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martes, junio 11, 2013

Cuatro retos de la educación por venir


Imagen de Néstor Alonso en el blog de Domingo Méndez
(1ª de dos partes)
En semanas recientes he tenido el privilegio de participar en algunas reuniones en las que se ha empezado a discutir el modelo Tec 21, la estrategia que presenta el Tec de Monterrey a los retos de los próximos años. Deseo compartir con ustedes algunas reflexiones generadas a raíz de lo visto y escuchado en estos días. 
1. Hay que aceptar que el sistema está en crisis (o lo estará muy pronto)
Sobre todo a nivel medio superior y superior, nunca como ahora se había cuestionado tan fuertemente la pertinencia de formar parte del sistema educativo. Todavía entre la mayoría de quienes estudian (y sobre todo de quienes financian esos estudios: los padres de familia) persiste la idea de que vale la pena invertir tiempo y (si se puede) dinero para inscribir a los hijos en preparatorias y universidades privadas. En estas últimas una carrera profesional implica por lo menos cuatro años y medio de vida y algo así como un millón de pesos entre colegiaturas y materiales de trabajo a lo largo de ese lapso. Muchas veces esa convicción se traduce en una deuda de varias decenas de miles de pesos que el alumno se compromete apenas tenga su título de ingeniero o licenciado. Es mucho tiempo y mucho dinero, pero todo sea por adquirir los conocimientos y desarrollar las habilidades necesarias para sustentar una carrera profesional exitosa (“ser alguien en la vida”, como rezaba el slogan de una universidad hace años).
Pero en años recientes, con el boom de las tecnologías que permiten el intercambio de información a una velocidad antes impensable, el sistema educativo ha sido puesto en jaque. Ahí está el caso de los MOOCs: cursos masivos en línea, gratuitos, facilitados por las mejores universidades del mundo (Yale, Harvard, MIT…). La palabra clave es “gratis”. De momento, los MOOCs se ofrecen sin costo, convirtiéndose en una fuente de conocimiento confiable, profesional y prestigiada que sólo exige del alumno tiempo y conexión a internet. La siguiente jugada es que esas universidades confirmen la equivalencia de esos cursos con los que se imparten en sus aulas, cobrando una cuota significativamente más baja que la que implica tomar clases en modalidad presencial. La pregunta que se plantea entonces es: si el alumno puede tomar un curso gratis (o a un precio relativamente bajo), facilitado por un profesor de universidad Ivy League y recibe al final un certificado que avala ese conocimiento, ¿qué sentido tiene pagar decenas de miles de pesos al semestre para aprender lo mismo?
Desde hace varios años la enseñanza está basada en las competencias que el sistema escolarizado ofrece a sus alumnos: qué saben hacer y cómo lo hacen. Aunque no es una idea nueva, ahora queda claro que para desarrollar esas competencias no es indispensable enrolarse en una universidad… ni pagar la colegiatura.
Cierto: pasarán varios años para que la crisis se acentúe, para que los alumnos (y sobre todo sus padres) asuman como real la posibilidad de no estudiar en una universidad y encontrar vías alternas para adquirir conocimientos y desarrollar competencias que les permitan (en menos tiempo y a un precio menor) ser competitivos en el mercado laboral. Pero el hecho de que el punto más álgido de esta crisis no se prevea hasta dentro de unos años, no quiere decir que no ocurrirá: hace tres lustros era impensable la consulta en línea de información confiable en la red; hoy tenemos Wikipedia, a quien prácticamente nadie regatea el rol de enciclopedia de nuestros tiempos.
2. Conviene reconocer que la tecnología no es la respuesta (completa)
Me gustaría hacer una aclaración en este sentido: no soy tecnófobo. Todo lo contrario. Me gusta estar al tanto de las novedades tecnológicas y soy usuario competente de varias de ellas. Considero que la tecnología me permite (como a millones más) realizar mejor y más rápidamente algunas de mis actividades cotidianas. Sin embargo pienso que en el ámbito educativo hemos hecho una lectura al menos incompleta y a veces francamente equivocada del lugar que la tecnología está llamada a ocupar en el futuro. Proporcionamos o financiamos tablets a nuestros profesores, ofrecemos capacitación para usar redes sociales y apps, les conminamos a usar clickers [1]y a diseñar páginas web… Pero en medio de esta amplísima oferta de recursos no nos damos cuenta de que el foco no ha de estar exclusivamente en el uso de la tecnología sino sobre todo en su uso desde una perspectiva pedagógicamente innovadora. No se trata, como me decía un profesor recientemente, de migrar del pizarrón a los acetatos a las diapositivas en Power Point a las presentaciones en Prezi[2]: ¿dónde está la innovación ahí? ¿De qué sirve usar clickers si las preguntas que se hacen son las mismas de hace 10, 15 o 20 años?
Sólo daremos un salto cualitativo cuando aprendamos a utilizar técnicas didácticas auténticamente retadoras que, complementadas con tecnología de punta, pueden resultar un combo muy eficaz para enseñar a las nuevas generaciones. Ni duda cabe de que técnicas como el Aprendizaje Basado en Problemas o el Aprendizaje Colaborativo, que no son nuevas, podrían relanzarse con mucha potencia utilizando la tecnología de última generación. En este contexto, dotar al profe de una laptop o una tablet es sólo el primer paso para ello. Si nos quedamos ahí el salto no será completo y nos quedaremos a medias en el intento de conectar con una generación que hoy exige mucho más que un profesor que comparta sus documentos por Facebook.       


[1] Un clicker es un sistema de respuesta remota. A fines de los ’90 se usaba en aulas con controles que se asignaban a los alumnos; ahora se responde a través de dispositivos móviles como teléfonos celulares o tablets.
[2] Prezi es una aplicación multimedia para la creación de presentaciones. Es similar a PowerPoint pero de manera más dinámica. La versión gratuita funciona sólo conectado a internet y con un límite de almacenamiento.

miércoles, marzo 27, 2013

MOOCs: el debate por venir


Ojalá vivas tiempos interesantes, dice un proverbio chino. Y qué duda cabe de que los nuestros son tiempos interesantes: es ya un lugar común decir que en las últimas décadas la civilización humana ha logrado avances que no se habían podido ver en milenios. Sobre todo en lo que se refiere a ciencia y tecnología, es indiscutible que vivimos en mundos completamente distintos si comparamos nuestro presente con las dos o tres generaciones que nos preceden. Ejemplo: mis abuelos escuchaban música en fonógrafo; mis padres lo hicieron en LP’s y cassettes, yo viví el boom de los discos compactos, y los niños de ahora descargan su música en formato MP3.
Sin embargo, hay un rubro que --pese a los innegables avances tecnológicos de tiempos recientes-- no había visto cambios significativos en su forma de operar ni en su manera de asumirse ante la sociedad: me refiero a la educación. Todavía hoy, después de casi dos décadas de internet, computadoras portátiles y pizarrones multimedia la forma de impartir una clase sigue siendo esencialmente la misma que la de hace 500 años: el profesor dicta cátedra frente a su grupo, que recibe pasivamente el conocimiento del magister.
Sí, en las aulas medievales también encontrábamos al pupilo dormilón de la última fila.

Independientemente de los cambios de enfoque (aprendizaje basado en proyectos, problemas, competencias, etc.) la inmensa mayoría de los profesores seguimos teniendo como base la cátedra impartida desde un púlpito: que en vez de garabatos en el pizarrón usemos Power Point no implica ningún cambio sustancial en la forma de impartir clases. Hasta ahora.
Ya en una ocasión anterior tuve la oportunidad de explicar lo que son los MOOCs. De entonces a la fecha la moda se ha reforzado: Coursera llegó a los tres millones de usuarios y ha dado los primeros pasos hacia la monetización: ya ofrece “certificados verificados” por una cuota que oscila entre los 30 y los 100 dólares, dependiendo el curso. Tiene ya 62 universidades asociadas, incluidas la UNAM con tres cursos y el ITESM (con seis). 
Los retos son mayúsculos para los profesores que ahora más que nunca deben justifcar que sus alumnos paguen una colegiatura y se ciñan a la riguidez de un modelo de clases presenciales. Los adolescentes y jóvenes de ahora se preguntan (o se preguntarán pronto) qué valor tiene una cátedra de 90 minutos por la que pagan equis cantidad de dinero y para la que deben presentarse forzosamente en un salón de clases si Coursera o EdX ofrecen las mismas materias con profesores de Harvard o Yale gratis, a cualquier hora y en cualquier lugar. 
En los pasillos del Tec de Monterrey, en juntas con profesores, en cursos de capacitación y reuniones con conocidos no dejo de escuchar las mismas palabras cuando se habla del tema: este es el futuro de la educación. En redes sociales encuentro a colegas, consultores, empresarios y aficionados al tema que desbordan entusiasmo al afirmar que la educación en línea, gratuita, masiva y democrática llegó para quedarse. También he escuchado y leído lo contrario: que son una moda pasajera, que aligeran y pervierten el sentido educativo y que nada nunca sustituirá el valor de una clase presencial.  
Independientemente del argumento pedagógico (se aprende mejor con un profesor presente, entre gente con quien se comparte y enriquece el conocimiento) encontramos ya en el centro del debate un argumento económico expresado por el profesor Michael A. Cusumano del MIT: es claramente insostenible el modelo de los MOOCs gratuitos. Ponerle precio cero a la educación puede propiciar una crisis similar a la que sufren actualmente los periódicos o las revistas que a fines de los '90 ofrecieron sus contenidos a cambio de nada: una vez que ofreces algo gratis es muy complicado ponerle precio y convencer al usuario/consumidor de que vale la pena pagar por ello.
Y sumamos el factor social. En un artículo reciente, el semanario especializado Inside Higher Education reveló información del contrato que Coursera firma con sus universidades asociadas. El compromiso es ofrecer cursos exclusivamente de universidades avaladas por la Asociación de Universidades Norteamericanas (AAU por sus siglas en inglés) o por universidades que, si no son estadounidenses, comprueben que se encuentran entre las cinco mejor ranqueadas en su país. La AUU tiene registradas 62 universidades en Estados Unidos y Canadá, dos países en los que hay más de 4000 universidades y colleges que de facto no entran en los planes de Coursera y que muy probablemente tampoco cuenten con los recursos e infraestructura para iniciar una empresa de esa envergadura, aunque sí tengan profesores y programas competitivos a nivel global.   
Según cálculos del profesor Cusumano, este modelo de negocio dejaría fuera de los MOOCs a dos terceras partes de las universidades en el mundo y concentraría el mercado de la educación masiva en línea en un puñado de mega-universidades que controlarían la oferta de cursos a impartir (gratuitos o no).  
A diferencia de otros ámbitos, en los que algo parecido al darwinismo empresarial justificaría marginar a jugadores medianos o pequeños, cuando hablamos de educación vale la pena reflexionar si reducir la variedad implica aumentar la calidad; si cuando hablamos de generación y conservación del conocimiento lo "más apto" es también lo mejor... Y si nosotros preferiríamos, puestos a escoger, un programa presencial a uno en línea... 
El futuro de la educación está en juego, y la partida no ha hecho sino empezar. Son tiempos interesantes, ¡sin duda alguna!