Me dio mucho gusto enterarme del premio que en el Festival de Cannes recibió Guillermo Arriaga por su guión de Las tres muertes de Melquiades Estrada. Es el primer mexicano desde el Indio Fernández en ganar un premio en la selección oficial de ese festival.
Gusto, entonces, porque es mexicano, y también porque su trabajo como guionista de Amores perros y 21 gramos me parece sobresaliente. Corrí entonces a comprar su más reciente volumen de cuentos, Retorno 201.
Gusto, entonces, porque es mexicano, y también porque su trabajo como guionista de Amores perros y 21 gramos me parece sobresaliente. Corrí entonces a comprar su más reciente volumen de cuentos, Retorno 201.
Y sufrí una gran decepción. No sólo porque en la presentación de sí mismo Arriaga afirma que las obras cuyo protagonista principal es el lenguaje le parecen “una pérdida de tiempo” sino porque descubrí que su prosa es descuidada, sucia en el sentido de no saber (o no querer) diferenciar entre escribir un acento en frases como "Bueno, sí...", sin distinguir que el acento define el carácter condicional o afirmativo de la misma. O sonando extraña y cacofónicamente adelamichesco en fragmentos como "... es que tú no percibes no detectas no observas no reconoces no notas ni descubres este amor salvaje que te tengo..." (También tiene un problema con las comas: las usa a discreción, sin voluntad de estilo). No he leído sus novelas, pero un amigo que ya lo hizo me comenta que la cosa no cambia mucho: más allá del predecible juego de estructuras que Arriaga maneja tan bien en el cine (no así en su prosa) no hay nada más rescatable de este autor considerado uno de los escritores contemporáneos más importantes del mundo por la revista francesa Lire y que ha visto sus novelas traducidas a 18 idiomas.
Curioso que tan buen guionista sea tan mal escritor. Hasta hace unos días eso me parecía inconcebible.