Probablemente en días recientes vieron en su muro de Facebook el siguiente aviso publicado por algún conocido:
Mi primera reacción cuando vi este mensaje (publicado por una persona a quien estimo mucho) fue hacerle caso y seguir las instrucciones que nos daba para proteger su privacidad. "Qué importante cosa, la privacidad. Zuckerberg y sus secuaces no me quitarán el derecho de proteger a mis amigos ni de seguir viendo sus fotos personales y de su familia... Si algún extraño puede ver lo que ella publica sin su consentimiento, ¡eso me puede pasar también a mí! ¡El horror!" Y desde luego procedí a revisar mis filtros de seguridad en la configuración de mi cuenta. Un par de días más tarde leí esta nota de BBC Mundo en la que se aclara el engaño del mensaje mencionado y respiré tranquilo. Pero al ver el aviso repetido por varias otras personas (y reconocer mi paranoia) caí en cuenta de que la privacidad en redes sociales es un asunto de importancia apremiante. Mi siguiente pregunta fue: ¿por qué? Si se supone que uno publica lo que quiere y ante quien quiere, ¿cuál es el problema?
Esto me recordó los tiempos en los que tenía protegida mi cuenta en Twitter (no hace mucho, de hecho). Decidí quitar el candado cuando un compañero de trabajo (@napo_coco) me hizo notar que entrar a redes sociales con esa obsesión por sentirse seguro era tan absurdo como intentar besar a una mujer con una escafandra puesta. Más o menos el mismo sentido tienen las palabras de Gabriela Warkentin (@warkentin) cuando publicó también en Twitter que esa red social no está hecha para gente que no está dispuesta a arriesgarse: si no te gusta el fuego, no te acerques al fogón, publicó la profesora de la UIA.
La obsesión de algunos por la privacidad en redes sociales me parece incongruente. Nadie que haya tenido o tenga Facebook y/o Twitter puede negar el hecho de que estas redes sociales funcionan mejor (y acaso sólo funcionan del todo) cuando se está dispuesto a compartir. Si así ocurre en el resto de nuestras relaciones interpersonales no debería ser diferente con nuestras relaciones on-line: la experiencia es muy limitada (y no pocas veces frustrante) cuando llegamos a alguna reunión sólo a ver y haciendo todo lo posible por evitar que otros nos vean. Otra compañera de trabajo (@marumag) comentó al respecto en FB: "Es un poco absurdo pedir privacidad cuando posteas lo que comes, lo que haces, lo que ves, dónde estás, con quién, qué harás, etc... No tiene mucho sentido".
La regla pareciera ser de elemental sentido común: si no quieres que los demás se enteren, no lo publiques. De nada sirven candados y filtros de seguridad si al final alguien puede reconocerte en esas fotos y hacerlas circular sin que necesariamente te enteres de ello. La única forma de no correr riesgos es no entrando al juego. Y desde luego ésa es una opción tan viable como respetable. Insisto: así hacemos con el resto de nuestras interacciones fuera de internet, ¿por qué habría de ser distinto on-line? Si tanto dentro como fuera de Facebook y Twitter nosostros seguimos siendo nosotros y los demás siguen siendo los demás... ¿Qué cambia? Nada. Antes y después de Facebook, lo verdaderamente íntimo, privado, personal, se queda en uno mismo o en personas muy allegadas a nosotros... Para todo lo demás resulta absurdo atestar nuestros perfiles con candados, listas de amigos, mejores amigos, no-tan-buenos-amigos, compañeros de trabajo, personas bloqueadas, enemigos potenciales, envidiosos actuales, admiradores secretos y ese baturrillo de etiquetas con las que de pronto nos da por sentirnos seguros mientras estamos en línea.
Lo resumió hace unos días Gerardo Esquivel, economista del COLMEX, en su cuenta de Twitter, me imagino que respondiendo a este súbito furor por la privacidad en Facebook:
Contrario a lo que algunos corifeos pregonan insensatamente, abrir cuenta en Facebook, Twitter, o cualquier otra red social no es una obligación ni social, ni profesional, ni mucho menos moral o ética. Uno no "tiene que" estar en Facebook para comunicarse mejor con alguien o para enterarse más eficazmente de algo. Según dice John Carlin, entramos a redes sociales para satisfacer necesidades exhibicionistas y/o narcisistas que, por otro lado, son de lo más normales, de lo más humanas (y con las que nuestra especie lleva lidiando mucho más tiempo del que tienen y tendrán Facebook o Twitter en nuestras vidas). Y ya metidos en ello, si nos incomoda lo que vemos de otros o lo que otros ven de nosotros, tenemos la libertad de cancelar esas cuentas en el momento que deseemos. Entonces, ¿cuál es el problema?... Exacto: no hay problema.
1 comentario:
¡Excelente José Luis!
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