Hace algunos días
me topé con este texto en el que Adam Gopnik, crítico de arte de The New Yorker, se pregunta sobre la
relevancia de estudiar y enseñar literatura. La cuestión me sonó conocida, y no
tardé en recordar que hace más de una década, cuando estudiaba (precisamente)
una licenciatura en Letras, fui invitado a participar en el Primer (y último)
Encuentro de Facultades de Letras con el objetivo de responder a las preguntas ¿Para qué y por qué estudiar Literatura?
He releído la respuesta que esbocé entonces y, aunque encuentro un poco
chocante la primera parte, sigo de acuerdo en lo esencial. El texto fue
publicado originalmente en octubre de 2002 en Mediaciones, revista de la sociedad de alumnos de la Universidad
del Claustro de Sor Juana.
Larga
vida al panda
A mis amigos del Claustro, con afecto y gratitud.
Lo
he intentado en los últimos días pero, por más que me esfuerzo, no puedo
imaginar un encuentro de Facultades de Medicina organizado en torno a la
pregunta ¿Por qué estudiar Medicina?,
ni otro de Administradores que lo haga en torno a ¿Para qué administrar empresas? ¿Por qué nosotros sí lo hacemos?
Supongo que ellos asumen de manera natural su existencia, su necesidad de existir. Imagino que a
ellos simplemente no les pasa por la cabeza organizar un Encuentro para tratar
esos temas porque reconocen fácilmente los favores que le hacen cotidianamente
al mundo. ¿Por qué nosotros no? Es como presentarnos disculpándonos por la
carrera elegida; es, además, un acto innecesario,
porque se trata de una decisión personal, e injusto
porque la duda en este caso abarata algo que sigue siendo caro. Muy caro. Y
abaratarlo nosotros mismos, para quienes nos debería ser más caro aún, me
parece peor. De cualquier modo, la pregunta está sobre la mesa y responderla me
ha resultado un buen ejercicio de autorreflexión que deseo compartir con
ustedes, por muy fuera de lugar que la cuestión me parezca.
Entonces,
¿por qué estudiar Literatura? Estudio Literatura por tres razones: porque me
gusta, porque es necesario y ¿por qué no? Suena simple. Y lo es. Curiosamente,
mientras trabajaba este texto, llegó a mis manos otro de George Steiner, el
discurso que pronunció tras recibir el Doctorado Honoris Causa por la
Universidad de La Sapienza, hace poco más de dos años. Steiner dirigió su
perorata a los nóveles alumnos de Humanidades y la tituló “Malos consejos”.
Haciendo una última revisión de esta ponencia me di cuenta de que sus malos
consejos y mis razones para estudiar Literatura son de alguna manera similares,
aunque no necesariamente compatibles. El texto que hoy expongo es a la vez una
respuesta a la pregunta planteada por los organizadores de esta mesa, un
ejercicio de autorreflexión y una vuelta de tuerca a los malos consejos de
Steiner.
Porque me gusta
El
primer consejo que Steiner nos da a los estudiantes de Humanidades es no
negociar nuestras pasiones. Caería en un lugar común al decir que yo no podría
vivir sin Literatura, pero voy a correr el riesgo porque no tengo otra forma de
decirlo: no puedo vivir sin Literatura. Puedo, sí, dejar de ir a estadios de
fútbol e incluso ausentarme de las salas de cine durante prolongados de tiempo,
pero no puedo pasar varios días sin leer y sin escribir. Creo que, puesto así,
mi gusto por las Letras bien puede considerarse una pasión. Pero de ahí a no
negociarla (y nunca, como aconseja
Steiner), eso no.
Aunque,
aclaro, primero debería aclarar lo que entiendo por negociar. En el medio
literario, y en el sentido en el que creo que Steiner escribió su discurso, negociar
se entiende en su acepción de comercio.
De entrada no le encuentro a eso algo malo (si no, que arroje la primera piedra
aquel autor que escribe para no ser leído, es decir, -eufemismos aparte- para
no vender sus libros) pero comprendo
bien el prejuicio que despierta el comerciar con las Letras, con nuestra
pasión: hay por ahí un teorema, que muchas veces, como toda lógica, resulta
correcto pero no verdadero, que da por hecho que la calidad del trabajo
literario es inversamente proporcional a la cantidad de dinero que se gana
haciéndolo. No me detendré en este punto porque el que me interesa es el otro sentido de la palabra negocio, pero dejaré claro lo que pienso
al respecto: pienso que el teorema es cierto por lo menos las mismas veces que
resulta equivocado.
La
otra acepción del término negociar es
pactar. Es decir, hay una manera de
hacer que las dos partes ganen; hay una manera de que los buenos escritores
sigan escribiendo al firmar un contrato con las grandes editoriales para que
éstas, a su vez, no dediquen su catálogo exclusivamente a éxitos de dudosa
calidad literaria. La ecuación en este sentido resulta bastante más complicada
de llevar a cabo, pero es tan posible que ocurre en más casos de los que nos
imaginamos. El punto es que sí se pueden negociar las pasiones, quizá incluso
se deben negociar, sin que esto signifique,
como ya es común pensar, un acto mercenario por parte del artista y otro rapaz
por parte del editor. Algo que no se negocia, en este sentido, no puede
evolucionar; una idea que no se intercambia no tiene futuro; una pasión
encerrada en sí misma no llegará a ser algo más que un capricho. Por eso,
porque me gusta la Literatura, porque es la pasión de mi vida, la negocio y la
comparto; la pacto y la intercambio: porque amo lo que hago y deseo seguir
haciéndolo.
Porque es necesario
Mi
segunda razón para estudiar Literatura es eminentemente social: creo que es
necesario para el entorno en el que vivo. En este caso Steiner y yo vamos de la
mano: él nos propone ser conscientes de la fragilidad política y social de
nuestra pasión. Yo pienso además que la Literatura es necesaria porque sin ella
la búsqueda de la Verdad resultaría demasiado aburrida: la Filosofía no sabe
cuidarse sola.
Pero
hay otros motivos: aparte de la Verdad, la Literatura da sentido a otros
valores e incluso a las más descaradas mentiras. Mucho más aún: aparte de la
Verdad y la Belleza, la Literatura ha sido capaz de crear otro par de motores
del Hombre: la Libertad y el Amor. Sin Literatura, la Libertad seguiría siendo
asumida como la entienden las vacas y nos bastaría con pacer en el campo.
Gracias a las Letras es todo lo demás: es el Quijote peleando contra molinos de
viento, Jean Valjean aferrándose a su posibilidad de ser feliz y Alberto Caeiro
escapando de la metafísica. Y, sobre todo, lo último: el Amor, un acto que la
ciencia no podrá explicar jamás (no, al menos, convincentemente) porque trasciende las reacciones químicas y los
impulsos eléctricos: es un hecho de Letras; el amor son los versos del Gilgamesh, son el Cantar de los Cantares, Romeo
y Julieta y Madame Bovary; el
amor es algo que las Letras le han hecho al mundo y que deben seguir
haciéndole. Y esto conlleva, sin duda, implicaciones políticas y sociales de
las que es mejor estar conscientes (como apunta Steiner) porque, de no ser así,
lo que sigue es la barbarie. Y ya hemos hecho bastante como para no seguir
haciendo un poco más.
¿Por qué no?
El
tercer mal consejo de Steiner es no abaratar la Literatura. Afirma que ninguno
de sus colegas matemáticos, físicos o químicos en Cambridge se avergüenza de
decirle a un candidato a graduarse que no está lo suficientemente preparado
como para seguir adelante. En cambio nosotros, los humanistas, cada vez pedimos
menos. Les hemos dicho a todos: vengan, vengan, todo es muy sencillo, no se
desanimen.
Incluso
me parece que ha ocurrido algo peor: ante el poco éxito de la venta de garaje
en que convertimos a las Humanidades, muchos humanistas han empezado a creer
que en verdad vale muy poco la pena
dedicarse a lo que se dedican. Es significativo el hecho de que algunos
profesores de Literatura sigan presentándose ante sus alumnos con una
advertencia que más bien parece maldición: en el mundo real, afirman, es
imposible vivir de las Letras, pero qué bueno que todavía hay gente como
ustedes, con vocación de mártires, que estudien Literatura. ¿De dónde ese
pesimismo? ¿Desde cuándo empezamos a creernos el cuento de que hay motivos
reales para pensar en no estudiar
Literatura? Un cuento que, además, inventamos nosotros mismos, porque fuera del
medio literario nadie ve con tanto recelo la actividad de leer y escribir como
nosotros. La televisión, la radio, el cine, las agencias de publicidad, la
política: todas esas actividades requieren hoy más que nunca de más y mejores
lectores y escritores, de ideas nuevas que convulsionen el pensamiento de millones.
Pagando, por qué no decirlo, también millones por ese trabajo. Pero volvemos al
círculo vicioso descrito arriba: el prejuicio de oficio obliga a pensar que
trabajar para los mass media es una
actividad frívola y contaminadora del arte verdadero, puro, inmaculado. Para
consuelo de quienes así piensen, siempre quedarán buenas editoriales y
publicaciones periódicas especializadas que den cabida a su trabajo (que,
esperemos, no sólo sea marginal sino también bueno). Pero si algunos de nosotros no nos decidimos a luchar en
otras trincheras, no nos asombremos de que otros cuya pasión no sea la
Literatura lo hagan. Y mucho menos nos lamentemos de que no lo hagan tan bien
como podríamos hacerlo nosotros. Si en estos frentes no hacemos Literatura
quienes la amamos, lo harán otros quizá menos dignos pero seguramente más
audaces y usurparán las funciones de esa pasión por la que todos los que
estamos aquí vivimos. Es cierto: la Literatura ha sido desde siempre una
actividad marginal, elitista, pero ¿quién dice que ésa es su única condición
posible, sobre todo teniendo en cuenta las oportunidades que el mundo presenta
para su evolución en otros terrenos?
“Si
hay más como tú que deciden no participar en el juego, a la gente como yo le
resultará más fácil ganar”, dice un yuppie
en la celebérrima Generación X de
Douglas Coupland. El problema, creo yo, es que los literatos llevamos mucho
tiempo haciéndonos a la idea de no participar en el juego: nos estamos
conformando con encajar en el estereotipo, con ratificar el cliché y
arrellanarnos en el cómodo sillón forrado de prejuicios cuya procedencia es
mayoritariamente literaria y no tanto social. Estamos a punto de convertirnos
en el panda de las Humanidades: marginados ya en exclusivísimos y cada vez
menos centros de investigación, a pesar de tener a la mano todas las
facilidades de desarrollo posibles y, sin embargo, negándonos a la procreación.
Parecemos decididos a la muerte lenta, cómoda, digna, pero sobre todo segura y para evitarla nos limitamos a
apelar a la lástima del mundo entero. Nos estamos resignando. Y el mundo
empieza a creer que estamos muertos.
Entonces,
¿por qué estudiar Literatura? Porque me gusta, como ya quedó bien claro. Porque
la considero una actividad necesaria, no de ahora, de siempre. Y porque pienso
que este es un momento estupendo para demostrar al mundo, a la ciudad, a
cualquier persona que la Literatura vale la pena, hace feliz y se paga bien.
Las pruebas están al alcance de cualquiera con un poco de talento, mucha
disposición a trabajar duro y un par de oportunidades, como en cualquier otra
carrera. Porque, también como en cualquier otra carrera, la Literatura no
necesita justificar su existencia, sino demostrarla como, de una u otra forma,
todos lo hacemos al estar aquí. Afortunadamente. Estar aquí me demuestra, nos
demuestra, les demuestra que el panda todavía está vivo, que le gusta jugar y
lanzarse por la resbaladilla. Y que, mientras a nosotros nos siga fascinando
escribir y encantando leer, hay esperanza todavía.
D.F., México,
noviembre de 2001
2 comentarios:
Sin palabras... Claudia
¡Excelente texto Pepe!
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