Creo que la lección más importante que he aprendido en la vida surgió de un discurso cursilón que dio una ex alumna del Williams en un día de visita al colegio. Nos llevaron al auditorio a escuchar testimonios de compañeros que estaban en la universidad para reencontrarse con su alma mater de bachillerato.
Escuché a una chica decir que en clase de Historia había aprendido que la felicidad no consistía en la búsqueda de un estado de dicha permanente. Consiste, dijo, en momentos memorables que vas atesorando conforme va pasando el tiempo. Suena muy elemental, quizá. Pero es más difícil de lo que parece asimilar una verdad tan redonda... y tan simple.
Desde hace algunos años, entonces, me dedico a coleccionar momentos. Como el personaje de Joe Pesci en Con honores (el vagabundo cuyo mayor tesoro es una bolsita llena de piedras que le recuerdan cosas).
Anoche estuve en el Centro Nacional de las Artes para presenciar el recital que ofreció Alessio Bax en el marco del Festival Internacional de Piano. Desde la indigesta comida china (¿china?) en un centro comercial, el trayecto con camioneta sobrecargada, la música del camino (Pavarotti con U2, destazado por los críticos a bordo), la caminata por el Cenart bajo una lluvia impenitente, el recital que lo desencadenó todo (pianista Steinway con potencial Armani), el remache en Sanborns... Y el exquisito desenfado de una noche a la que no queremos ver los ojos, porque no desamos que termine. Y sin embargo el momento es valioso, precisamente, porque termina...
Lo he dicho ya de muchas maneras y a propósito de muy diversos motivos. Lo reitero ahora: vivo por noches como la de anoche. Me recuerdan las razones por las que estoy aquí, por las que quiero seguir estando.
Y lo fácil que es ser feliz, al menos de vez en cuando, si uno se entrega con sosiego a cualquier pretexto que permita una charla cálida y risa franca en dosis generosas.
Escuché a una chica decir que en clase de Historia había aprendido que la felicidad no consistía en la búsqueda de un estado de dicha permanente. Consiste, dijo, en momentos memorables que vas atesorando conforme va pasando el tiempo. Suena muy elemental, quizá. Pero es más difícil de lo que parece asimilar una verdad tan redonda... y tan simple.
Desde hace algunos años, entonces, me dedico a coleccionar momentos. Como el personaje de Joe Pesci en Con honores (el vagabundo cuyo mayor tesoro es una bolsita llena de piedras que le recuerdan cosas).
Anoche estuve en el Centro Nacional de las Artes para presenciar el recital que ofreció Alessio Bax en el marco del Festival Internacional de Piano. Desde la indigesta comida china (¿china?) en un centro comercial, el trayecto con camioneta sobrecargada, la música del camino (Pavarotti con U2, destazado por los críticos a bordo), la caminata por el Cenart bajo una lluvia impenitente, el recital que lo desencadenó todo (pianista Steinway con potencial Armani), el remache en Sanborns... Y el exquisito desenfado de una noche a la que no queremos ver los ojos, porque no desamos que termine. Y sin embargo el momento es valioso, precisamente, porque termina...
Lo he dicho ya de muchas maneras y a propósito de muy diversos motivos. Lo reitero ahora: vivo por noches como la de anoche. Me recuerdan las razones por las que estoy aquí, por las que quiero seguir estando.
Y lo fácil que es ser feliz, al menos de vez en cuando, si uno se entrega con sosiego a cualquier pretexto que permita una charla cálida y risa franca en dosis generosas.
2 comentarios:
Es raro ver q coleccionas momentos cuando muchos los has dejado pasar cancelando reuniones, que quizas no sean como un piano,o una caminata en la lluvia, pero q de igual manera te deja una piedrita mas para la bolsa.
Mi estimado Bern: cancelé la última reunión porque estaba copadísimo de chamba.
Aparte no sólo se trata de llenar la bolsa de piedritas...
Saludos, PP.
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