Desconozco el fenómeno Paul Potts. Me enteré por López-Dóriga que es un señor de dientes chuecos que hace dos años llegó a un programa de TV en Inglaterra, cantó un aria y se hizo súper famoso. Ahora sé que la semana pasada una señora (Susan Boyle, de dientes no tan chuecos pero sí de aspecto muy desaliñado) se presentó en el mismo programa (Britain's Got Talent... ah, 'pa nombrecito) y volvió a conmover al público hasta las lágrimas.
Hay que ver el video para empezar a sospechar que el numerito es montado. La historia de Susan: 47 años, soltera ("jamás besada", dice riendo), vive con su gato Pebbles y siente que sólo necesita una oportunidad para convertirse en una gran cantante. Luego la rolliza mujer pasa al escenario, donde la esperan tres jueces que desde el principio se mofan de ella entre gestos de incredulidad. El público también juega su papel y se ríe cínicamente cuando la mujer dice que quiere ser tan famosa como Elaine Paige, considerada Primera Dama del teatro musical británico.El resto es historia conocida: Mrs. Boyle canta "I dreamed a dream", de Los Miserables, con un talento tan bien trabajado que uno no puede creer que la mujer dedicara su tiempo de desemplada a la asistencia en una iglesia de su comunidad. Evidentemente, el público no sólo aplaude: se desgañita e incluso llora. De pie, claro. El jurado le lanza halagos del tipo: "es la mayor sorpresa en la historia del programa", "ha sido un privilegio escucharla", "cuando se paró sobre el escenario todo mundo se reía, ahora nadie lo hace". Etcétera.
Recordé a Andy Kauffman. Ese artista del performance cuya vida retrató Milos Forman en Man on the Moon.
Mi punto es: me encantó el performance de Susan Boyle, o como quiera que se llame realmente esa mujer. Es a todas luces evidente que no se trata de una cantante amateur, pero el número está tan bien montado que es inevitable emocionarse y sentir simpatía por el personaje. Y, digo: finalmente de eso se trata, ¿no? Vemos la tele, vamos al cine, leemos novelas porque nos fascina que nos cuenten historias como ésta, que nos las cuenten tan bien que nosotros las creamos por un par de minutos, de horas o de días. En ese sentido la puesta en escena del "descubrimiento" de Susan Boyle resulta deliciosamente asombroso.
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