jueves, septiembre 15, 2011

El grito, irreconocible


El otro día oí a una madre explicarle a su hijo de siete años los rasgos fundamentales de la historia de México basándose en una de esas series de estampas con retratos de hombres célebres. Le decía: 
- Morelos es el del pañuelo amarrado en la cabeza, Zaragoza, el de los anteojitos, Colón es éste, que se parece a tu tía Carmela, Iturbide, el de las patillas y el cuello hasta las orejas. El cura Hidalgo es este viejito calvo.
Francamente mi primera clase de historia fue mucho más interesante. Mi madre me llevó a la Alhóndiga de Granaditas y me dijo:
- De esos ganchos que ves allí, colgaron las cabezas de los insurgentes.
Me impresionó tanto la noticia que me quedé convencido de haber visto no sólo los ganchos, sino también las cabezas, al grado de que, años después que regresé a Guanajuato, me quedé asombrado de no encontrarlas. 
Mi abuela también me daba clases de historia a su manera. Claro que su fuerte era la Revolución. 
- Ojo Parado, el hermano de Madero, se hincaba y les pedía: "¡No me maten, no me maten!"De nada le sirvió al pobre. De todas maneras lo mataron.
En materia de la Independencia los informes que me daba eran de otra índole. Sabía los nombres de la familia de seis o siete generaciones. Me decía:
- Tú te llamas Jorge Ibargüengoitia Antillón, Cuming, Castañeda- aquí seguía una lista de nombres que he olvidado excepto los tres últimos, que eran: Aldama, Crespo y Picacho.
Aldama, el héroe de la Independencia cuya cabeza estuvo colgada en uno de los ganchos de la Alhóndiga, era mi abuelo en cuarto grado; es decir, yo soy su chozno.

Durante muchos años viví orgulloso, sintiendo que por mis venas corría sangre de héroes. Hasta después me enteré de que Aldama no fue el único de la familia que intervino en la toma de Granaditas. En el interior de la Alhóndiga estaba el penúltimo gachupín de la familia, don Pedro Ibargüengoitia, quien murió en esa ocasión, allí mismo y por la razón antes expuesta.
Cuenta la leyenda que, en el pánico que había entre los españoles de Guanajuato al saber que se acercaban los insurgentes, don Pedro decidió irse a la Alhóndiga y encargó a su mujer, que era mexicana, a un amigo suyo, el señor Ajuria. Tomada la plaza, incendiada la Alhóndiga y muerto don Pedro, los otros dos se casaron y formaron una familia que resultó tan ilustre como la mía.

Pero ahora regresemos a la señora que está explicándole a su hijo que Morelos es el que tiene el pañuelo amarrado en la cabeza, etcétera. Lo que quiero decir al poner como ejemplo el de esta señora, es que con el culto a los héroes, lo único que se ha logrado es volverlos aburridísimos. Tanto se les ha depurado y se han suprimido con tanto cuidado sus torpezas, sus titubeos y sus debilidades, que lo único que les queda es el pañuelo que llevan amarrado en la cabeza, la calva, o alguna frase célebre, como la de "vamos a matar gachupines" o "si tuviéramos parque, no estarían ustedes aquí", etcétera.
En este sentido, Hidalgo es de los que salen más perjudicados. Hasta físicamente. Es de los pocos casos conocidos de personas que han seguid envejeciendo después de muertas. Fue fusilado a los cincuenta y ocho años, pero no ha faltado quien, arrastrado por la elocuencia, diga: "Quisiera besar los cabellos plateados de este anciano venerable".
Cada año se conmemora su célebre grito, repitiéndolo corregido, censurado y aumentado hasta volverlo irreconocible. De tal manera que cuesta trabajo imaginar en sus labios frases que no sean: "¡Viva México! ¡Viva Fernando Séptimo! ¡Vamos a matar gachupines!", o, peor todavía: "¡Viva México! ¡Viva la Independencia! ¡Vivan nuestros héroes!"
Los libros de texto nos pintan un cuadro soporífico. Un anciano sembrando moras, cultivando gusanos de seda, probando uvas -agrias, probablemente-, defendiendo a los indios de los abusos de los hacendados con frases tales como:
- ¡En nombre de Dios, deteneos! ¡Tened piedad de estos pobres indios!

Todos los rasgos interesantes del personaje se pierden. Por ejemolo, su viaje a Guanajuato para pedirle al Intendente Riaño eñ tomo que corresponde a la C, de la Enciclopedia. Podemos imaginarlos abriendo este libraco en la anotación que dice: "Cañones, su fabricación".
También podemos imaginarlo, durante el sitio de Granaditas, llamando a un minero:
- A ver, muchacho, ¿cómo te llamas?
- Me dicen el Pípila, señor.
- Pues bien, Pípila, mira, toma esta piedra, póntela en la cabeza, coge esta tea, vete a esa puerta y préndele fuego. 
Es un personaje más interesante, ¿verdad? Sobre todo si tenemos en cuenta que el otro le obedeció.

[de Instrucciones para vivir en México, de Jorge Ibargüengoitia]

domingo, julio 17, 2011

A propósito de biografías

Hace un par de meses terminé la de Einstein que escribiera Walter Isaacson (quien ya prepara la biografía de Steve Jobs). Luego pasé (no necesariamente en ese orden) por Verano, de J.M. Coetzee, Desayuno con John Lennon, de Robert Hilburn y por Missing de Alberto Fuguet. Este post obedece a mi conclusión de la lectura de La versión de Barney de Mordecai Richler.

Una compañera de trabajo me preguntó qué tenía yo con las biografías; por qué mi afición a ellas. La verdad es que no lo sé. Ni siquiera estoy seguro de que pueda considerarse una "afición", pero el hecho es que en meses recientes mis lecturas se han encaminado hacia ese género.

Lo interesante en todo caso es la forma en que se cuentan esas vidas. El Einstein de Isaacson es una biografía tradicional en toda regla. No ocurre así con el libro de Coetzee, formidable relato autobiográfico escrito desde la ficción. Y qué decir de Missing, de Alberto Fuguet, tan celebrada por Vargas Llosa. Es la historia de un tío del autor contada desde el recuerdo de varias personas, a cuál más preciso (o impreciso, para el caso). El libro de Hilburn no es precisamente una biografía, aunque sí recorre de manera cronológica su trabajo como editor musical de Los Angeles Times con recurrentes alusiones personales. Finalmente La versión de Barney es una divertida e inteligente novela que se presenta como el libro de memorias de un personaje ficticio en los albores del Alzheimer.

Escribir desde la memoria es escribir desde la ficción. No recordamos lo que ocurrió, sino lo que filtramos de lo ocurrido. Lo que verdaderamente pasó no importa. Lo que permanece es el recuerdo que nos queda. Que nos hacemos, valdría la pena decir. La verdad no es sino la idea que construimos de ella. Y buena parte de esa construción (cultural, social, personal) está basada en lo que recordamos (o creemos recordar) de tal o cual hecho o persona.

Me inquieta (ligeramente) mi "afición" por las biografías. En mis compras de fin de semana, anticipando algunos días de descanso en los que espero leer bastante, dos de los cuatro libros que compré tienen elementos biográficos: El sueño de Inocencio, de Gerardo Laveaga (novela histórica basada en la vida de Inocencio III) y Freud, el crepúsculo de un ídolo, revisión crítica de Michael Onfray sobre el psicoanálisis.

Ya les contaré.

sábado, junio 18, 2011

Algo falta...


Todas las familias tienen un personaje como Carlos Fuguet: un tío (o sobrino, hermano, primo...) literal y literariamente perdido. Aquel (o aquella) del que se dicen encandilantes maravillas o de quien se cuentan las historias más atroces sin que unas u otras, claro, puedan comprobarse. En Missing (una investigación) Alberto Fuguet se lanza a narrar la verdadera historia de la desaparición de un tío suyo a mediados de los '80. Para ello parte de la premisa de que la Historia casi nunca está basada en hechos reales, sino cómo éstos son recordados por las personas que los vivieron.

Muchas páginas elogiosas se han escrito sobre este ejercicio de novela no ficcional que nos entrega Alberto Fuguet, uno de los escritores latinoamericanos más reputados de su generación (fue uno de los firmantes del prólogo-manifiesto McOndo a mediados de los '90). Fogwill lo ha comparado con el mejor Bolaño y Vargas Llosa ha ensalzado su "encanto poético notable".

A mí no me ha gustado tanto. Es una novela entretenida y bien escrita, pero no mucho más que eso. Por momentos el personaje principal (el tío desaparecido que luego aparece) me resultó patoso. La narración: solemne, pagada de sí misma, sin pizca de humor. Carlos Fuguet, el personaje, nunca creció lo suficiente como para mantener mi atención. Lo único extraordinario en su vida fue que se perdió. Y que luego un escritor famoso lo encontró... y escribió un libro sobre esa experiencia. Pero en sí misma la historia de Carlos Fuguet es bastante anodina.

Hay un mejor Fuguet. Y todavía está por verse si ése es el mejor Bolaño.

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Missing (una investigación), de Alberto Fuguet, está editado por Alfaguara.

viernes, junio 17, 2011

Desayuno con John Lennon

¿Y si ahora vamos por los Choco Krispis, Bob?

El título es sugestivo, desde luego. ¿Qué se imaginan que un reputado periodista (el editor de la sección musical del Los Angeles Times, para más señas) desayunaría en una cita con John Lennon? Mi frívola imaginación responde con algo suntuoso en un hotel de cientos de dólares por noche. (Sí, aunque se tratara de Lennon. Después de todo, él también era superstar). Pero no. Resulta que a John le encantaban los corn-flakes con crema de leche. "Me explicó que de niño, en Liverpool, durante la Segunda Guerra Mundial, no había forma de conseguir crema de leche, por lo que se consideraba un manjar. Se metió otra cucharada en la boca y suspiró exageradamente para enfatizar cuánto le gustaba".

Esta crónica da título al libro Desayuno con John Lennon y otras crónicas para la historia del rock, de Robert Hilburn (Turner, 2010). Un libro mágico porque está escrito no sólo con la autoridad de un experto en música (tres veces nominado al Pulitzer) y con el aura de un tipo que conoció a los músicos más representativos de tres generaciones, de Elvis a Jack White. Es excepcional porque es honesto. En un mundo en el que la traición es moneda corriente, Hilburn logró ganarse la confianza de personajes como Dylan, Springsteen, Cash, Jackson y Cobain para convivir con ellos más allá de las ruedas de prensa y la maquinaria de marketing que les rodea. Así pudo comer corn-flakes con Lennon, beber café con Dylan y zamparse una hamburguesa (y luego una ensalada) con White. Así pudo conocerlos más allá de su faceta de estrellas del rock y reconocer su rostro humano (a veces demasiado humano).

Es un libro para los amantes de la música, pero sobre todo para los jóvenes amantes de la música. En fechas recientes he tenido la oportunidad de conversar sobre el tema con varios jóvenes músicos (o aspirantes a serlo), la mayoría integrantes de la novísima generación nacida a principios de los '90. Encuentro en ellos una dolorosa indiferencia al referirse a artistas de hace 30 ó 40 años ("Los Beatles son de lo más overrated") y me sorprendo al descubrir que algunos no han escuchado jamás a Bruce Springsteen.

"Creo que esta es la peor época de todas para conectar con la gente por medio de la música. La generación de hoy da muchas cosas por sentadas respecto a la música. Es como si dijeran: 'Voy a jugar a unos videojuegos y cuando quiera volver al rock and roll, va a estar ahí esperándome'", dice Jack White a Hilburn en la parte final del libro.

Asumiendo que el rock es, como dice el autor, más que un sonido, un ideal, vale la pena preguntarse qué futuro le espera a este género músical con las nuevas generaciones creciendo al amparo de American Idol, Rock Band y Pirate Bay. Y, ojo, lo malo no es que compartan estas influencias, sino que no vean en Elvis sino a un fantoche y de Dylan crean conocerlo porque alguna vez en el auto de sus padres (o abuelos) escucharon "Like A Rolling Stone".

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Desayuno con John Lennon y otras crónicas para la historia del rock, de Robert Hilburn, está editado en español por Turner.

domingo, mayo 15, 2011

"Haga que esto dure"

Por Enrique Krauze

La marcha que encabezó Javier Sicilia el pasado 8 de mayo me recordó un episodio del vasconcelismo. Vasconcelos volvió a México en 1929 para encabezar un vasto movimiento cuyo objetivo era desplazar del poder a los generales e instaurar un liderazgo civil, pacífico y honesto. Acabar, en una palabra, con el "México bronco". A la jornada siguiente del atropello electoral, los vasconcelistas sintieron el vacío: ¿qué hacer? Se abrían varias alternativas: fundar un partido político civilista (consejo del joven Gómez Morin), convocar a una Revolución (la opción maderista), suicidarse heroicamente (como hizo Martí) o partir al exilio (continuar la odisea del "Ulises criollo").

Vasconcelos, como se sabe, optó por la última, y qué bueno: sin su destierro no hubiese escrito sus maravillosas memorias; pero en términos políticos, la mejor opción era la primera. El PAN hubiera nacido diez años antes, sin los pesados lastres fascistas y clericales que marcaron sus inicios. En esos días de incertidumbre, el intelectual más cercano a Vasconcelos, el licenciado Miguel Palacios Macedo, le pidió: "haga que esto dure". Vasconcelos le contestó tajante: "yo no soy Gandhi".

Vasconcelos no era Gandhi, Sicilia no es Vasconcelos, pero Sicilia, gran admirador de Gandhi, sí tiene la inspiración que se requiere para hacer que su movimiento dure. Y tiene mucho más; por ejemplo, un genuino temple religioso. Es hijo de los cambios del mundo católico a partir del Concilio Vaticano II: la prédica y práctica de Sergio Méndez Arceo, la Opción Preferencial por los Pobres, las Comunidades Eclesiales de Base. De gran importancia para él fue la obra y la presencia originalísima, renovadora y vigente, de Ivan Illich. Este ex sacerdote, filósofo del anarquismo católico, fundó CIDOC, institución liberadora que hizo converger creativamente a la religión, la filosofía y el psicoanálisis. Tengo entendido que estas corrientes intelectuales y religiosas orientan algunos libros de Sicilia así como las revistas que ha dirigido (primero Ixtus, ahora Conspiratio). Estas publicaciones han puesto hogar a la conversación entre la fe, la historia y la filosofía. En el mismo sentido, no es casual que Sicilia sea un editorialista regular en Proceso, semanario marcado por el mismo catolicismo social y progresista. Y no deja de ser significativo que la Meca de toda esa corriente espiritual fuese la ciudad de Cuernavaca, epicentro de la vida de Javier. De su vida y de su tragedia.

"Haga que esto dure". ¿Qué significa hoy este llamado para Javier Sicilia? Formalizar su organización cívica. Integrar en ella a los mexicanos que comparten directamente su pena (por haber sido ellos también víctimas del crimen) y a representantes independientes y plurales de la sociedad civil. Elegir un nombre adecuado, buscar el financiamiento (hasta por colecta pública), trabajar en dos sentidos -uno social, otro intelectual- para encarar, de abajo a arriba, lo que Sicilia ha llamado "la emergencia nacional".

En la primera vía, aunque no será candidato en el 2012 ni probablemente nunca, Sicilia no puede esquivar la significación social de su liderazgo. Su biografía y su legitimidad lo colocan en una buena posición para encauzar la iniciativa social contra el crimen en el país. Su perfil recuerda al Doctor Salvador Nava, que tras sufrir tortura por parte de las fuerzas de seguridad, orientó a los potosinos hacia el cambio democrático y fue -con su marcha estoica antes de su muerte- un personaje clave en la transición nacional. Ayer la prioridad fue la democracia; hoy es la seguridad, la sobrevivencia.

La segunda vía consiste en proponer ideas. Ideas, no rollos autocomplacientes, confusos, vindicativos, militantes, retóricos, dogmáticos. Ideas, no puños cerrados ni pancartas fáciles ni simples exclamaciones de hartazgo u odio. Penosamente, las ideas han faltado en el debate nacional sobre el crimen. Se requieren ideas concretas y prácticas, por ejemplo, en torno al seguimiento de los flujos financieros ilícitos, a las reformas del sistema jurídico y policial, al sistema penitenciario. Y se requiere también una reflexión de orden filosófico, en un sentido amplio. La brutal aparición (reaparición, diría un historiador que haya leído Los bandidos de Río Frío) del crimen organizado nos mantiene en un estado de shock que nos ha impedido pensar con claridad. Hay que responder preguntas clave: ¿cuáles son las raíces históricas de este problema?, ¿hasta qué punto ha sido un lastre nuestra concepción misma de justicia?, ¿qué consecuencias tendría la legalización de la droga?, ¿es posible imprimir un cambio drástico y arriesgado a nuestra relación bilateral con Estados Unidos para que el ciudadano común de aquel país advierta el daño brutal que sus vicios, su legislación, su inercia, su hipocresía y sus redes criminales, están causando en el nuestro?

El discurso de Sicilia en el Zócalo (reproducido por Proceso, ese mismo día) es un diagnóstico puntual de nuestra situación y un llamado moral estremecedor. Gandhi, pensador, político y profeta, no lo habría hecho mejor. El documento "Por un México en paz, con justicia y dignidad" contiene exigencias mínimas y compromisos que tocan temas mucho más amplios (económicos, educativos, sociales, mediáticos) para enfilarnos al rescate integral de nuestra casa común. El debate serio sobre estos temas (sin el dogmatismo y la politización que suele rodearlos) daría un seguimiento magnífico a la jornada del 8 de mayo. Pero cualquiera que sean los planteamientos, no podemos darnos el lujo de un pacifismo ingenuo y contraproducente. Sicilia tiene toda la razón en señalar que la "podredumbre" proviene de los tiempos del PRI. Tiene razón en responsabilizar a este gobierno de imprevisión e ineficacia. Y tiene razón en señalar que la Ley de Seguridad Nacional "no puede reducirse a un asunto militar". Pero en su fuero interno Sicilia no ignora, no puede ignorar, la irreductible maldad de los criminales. Y a ellos, pienso, no se les encara sino con la fuerza y la ley. Ésa es quizá la primera pregunta que debe contestar su fina y desgarrada conciencia religiosa: ¿cómo tratar con los asesinos de su hijo? La sociedad, necesitada de luz, esperanza y claridad, aguarda su respuesta. No se cuál será, pero le pido: haz que esto dure.

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Publicado en Reforma el domingo 15 de mayo, 2011. Todos los derechos reservados.

lunes, mayo 09, 2011

¿Terminó la Marcha?

Discurso íntegro pronunciado por Javier Sicilia en el mitin que puso punto final a la Marcha por la Paz con Justicia y Dignidad el domingo 8 de mayo de 2011 en el Zócalo de la Ciudad de México.

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Hemos llegado a pie, como lo hicieron los antiguos mexicanos, hasta este sitio en donde ellos por vez primera contemplaron el lago, el águila, la serpiente, el nopal y la piedra, ese emblema que fundó a la nación y que ha acompañado a los pueblos de México a lo largo de los siglos. Hemos llegado hasta esta esquina donde alguna vez habitó Tenochtitlan –a esta esquina donde el Estado y la Iglesia se asientan sobre los basamentos de un pasado rico en enseñanzas y donde los caminos se encuentran y se bifurcan–; hemos llegado aquí para volver a hacer visibles las raíces de nuestra nación, para que su desnudez, que acompañan la desnudez de la palabra, que es el silencio, y la dolorosa desnudez de nuestros muertos, nos ayuden a alumbrar el camino.

Si hemos caminado y hemos llegado así, en silencio, es porque nuestro dolor es tan grande y tan profundo, y el horror del que proviene tan inmenso, que ya no tienen palabras con qué decirse. Es también porque a través de ese silencio nos decimos, y les decimos a quienes tienen la responsabilidad de la seguridad de este país, que no queremos un muerto más a causa de esta confusión creciente que sólo busca asfixiarnos, como asfixiaron el aliento y la vida de mi hijo Juan Francisco, de Luis Antonio, de Julio César, de Gabo, de María del Socorro, del comandante Jaime y de tantos miles de hombres, mujeres, niños y ancianos asesinados con un desprecio y una vileza que pertenecen a mundos que no son ni serán nunca los nuestros; estamos aquí para decirnos y decirles que este dolor del alma en los cuerpos no lo convertiremos en odio ni en más violencia, sino en una palanca que nos ayude a restaurar el amor, la paz, la justicia, la dignidad y la balbuciente democracia que estamos perdiendo; para decirnos y decirles que aún creemos que es posible que la nación vuelva a renacer y a salir de sus ruinas, para mostrarles a los señores de la muerte que estamos de pie y que no cejaremos de defender la vida de todos los hijos y las hijas de este país, que aún creemos que es posible rescatar y reconstruir el tejido social de nuestros pueblos, barrios y ciudades.

Si no hacemos esto solamente podremos heredar a nuestros muchachos, a nuestras muchachas y a nuestros niños una casa llena de desamparo, de temor, de indolencia, de cinismo, de brutalidad y engaño, donde reinan los señores de la muerte, de la ambición, del poder desmedido y de la complacencia y la complicidad con el crimen.

Todos los días escuchamos historias terribles que nos hieren y nos hacen preguntarnos: ¿Cuándo y en dónde perdimos nuestra dignidad? Los claroscuros se entremezclan a lo largo del tiempo para advertirnos que esta casa donde habita el horror no es la de nuestros padres, pero sí lo es; no es el México de nuestros maestros, pero sí lo es; no es el de aquellos que ofrecieron lo mejor de sus vidas para construir un país más justo y democrático, pero sí lo es; esta casa donde habita el horror no es el México de Salvador Nava, de Heberto Castillo, de Manuel Clouthier, de los hombres y mujeres de las montañas del sur –de esos pueblos mayas que engarzan su palabra a la nación– y de tantos otros que nos han recordado la dignidad, pero sí lo es; no es el de los hombres y mujeres que cada amanecer se levantan para ir a trabajar y con honestidad sostenerse y sostener a sus familias, pero sí lo es; no es el de los poetas, de los músicos, de los pintores, de los bailarines, de todos los artistas que nos revelan el corazón del ser humano y nos conmueven y nos unen, pero sí lo es. Nuestro México, nuestra casa, está rodeada de grandezas, pero también de grietas y de abismos que al expandirse por descuido, complacencia y complicidad nos han conducido a esta espantosa desolación.

Son esas grietas, esas heridas abiertas, y no las grandezas de nuestra casa, las que también nos han obligado a caminar hasta aquí, entrelazando nuestro silencio con nuestros dolores, para decirles directamente a la cara que tienen que aprender a mirar y a escuchar, que deben nombrar a todos nuestros muertos –a esos que la maldad del crimen ha asesinado de tres maneras: privándolos de la vida, criminalizándolos y enterrándolos en las fosas comunes de un silencio ominoso que no es el nuestro–; para decirles que con nuestra presencia estamos nombrando esta infame realidad que ustedes, la clase política, los llamados poderes fácticos y sus siniestros monopolios, las jerarquías de los poderes económicos y religiosos, los gobiernos y las fuerzas policiacas han negado y quieren continuar negando. Una realidad que los criminales, en su demencia, buscan imponernos aliados con las omisiones de los que detentan alguna forma de poder.

Queremos afirmar aquí que no aceptaremos más una elección si antes los partidos políticos no limpian sus filas de esos que, enmascarados en la legalidad, están coludidos con el crimen y tienen al Estado maniatado y cooptado al usar los instrumentos de éste para erosionar las mismas esperanzas de cambio de los ciudadanos. O ¿dónde estaban los partidos, los alcaldes, los gobernadores, las autoridades federales, el ejército, la armada, las Iglesias, los congresos, los empresarios; dónde estábamos todos cuando los caminos y carreteras que llevan a Tamaulipas se convirtieron en trampas mortales para hombres y mujeres indefensos, para nuestros hermanos migrantes de Centroamérica? ¿Por qué nuestras autoridades y los partidos han aceptado que en Morelos y en muchos estados de la República gobernadores señalados públicamente como cómplices del crimen organizado permanezcan impunes y continúen en las filas de los partidos y a veces en puestos de gobierno? ¿Por qué se permitió que diputados del Congreso de la Unión se organizaran para ocultar a un prófugo de la justicia, acusado de tener vínculos con el crimen organizado y lo introdujeron al recinto que debería ser el más honorable de la patria porque en él reside la representación plural del pueblo y terminaran dándole fuero y después aceptando su realidad criminal en dos vergonzosos sainetes? ¿Por qué se permitió al presidente de la República y por qué decidió éste lanzar al ejército a las calles en una guerra absurda que nos ha costado 40 mil víctimas y millones de mexicanos abandonados al miedo y a la incertidumbre? ¿Por qué se trató de hacer pasar, a espaldas de la ciudadanía, una ley de seguridad que exige hoy, más que nunca una amplia reflexión, discusión y consenso ciudadano? La Ley de Seguridad Nacional no puede reducirse a un asunto militar. Asumida así es y será siempre un absurdo. La ciudadanía no tiene por qué seguir pagando el costo de la inercia e inoperancia del Congreso y sus tiempos convertido en chantaje administrativo y banal cálculo político. ¿Por qué los partidos enajenan su visión, impiden la reforma política y bloquean los instrumentos legales que permitan a la ciudadanía una representación digna y eficiente que controle todo tipo de abusos? ¿Por qué en ella no se ha incluido la revocación del mandato ni el plebiscito?

Estos casos –hay cientos de la misma o de mayor gravedad– ponen en evidencia que los partidos políticos, el PAN, el PRI, el PRD, el PT, Convergencia, Nueva Alianza, el Panal, el Verde, se han convertido en una partidocracia de cuyas filas emanan los dirigentes de la nación. En todos ellos hay vínculos con el crimen y sus mafias a lo largo y ancho de la nación. Sin una limpieza honorable de sus filas y un compromiso total con la ética política, los ciudadanos tendremos que preguntarnos en las próximas elecciones ¿por qué cártel y por qué poder fáctico tendremos que votar? ¿No se dan cuenta de que con ello están horadando y humillando lo más sagrado de nuestras instituciones republicanas, que están destruyendo la voluntad popular que mal que bien los llevó a donde hoy se encuentran?

Los partidos políticos debilitan nuestras instituciones republicanas, las vuelven vulnerables ante el crimen organizado y sumisas ante los grandes monopolios; hacen de la impunidad un modus vivendi y convierten a la ciudadanía en rehén de la violencia imperante.

Ante el avance del hampa vinculada con el narcotráfico, el Poder Ejecutivo asume, junto con la mayoría de la mal llamada clase política, que hay sólo dos formas de enfrentar esa amenaza: administrándola ilegalmente como solía hacerse y se hace en muchos lugares o haciéndole la guerra con el ejército en las calles como sucede hoy. Se ignora que la droga es un fenómeno histórico que, descontextualizado del mundo religioso al que servía, y sometido ahora al mercado y sus consumos, debió y debe ser tratado como un problema de sociología urbana y de salud pública, y no como un asunto criminal que debe enfrentarse con la violencia. Con ello se suma más sufrimiento a una sociedad donde se exalta el éxito, el dinero y el poder como premisas absolutas que deben conquistarse por cualquier medio y a cualquier precio.

Este clima ha sido tierra fértil para el crimen que se ha convertido en cobros de piso, secuestros, robos, tráfico de personas y en complejas empresas para delinquir y apropiarse del absurdo modelo económico de tener siempre más a costa de todos.

A esto, ya de por sí terrible, se agrega la política norteamericana. Su mercado millonario del consumo de la droga, sus bancos y empresas que lavan dinero, con la complicidad de los nuestros, y su industria armamentista –más letal, por contundente y expansiva, que las drogas–, cuyas armas llegan a nuestras tierras, no sólo fortalecen el crecimiento de los grupos criminales, sino que también los proveen de una capacidad inmensa de muerte. Los Estados Unidos han diseñado una política de seguridad cuya lógica responde fundamentalmente a sus intereses globales donde México ha quedado atrapado.

¿Como reestructurar esta realidad que nos ha puesto en un estado de emergencia nacional? Es un desafío más que complejo. Pero México no puede seguir simplificándolo y menos permitir que esto ahonde más sus divisiones internas y nos fracture hasta hacer casi inaudibles el latido de nuestros corazones que es el latido de la nación. Por eso les decimos que es urgente que los ciudadanos, los gobiernos de los tres órdenes, los partidos políticos, los campesinos, los obreros, los indios, los académicos, los intelectuales, los artistas, las Iglesias, los empresarios, las organizaciones civiles, hagamos un pacto, es decir, un compromiso fundamental de paz con justicia y dignidad, que le permita a la nación rehacer su suelo, un pacto en el que reconozcamos y asumamos nuestras diversas responsabilidades, un pacto que le permita a nuestros muchachos, a nuestras muchachas y a nuestros niños recuperar su presente y su futuro, para que dejen de ser las víctimas de esta guerra o el ejército de reserva de la delincuencia.

Por ello, es necesario que todos los gobernantes y las fuerzas políticas de este país se den cuenta que están perdiendo la representación de la nación que emana del pueblo, es decir, de los ciudadanos como los que hoy estamos reunidos en el zócalo de la Ciudad de México y en otras ciudades del país.

Si no lo hacen, y se empeñan en su ceguera, no sólo las instituciones quedarán vacías de sentido y de dignidad, sino que las elecciones de 2012 serán las de la ignominia, una ignominia que hará más profundas las fosas en donde, como en Tamaulipas y Durango, están enterrando la vida del país.

Estamos, pues, ante una encrucijada sin salidas fáciles, porque el suelo en el que una nación florece y el tejido en el que su alma se expresa están deshechos. Por ello, el pacto al que convocamos después de recoger muchas propuestas de la sociedad civil, y que en unos momentos leerá Olga Reyes, que ha sufrido el asesinato de 6 familiares, es un pacto que contiene seis puntos fundamentales que permitirán a la sociedad civil hacer un seguimiento puntual de su cumplimiento y, en el caso de traicionarse, penalizar a quienes sean responsables de esas traiciones; un pacto que se firmará en el Centro de Ciudad Juárez –el rostro más visible de la destrucción nacional– de cara a los nombres de nuestros muertos y lleno de un profundo sentido de lo que una paz digna significa.

Antes de darlo a conocer, hagamos un silencio más de 5 minutos en memoria de nuestros muertos, de la sociedad cercada por la delincuencia y un Estado omiso, y como una señal de la unidad y de la dignidad de nuestros corazones que llama a todos a refundar la Nación. Hagámoslo así porque el silencio es el lugar en donde se recoge y brota la palabra verdadera, es la hondura profunda del sentido, es lo que nos hermana en medio de nuestros dolores, es esa tierra interior y común que nadie tiene en propiedad y de la que, si sabemos escuchar, puede nacer la palabra que nos permita decir otra vez con dignidad y una paz justa el nombre de nuestra casa: México.
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sábado, mayo 07, 2011

A ver si muy machín

(No somos machos pero... tampoco somos tantos)

Cuando a Artemio Miranda (ex profesor universitario venido a menos) lo invitan a dirigir XY, la revista es un híbrido entre Men's Health y H para Hombres: es exitosa en términos de comercialización pero sus contenidos, para decirlo en dos palabras, dan asco.

Miranda acepta el trabajo una vez que le prometen libertad total en las decisiones editoriales. Lleva consigo a un ex alumno suyo, Diego Rodríguez, aspirante a escritor, con quien deberá lidiar frente al resto del staff de la revista: el director de comercialización y su asistente, absolutamente casados con la idea de que los contenidos deben supeditarse a los deseos y necesidades de los clientes (no de los lectores) y que la mejor estrategia de venta es un buen par de tetas o un culo grande (si se combinan, mejor). También está un editor bastante incómodo con su matrimonio, un corrector de estilo muy amargado y una fotógrafa con mucho carácter.

Lo maravilloso de esta serie es que aborda de manera equilibrada, directa y narrativamente muy eficaz varios temas al mismo tiempo: está el desarrollo de un producto inteligente y de alta calidad en un mundo que obedece sólo a las pautas publicitarias. También están las historias de cada uno de los personajes: ricas, complejas, lejanas a modelos maniqueos y cercanas a los hombres y mujeres con los que nos topamos todos los días. Esos seres humanos que tienen problemas con sus parejas, con sus hijos, con sus padres; que deben redefinir su vida profesional constantemente y cuyas vidas sexuales están todo menos resueltas. Y encontramos también las historias de los reportajes con los que Miranda y Diego van nutriendo la revista: historias de personajes hasta cierto punto atípicos, pero francamente reconocibles en cualquier vecino.


La producción de OnceTV es impecable: cuidadosa en los detalles, magnífica en las locaciones, perfecta en las caracterizaciones. Incluso la partitura de Tomás Barreiro es sobria y precisa y, por ello, emocionante.


Finalmente, los actores, dirigidos por Emilio Maillé: ni uno solo fuera de registro. Todos construyendo personajes no sólo verosímiles sino también y sobre todo entrañables. Contienen en sí mismos la cuestión que plantea la serie: ¿Qué es ser hombre hoy? ¿Tenerla muy grande? ¿Tirarse muchas viejas? ¿Sentirse muy chingón porque le gritas al mesero? ¿Presumir del muchísimo baro que ganas? ¿Todas las anteriores? ¿Ninguna?


Afortunadamente XY no pretende ofrecer puntos finales. Se limita a plantear estas y muchas otras preguntas sin que medien respuestas fáciles y cómodas. Elude el lugar común y acepta como parte del juego la complejidad del hombre contemporáneo: con sus deseos, sus frustraciones, sus posibilidades...


Inevitable asomarse a este espejo y no encontrarse.


De la mejor televisión que he visto en meses, orgullosamente hecha en México. Está en DVD la primera temporada, y me dicen que ya al aire la segunda. No se la pierdan.

En silencio

Por Juan Villoro

El próximo domingo culminará la marcha que ayer comenzó en Cuernavaca para protestar contra la sangre derramada. Felipe Calderón salió al paso de la protesta señalando el peligro de "detener la acción del gobierno".

¿Qué significa el grito de "¡Ya basta!"? Algunos consideran que un pacifismo inmoderado beneficiaría al crimen, otros juzgan que el gobierno es corresponsable del caos en la medida en que encendió un polvorín que no sabía cómo enfrentar. Los políticos de todos los partidos han sido incapaces de llegar a acuerdos parciales en nombre de un interés superior. El país se desgaja; surgen recelos y crispaciones. Mientras, la violencia afecta a todos.

Javier Sicilia se ha situado en la encrucijada por la que antes pasó el empresario Alejandro Martí. Ambos perdieron familiares y sobrellevan un dolor contra natura. En su primer comunicado luego del fallecimiento de su hijo Juan Francisco, Sicilia recordó que hay palabras para nombrar al viudo o al huérfano, pero no a quien se queda sin hijos. Esa tragedia desafía al lenguaje y al entendimiento.

En su condición de poeta, activista, cristiano y deudo, Sicilia ha señalado que lo indecible solo se puede enfrentar con el silencio. Por ello ha convocado a que la marcha carezca de otra consigna que el callado estupor de los presentes. Se trata de una iniciativa ética, un momento de comunión y reflexión colectivas. "De lo que no se puede hablar, hay que callar", escribió Wittgenstein.

Y sin embargo, el mutismo tiene significado. Durante el movimiento estudiantil de 1968 la Manifestación del Silencio tuvo mayor peso que otras marchas. El caricaturista Abel Quezada resumió el acto con una frase: "El silencio es más fuerte".

En La significación del silencio, mi padre, Luis Villoro, recuerda que al definir al hombre, los griegos hablaron del zoon lógon éjon. Para ellos, el rasgo distintivo de la condición humana no era la razón, sino la palabra.

El silencio puede ser el contrapunto de la poesía y de la música, una manera de estar de acuerdo sin decirlo, una forma de la perplejidad ("no tengo palabras para esto"), un gesto de respeto.

La marcha del domingo remite a algo más profundo, abordado en La significación del silencio: "La muerte y el sufrimiento exigen silencio, y la actitud callada de quienes los presencian no solo señala respeto o simpatía, también significa el misterio injustificable y la vanidad de toda palabra. [...] Porque el hombre es 'un animal provisto de palabra' puede guardar un silencio significativo. En la medida en que el silencio signifique es, pues, un elemento del lenguaje". Al callarse, quien puede hablar marca un límite. ¿Hasta dónde llega ese lenguaje negativo, hecho de palabras que no suenan?

Aunque el alcance de una marcha es limitado, algo queda claro en este caso: guardar silencio es una forma de no mentir. Estamos inmersos en actos de violencia contra la verdad.

El Presidente contravino el espíritu de la Constitución al ir al Vaticano a la beatificación de un Papa que silenció los crímenes de Marcial Maciel. A su regreso, pidió apoyo para una lucha de la que no habló en su campaña y para la que no buscó respaldo.

Nadie puede oponerse a acabar con el crimen. El problema es la debilidad y el desorden de un combate que se prolonga sin final a la vista y que ha dejado más de 40 mil muertos. Sabemos que éste es nuestro país, no podemos decir que ésa sea nuestra guerra.

El Presidente pide comprensión. No tendría que hacerlo si mejorara su estrategia. Los flujos financieros del narco no han sido tocados en lo sustancial y la investigación de cómplices en los tres poderes no ha dado resultados decisivos; la legalización de ciertas drogas eliminaría parte del negocio ilícito, pero el gobierno no es partidario de esa idea; el combate solo se puede hacer en complicidad con Estados Unidos, principal consumidor de drogas, sin embargo, en su política bilateral Calderón pidió que removieran al embajador: ese "logro" debilitó la relación.

Todo lo anterior pertenece a la logística a corto plazo. Lo más preocupante es que se ha hecho muy poco para restaurar el tejido social. Más decisivo que capturar a un narco es impedir que alguien lo sea.

Calderón no ha podido mejorar la educación, clave de una política de seguridad duradera. Para miles de mexicanos ser sicario no es solo la alternativa equivocada: es la única. Ahí está el problema.

En el 94% de los municipios no hay librerías. Formar ciudadanos conscientes es más lento y costoso que comprar armamento, pero es más seguro y ético.

Mientras el Presidente solicitaba no confundir la paz con la rendición, Alejandro Martí preguntaba: "¿Qué le puede esperar a un país cuya clase política no es sensible al reclamo de los ciudadanos?".
El poder no oye. Juan Rulfo le tiene un mensaje:

"-¿Qué es? -me dijo.
-¿Qué es qué? -le pregunté.
-Eso. El ruido ese.
-Es el silencio".
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Publicado en Reforma el viernes 6 de mayo, 2011. Todos los derechos reservados. CICSA 2011

domingo, febrero 27, 2011

Casi el paraíso

Noviembre, 2010
Cocoyoc, Morelos, Mx
[Con agradecimiento a los amigos W]

Inició el FICUNAM


Una golondrina no hace verano, reza el dicho. Esperamos, siguiendo la misma lógica, que una película no haga festival. Porque sorprende de poco grata manera el hecho de que La última cacería del búfalo (The Last Buffalo Hunt) haya pasado con éxito el rasero de los programadores de un festival (el FICUNAM) que aspira a convertirse en pocos años en el más importante de América Latina.

Y es que la proyección de este filme de Lee Ann Schmitt y Lee Lynch nos recuerda la razón por la que varias de las películas presentes en los festivales más renombrados del mundo no encuentran acomodo en las salas de cine comercial: simplemente, porque no lo merecen.

La película inicia con una pantalla negra de varios minutos y el sonido de varias aves trinando. Uno espera que al crear semejante expectativa por la primera imagen de la película ésta resulte poderosa, incluso memorable. A cambio recibimos la figura rechoncha de un cazador que prepara su arma para disparar a un búfalo que aparece en segundo plano. Presiona el gatillo. El animal cae al suelo. El cazador sonríe. O no. A quién le importa.

La historia que nos proponen los documentalistas es anodina sin concesiones: la caza del búfalo en Utah ha dejado de ser un ritual indio para convertirse en una actividad más o menos lucrativa (y legal: ni siquiera la emoción de lo prohibido nos conceden los directores). De los personajes, a cuál más insignificante: un guía que asume su cotidianidad con resignación, uno de sus asistentes que hace pan para cenar en el campamento, una mujer que encuentra divertido (o algo así) matar búfalos como pasatiempo.

¿Dónde está el valor de la película entonces? No en los terragosos paisajes de las planicies mormonas de Utah. Tampoco en la denuncia (débil, obvia) de un ritual indio convertido en otro capitalista. ¿La banda sonora? Intrascendente. ¿El manejo de la cámara? Por momentos, torpe. Lo peor de todo: la película resulta aburrida. Y hay muchos adjetivos que una película en competencia puede permitirse: provocativa, polémica, agresiva incluso... pero jamás ha de admitir el de aburrida. La última cacería del búfalo lo es, y en grado máximo.

Y uno piensa, si esta película fue seleccionada para competir por el máximo premio del FICUNAM, ¿cómo habrán estado las películas que quedaron fuera? ¿Es éste un ejemplo del nivel de cine que nos ofrecerá el Festival? ¿En serio nadie está haciendo mejor cine que éste en el mundo?

Atención, organizadores del FICUNAM: la sala Juan Ruiz de Alarcón ocupó el 20 por ciento de sus butacas en una función de competencia oficial. Y el fracaso no puede atribuirse a mala difusión del evento, o a escasa cultura cinematográfica del público (no va al CCU "por accidente"). La película es mala, y el Festival no deberá tolerar este tipo de desatinos si se propone ser tomado en serio.

lunes, enero 03, 2011

Mishima de película

Lo escribí en una ocasión anterior, no hace mucho: Yukio Mishima, uno de los escritores japoneses más importantes de la segunda mitad del siglo XX, tuvo en vida una historia fascinante digna de sus mejores novelas.

Esta misma intuición la tuvo el director estadounidense Paul Schrader, quien hace poco más de 25 años acometió la empresa de dirigir Mishima: A Life in Four Chapters, combinación muy afortunada de información biográfica del autor junto con algunos de los pasajes más representativos de tres de sus obras. La propuesta visual es sobresaliente (varios momentos del filme transcurren en decorados teatrales, en alusión a la creencia de Mishima --y de tantos otros literatos-- de que la vida es un escenario y nosotros, sólo personajes) y la inconfundible partitura de Philip Glass completa una película que en 1985 ganó el Premio a la Mejor Contribución Artística de ese año en el Festival de Cannes.

Si les gusta el cine o la literatura (o ambos), no dejen de ver Mishima, que el crítico Roger Ebert ha calificado como "la menos convencional de las películas biográficas, y sin duda una de las mejores".