miércoles, marzo 27, 2013

MOOCs: el debate por venir


Ojalá vivas tiempos interesantes, dice un proverbio chino. Y qué duda cabe de que los nuestros son tiempos interesantes: es ya un lugar común decir que en las últimas décadas la civilización humana ha logrado avances que no se habían podido ver en milenios. Sobre todo en lo que se refiere a ciencia y tecnología, es indiscutible que vivimos en mundos completamente distintos si comparamos nuestro presente con las dos o tres generaciones que nos preceden. Ejemplo: mis abuelos escuchaban música en fonógrafo; mis padres lo hicieron en LP’s y cassettes, yo viví el boom de los discos compactos, y los niños de ahora descargan su música en formato MP3.
Sin embargo, hay un rubro que --pese a los innegables avances tecnológicos de tiempos recientes-- no había visto cambios significativos en su forma de operar ni en su manera de asumirse ante la sociedad: me refiero a la educación. Todavía hoy, después de casi dos décadas de internet, computadoras portátiles y pizarrones multimedia la forma de impartir una clase sigue siendo esencialmente la misma que la de hace 500 años: el profesor dicta cátedra frente a su grupo, que recibe pasivamente el conocimiento del magister.
Sí, en las aulas medievales también encontrábamos al pupilo dormilón de la última fila.

Independientemente de los cambios de enfoque (aprendizaje basado en proyectos, problemas, competencias, etc.) la inmensa mayoría de los profesores seguimos teniendo como base la cátedra impartida desde un púlpito: que en vez de garabatos en el pizarrón usemos Power Point no implica ningún cambio sustancial en la forma de impartir clases. Hasta ahora.
Ya en una ocasión anterior tuve la oportunidad de explicar lo que son los MOOCs. De entonces a la fecha la moda se ha reforzado: Coursera llegó a los tres millones de usuarios y ha dado los primeros pasos hacia la monetización: ya ofrece “certificados verificados” por una cuota que oscila entre los 30 y los 100 dólares, dependiendo el curso. Tiene ya 62 universidades asociadas, incluidas la UNAM con tres cursos y el ITESM (con seis). 
Los retos son mayúsculos para los profesores que ahora más que nunca deben justifcar que sus alumnos paguen una colegiatura y se ciñan a la riguidez de un modelo de clases presenciales. Los adolescentes y jóvenes de ahora se preguntan (o se preguntarán pronto) qué valor tiene una cátedra de 90 minutos por la que pagan equis cantidad de dinero y para la que deben presentarse forzosamente en un salón de clases si Coursera o EdX ofrecen las mismas materias con profesores de Harvard o Yale gratis, a cualquier hora y en cualquier lugar. 
En los pasillos del Tec de Monterrey, en juntas con profesores, en cursos de capacitación y reuniones con conocidos no dejo de escuchar las mismas palabras cuando se habla del tema: este es el futuro de la educación. En redes sociales encuentro a colegas, consultores, empresarios y aficionados al tema que desbordan entusiasmo al afirmar que la educación en línea, gratuita, masiva y democrática llegó para quedarse. También he escuchado y leído lo contrario: que son una moda pasajera, que aligeran y pervierten el sentido educativo y que nada nunca sustituirá el valor de una clase presencial.  
Independientemente del argumento pedagógico (se aprende mejor con un profesor presente, entre gente con quien se comparte y enriquece el conocimiento) encontramos ya en el centro del debate un argumento económico expresado por el profesor Michael A. Cusumano del MIT: es claramente insostenible el modelo de los MOOCs gratuitos. Ponerle precio cero a la educación puede propiciar una crisis similar a la que sufren actualmente los periódicos o las revistas que a fines de los '90 ofrecieron sus contenidos a cambio de nada: una vez que ofreces algo gratis es muy complicado ponerle precio y convencer al usuario/consumidor de que vale la pena pagar por ello.
Y sumamos el factor social. En un artículo reciente, el semanario especializado Inside Higher Education reveló información del contrato que Coursera firma con sus universidades asociadas. El compromiso es ofrecer cursos exclusivamente de universidades avaladas por la Asociación de Universidades Norteamericanas (AAU por sus siglas en inglés) o por universidades que, si no son estadounidenses, comprueben que se encuentran entre las cinco mejor ranqueadas en su país. La AUU tiene registradas 62 universidades en Estados Unidos y Canadá, dos países en los que hay más de 4000 universidades y colleges que de facto no entran en los planes de Coursera y que muy probablemente tampoco cuenten con los recursos e infraestructura para iniciar una empresa de esa envergadura, aunque sí tengan profesores y programas competitivos a nivel global.   
Según cálculos del profesor Cusumano, este modelo de negocio dejaría fuera de los MOOCs a dos terceras partes de las universidades en el mundo y concentraría el mercado de la educación masiva en línea en un puñado de mega-universidades que controlarían la oferta de cursos a impartir (gratuitos o no).  
A diferencia de otros ámbitos, en los que algo parecido al darwinismo empresarial justificaría marginar a jugadores medianos o pequeños, cuando hablamos de educación vale la pena reflexionar si reducir la variedad implica aumentar la calidad; si cuando hablamos de generación y conservación del conocimiento lo "más apto" es también lo mejor... Y si nosotros preferiríamos, puestos a escoger, un programa presencial a uno en línea... 
El futuro de la educación está en juego, y la partida no ha hecho sino empezar. Son tiempos interesantes, ¡sin duda alguna!

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