martes, abril 07, 2009

Me gusta la Catedral

Bueno, no.
Sí.
Me gustó hoy.

Pasado el mediodía, calor cercano a los 30 grados y yo con suéter. La ansiedad de estar a punto de acabar un libro y empezar otro me impide entrar a cualquier museo. Quiero leer. Ya. Nunca me había dado cuenta de lo difícil que es encontrar un lugar tranquilo para leer en las inmediaciones del Zócalo. Si querías leer, te hubieras quedado en casa, pensé. No supe qué responderme. Empecé a ponerme de mal humor. Y entonces Dios me llamó.
Es un decir, claro. Vi su casa frente a mí, a sólo unos pasos de distancia. Pensé en las tres ventajas obvias del lugar: la entrada es gratuita, hay sombra, hay silencio. Sobre la primera no me equivocaba: es libre la entrada a la casa del Señor. Sobre la segunda, tampoco: es fresca la casa del Señor (aunque las bancas son incómodas). Sobre la tercera tengo mis resquemores: la Catedral se encuentra en remodelación (nunca, que yo recuerde, ha estado libre de andamios y albañiles) y eso conlleva gran cantidad de ruido; además entré en hora de misa (justo en el catártico momento de "Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran gran culpa") y, bueno, el eterno trajín de los turistas tampoco proporciona lo que llamaríamos tranquilidad.
Pero fue suficiente como para sentarme media hora y terminar Confieso que he vivido y empezar Next. Cuando saqué mi teléfono para actualizar mi estado en Facebook un tipo con pinta muy poco angelical (eso sí: con traje y gafete del personal de seguridad) se acercó a mí para decirme: "Sí por favor termine su llamada". No quise explicarle que no estaba llamando ni ninguno de esos etcéteras. Terminé de escribir mi mensaje. I will deliver, You know I'm a forgiver.
En mi pausa entre Neruda y Baricco vi a la gente a mi alrededor. La mayoría estaba sentada o hincada en silencio. Algunos escuchaban misa. Un par de mujeres se dirigían de rodillas al atrio principal. Pensé que hubo un momento en el que yo sí me tomaba esas cosas en serio. Una época de mi vida en la que las iglesias no eran lugares frescos para leer textos blasfemos. Días en los que la fe exacerbada me impresionaba (hoy me conmueve y, a veces, me asusta)... recordé a mis abuelos: las únicas personas en la vida que me han llevado a misa. Los únicos por los que, en algunas lejanas noches de mi infancia llegué a creer sinceramente que si me hincaba frente a mi cama, unía las palmas de mis manos y pedía algo con todas mis fuerzas, ese algo podía ser realidad.
¿Qué pasó después? ¿Cómo empecé a descarriarme? No se me ocurre un momento, desde luego, ni una persona. Se me ocurre un lugar. Maravatío, Michoacán, hace 20 años, más o menos. Semana Santa. Procesión. Una hermana queriendo ir a ver la flagelación de Cristo y una abuela diciendo "Sí, vamos" mientras yo peleaba mis últimas cartas para convencer a mi abuelo de quedarnos en casa. Perdí. Y fuimos.

1 comentario:

Patty dijo...

Hola Profe :)
Buenas Noches.
Espero que no le parezca imprudente, o incomodo o tal vez ridículo que comente en su espacio. Desde luego también espero que no le parezca metichoso, atrevido o alguna de esas palabras medio NOT que se me estan ocurriendo justo ahorita y por las que debería mejor borrar esto y olvidar el comentario =S ...
Pero bueh, como ya no hay que perder, nada más quiero decirle : "OraleS profe, escribe rete chulo =D" Me agradan sus pato- aventuras, no es que siempre este atenta; ya sabe osease me entiende no? las que llega uno a leer y así (¡no soy una stalker!!¡lo juro!) Bien lo mejor será despedirse, mañana toca su clase a primera hora! =S. Espero que note mi esfuerzo de escribir con buena ortografía y el de utilizar palabras universalmente conocidas para no descombinar su blog.

Hasta luego Profe =D.
Paty (con una sóla T, sólo esta vez ¬¬)