Ignoro cuántos de los antros reseñados por Velasco en este libro se mantienen abiertos. No soy, como él, noctámbulo irredento. Quizá por esa razón el libro me ha parecido de lo más revelador. No conocía ninguno de los lugares en los que el autor se aventuró y ha sido ilustrativo, por decir lo menos, conocerlos de su pluma.
"Lo de menos era si compartía los gustos de la tribu en turno. Lo que importaba era, y aún es, la urgencia de saltar al vacío y así, huérfano de universo en pelota de espíritu, acercarme a cada oficio, vicio y maleficio con la premura del adolescente y el pavor del niño", explica Velasco en su capítulo final.
Así, lo mismo se metió a un rave que a una cantina gay que a un table en la Zona Rosa que al Yuppie's Sports Café... El resultado es bizarro. Aunque lúcida y audaz, la prosa de Velasco peca de barroca en varios momentos: abundante en adjetivos y recargada en puntos de vista personales que en muchos casos son prescindibles. Ejemplo al azar... "las pollitas podrán ser hijas de Giorgio Armani, Ermenegildo Zegna o hasta de La Gran Puta, pero ello no les da el privilegio de negarnos el derecho divino a mover el bote juntos".
Luna llena en las rocas es un libro irregular: contiene lo mejor y lo peor de Velasco: por un lado, una prosa exquisita que por momentos alcanza alturas líricas; por otro, pretensiones muy azotadas que lo llevan a radicalizar un discurso "licantrópico" que resulta chocante.
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Ya circula una edición "recargada" de este libro, originalmente publicado por Cal y Arena en 2000 y relanzado por Alfaguara en 2005 luego del premio de novela que el autor obtuvo de esa editorial en 2003.
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