Los rostros brillan; hay bochornos (¿dije ya que la ventilación era mala?), pero nadie pierde la compostura... sólo esos niños que corren entre esculturas e instalaciones. Con lo que valen sus zapatos podrían pagar una fotografía en blanco y negro donde se ve a una boxeadora flexionando sus bíceps, bastante intimidantes por cierto. Arte emergente.
En gustos se rompen géneros. Y definiciones. Arte aquí puede ser un burro disecado (rememorando al célebre burro chelero de Roqueta), la fotografía enorme de una mujer hermosa mostrando el trasero (también está la versión frontal de un hombre), cuatro letras en mármol que le gritan al observador PUTA (así, en acojonantes mayúsculas) y el busto viviente de Malverde que te sigue con los ojos.
Hay una columna (recién colada) firmada por alguien. Y en una esquina un cepillo para barrer está montado "bocarriba" sobre una botella de caguama con tres pelotas de tenis entre sus rebeldes cerdas plásticas. No tiene tarjeta que lo identifique. Pensamos que puede ser la broma de alguien, pero quizá sea una instalación que cuesta lo indecible. Nos quedamos con la duda.
Alejandra y yo nos tomamos fotos frente a varias obras. Al parecer no somos los únicos que pensamos que alguna de esas obras mañana podría estar en un museo... aunque quizá más probablemente ocupará espacio en el lobby de un corporativo progre o en la sala de uno de los lofts de Palmas Park.
No encontré nada por lo que pagaría lo que piden los galeristas. Había una pieza. Un ventilador que hacía girar una cinta de audiocassette sobre una pared. Divertido, pero nada más.
Hace hambre. En la cafetería (glamorosamente improvisada, of course) venden papas fritas (esas de carrito y salsa valentina) a 20 pesos. Decidimos que pretenden timarnos. Tomamos un botellín Perrier a la salida (¡son gratis!) y nos vamos a BKing a zamparnos unas hamburguesas. Las pedimos grandes porque salimos de MACO con apetito canino.
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