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lunes, julio 18, 2016

#EnMangasDeCamisa 09

Esta semana, aplicamos un bálsamo poético a los muy desafortunados acontecimientos recientes (Bangladesh, Bagdad, Estambul, Dallas, Niza, de nuevo Estambul, Luisiana...)

También invito a hacer de la desconexión digital un acto no exclusivo de las vacaciones, sino un hábito de vida en aras de nuestra salud mental y emocional (ojo al ejemplo de Francia).  

Las ideas musicales son de Michael Jackson (a propósito de una lista de los 20 discos más vendidos recientemente redefinida por El País), Damon Albarn (que le canta a un elefantito) y el gran George Harrison. 

Como siempre, bienvenidos sus comentarios y sugerencias... y muchas gracias por compartir. ¡Disfruten mucho... y siempre en mangas de camisa! :-D

sábado, noviembre 14, 2015

Pese a París; por París...

Me topé con este poema de Benedetti pocos días después de enterarme de Ayotzinapa el año pasado. Me dio fuerza entonces, y sobre todo me dio algo qué decirles a mis alumnos y exalumnos. Hoy lo he vuelto a leer y se me ha hecho un nudo en la garganta por su sencillez y potencia. 

El día a día en este mundo es tremendamente descorazonador. Pese a ello y aunque no niego ni el llanto ni las tinieblas, elijo la sonrisa y prefiero la luz. No es un acto de evasión sino, al contrario, mi forma de enfrentar esta vida atroz. Pese a París y por París. Pese a Ayotzinapa y por Ayotzinapa. Pese al horror y por el horror. Deseo seguir plantando cara al Mal, inventar la paz así sea a ponchazos y tender manos que ayudan, abrir puertas...

Ser y estar. Aquí y ahora. Lo decido, sí, todavía.

Va el poema:
 
¿Qué les queda por probar a los jóvenes
en este mundo de paciencia y asco?
¿sólo grafitti? ¿rock? ¿escepticismo?
también les queda no decir amén
no dejar que les maten el amor
recuperar el habla y la utopía
ser jóvenes sin prisa y con memoria
situarse en una historia que es la suya
no convertirse en viejos prematuros

¿qué les queda por probar a los jóvenes
en este mundo de rutina y ruina?
¿cocaína? ¿cerveza? ¿barras bravas?
les queda respirar / abrir los ojos
descubrir las raíces del horror
inventar paz así sea a ponchazos
entenderse con la naturaleza
y con la lluvia y los relámpagos
y con el sentimiento y con la muerte
esa loca de atar y desatar

¿qué les queda por probar a los jóvenes
en este mundo de consumo y humo?
¿vértigo? ¿asaltos? ¿discotecas?
también les queda discutir con dios
tanto si existe como si no existe
tender manos que ayudan / abrir puertas
entre el corazón propio y el ajeno /
sobre todo les queda hacer futuro
a pesar de los ruines de pasado
y los sabios granujas del presente.

lunes, marzo 17, 2014

Leer. Despertar.

Hace un rato encontré en Spotify el soundtrack de The Power of One (Avildsen, 1992). Tenía años de no escucharlo. Ésa es una película que me cambió la vida. Ignoro si es buena o mala, sé que su impacto fue devastador en mi existencia preadolescente.


La vi con mi padre en un cine que ya no existe (el Agustín Lara, donde ahora hay un Office Depot) y tengo el recuerdo de haber llorado al terminar de verla. No la he vuelto a ver desde entonces. 
Más allá de la anécdota personal, y del debate acerca de si la película es buena o no, me gustaría compartir con ustedes por qué fue importante para mí: me abrió los ojos a la crueldad y el dolor humano. La trama gira en torno a la vida de un niño blanco que crece en la Sudáfrica del apartheid años antes de la II Guerra Mundial. Ahí toma como maestro de boxeo (y, hasta cierto punto, de vida) a un hombre negro. Pueden imaginar algunos de los giros dramáticos que depara esa pareja de protagonistas. Creo que nunca había sido consciente de una verdad que no me ha abandonado desde entonces: el Mal (así, con mayúscula) es el común denominador de las acciones humanas. Retomo una recientísima lectura que acabo de terminar: el libro Lecturas sobre la lectura, de Alberto Manguel (2011):
Como nos enseña nuestra lectura, la historia es el relato de una larga noche de injusticia: la Alemania de Hitler, la Rusia de Stalin, la Sudáfrica del apartheid, la Rumania de Ceausescu, la China de la Plaza Tiananmen, los Estados Unidos del senador McCarthy, la Cuba de Castro, el Chile de Pinochet, el Paraguay de Stroessner, y una lista interminable de otros más que conforman el mapa de nuestro tiempo. Parece como que vivimos en sociedades déspotas o justo al margen. Nunca estamos a salvo, ni siquiera en nuestras pequeñas democracias. Al pensar en lo poco que tomó para que ciudadanos franceses de bien abuchearan los convoyes de niños judíos metidos como ganado en camiones, o para que canadienses educados apedrearan a mujeres y ancianos en la reservación de Oka cuando los indígenas protestaron por la construcción de un campo de golf, no tenemos derecho a sentirnos a salvo. (Manguel, 379)
Manguel vuelve sobre la misma idea un poco más adelante en ese volumen de ensayos que, huelga decir, les recomiendo ampliamente:
Sólo nosotros vivimos conscientes de que vivimos y, por medio de un código de palabras medio compartido, somos capaces de reflexionar sobre nuestras acciones, sean éstas contradictorias o inexplicables. Sanamos y ayudamos, nos sacrificamos y expresamos preocupación y compasión, creamos artificios maravillosos y artefactos milagrosos para entender mejor el mundo y a nosotros mismos. Y al mismo tiempo, construimos nuestras vidas sobre supersticiones, acumulamos sin otro propósito que la avaricia, causamos dolor deliberado a otras criaturas, envenenamos el agua y el aire que necesitamos para vivir, y finalmente llevamos nuestro planeta al borde de la destrucción. Todo esto lo hacemos con plena consciencia de nuestras acciones, como si estuviéramos sumergidos en un sueño en el que hacemos lo que sabemos que no debíamos y nos abstenemos de hacer lo que deberíamos. (Manguel, 405-406)  
No soy tan ingenuo como para asumir que conozco el momento o los motivos que determinan si estamos de un lado o del otro, si somos buenos o malos. Constantemente cruzamos esa frontera sin un patrón establecido. Todos somos capaces de la abyección más perversa y de la más sublime bondad. Y por ello, porque cruzamos alegre y pesarosamente a la vez esa línea esgrimiendo nuestro libre albedrío como suficiente razón para ello, pienso que Manguel tiene razón: no tenemos derecho a sentirnos a salvo. Así las cosas, lo menos que podemos hacer es mantenernos atentos, conscientes. Despiertos.