soy más que un ciudadano. Sé que la interpretación de una pieza maestra es una negación más fuerte y vital del espíritu de Buchenwald y Auschwitz que las palabras”. Suficiente para levantarse y aplaudir (suena el adagio de la séptima de Bruckner, además)… pero el Mayor le responde con una retahíla demoledora: “¿Ha olido la carne quemándose? Yo puedo olerla a seis kilómetros de distancia… ¡seis kilómetros! ¿Me habla de arte y cultura? ¿Pone cultura, arte y música contra los millones que sus amigos mataron? ¡Tenían orquestas en los campos de concentración! ¡Tocaban a Beethoven y a Wagner! ¡Lo acuso por su cobardía!… ¡Mire a la gente con verdadero valor, que tomó riesgos y ofreció su vida!”.
Furtwängler sale derrotado de la escena (la última de la película), diciendo que no quiere quedarse en el país, que quiere irse. Y se va, en efecto, con la cabeza gacha y el paso lerdo.
Le pregunté al amigo que me recomendó la película porqué le había gustado la película si el finar resultaba tan humillante para Furtwängler. Me dijo que le parecía que Furtwängler había ganado el combate contra el Mayor. Que había sido superior al militar porque no había necesitado ponerse a su nivel. Recordé el argumento de la condición trágica de los humanistas, que tan cercano me parece al de la otra mejilla: me maltrata, sí, pero yo sé que soy mejor que él… (¿y por eso no me defiendo?)
La superioridad moral de los artistas es discutible. Pero suponiéndola sin concederla, ¿no sería deseable que aparte de saberse moralmente superiores a veces defendieran esos valores que predican? Defenderlos, digo, más allá de las galerías impolutas donde trabajan. Más allá de salas de conciertos subvencionadas por el gobierno o cafetines en colonias de moda.
Hace unos días se dio a conocer un informe en el que la Orquesta Filarmónica de Viena, dirigida por Furtwängler entre 1927 y 1930, reconoce una asociación voluntaria con el gobierno alemán nacionalsocialista de la tercera década del siglo XX. La cuestión se mantiene vigente: ¿Hasta qué punto es pertinente exigir a los artistas un compromiso ético además del estético? ¿Es justo pedir a los intelectuales que como parte de su trabajo contemplen el impacto social del mismo?
Personalmente me gustaría que los artistas fueran más parecidos a las agallas de Tyler Durden en Fight Club y menos a la pusalinimdad del Furtwängler en Requiem por un imperio. Probablemente el arte perdería caché, pero ganaría respeto.