martes, enero 16, 2007

No se duerman en el Metro (1a de 2 partes)

Gio Arellano (wiccagio.blogspot.com) me ha enviado por mail este cuento, firmado por Mario Méndez Acosta, que ha transitado por el submundo de la literatura urbana mexicana desde hace varios años. Algunos se verán reflejados en el personaje de Arturo Marquina. Después de todo, ¿quién no se ha quedado dormido en el Metro alguna vez?
Mañana, la segunda parte.
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Hay cosas en la vida, y eso incluye a esta ciudad de México, que más vale que nunca averigüemos. La ignorancia nos permite dormir con placidez en la noche, y concentrarnos en nuestros respectivos trabajos. Por ejemplo: ¿se ha preguntado usted qué les sucede a las personas que se quedan dormidas en el Metro, cuando éste llega a la terminal de una línea, lo que causa que no escuchen las advertencias que les piden abandonar el vagón y sigan adelante en el mismo, adentrándose en un profundo túnel oscuro que aparentemente no lleva a ninguna parte? La verdad es que esa es una de las cosas que en realidad no nos conviene averiguar, si es que queremos mantener la ilusión de que vivimos en un universo nacional.
Sin embargo, no está de más tomar algunas precauciones sencillas, que bien pueden evitarnos experiencias en verdad lamentables. Una de ellas es la de no dormirse nunca en el Metro, en especial, después de la puesta del sol.
Para Arturo Marquina, periodista ya no tan joven, y autor ocasional de relatos de ciencia ficción, cuentos de horror y novelitas policíacas nunca publicadas, su descuido le produjo un extraño desarreglo que sus amigos califican casi de locura. Se niega Arturo, quien es una persona sensata, racional y de buen humor, a acercarse siquiera a las entradas del Metro. Se rehúsa también a pasar por encima de las ventilas o registros del sistema de transporte colectivo de esta capital. En eso puede ponerse hasta agresivo y desagradable. Marquina se niega a hablar de esa extraña fobia que le aqueja. Siempre logra desviar la conversación cuando se le interroga al respecto. Sólo una vez, en una cantina de Bucareli, después de varias horas de consumo y animada conversación, llegó un momento en que se puso serio e hizo una advertencia a uno de los amigos que le dijo que utilizaba el Metro cotidianamente, y en especial a altas horas de la noche.
“¿Llegas a alguna terminal a esas horas?”, preguntó Arturo. Ante la respuesta afirmativa, nuestro amigo abandonó su discreción. “¿Tú sabes lo que le ocurre a las personas que se quedan dormidas en los vagones que siguen avanzando después de la última estación?”. –“La verdad, no”-, repuso el compañero. “Yo sí lo sé”, continuó Arturo. “Esto que te voy a contar no es un cuento, te pido que me lo creas, por tu bien. Nunca lo repetiré ante ustedes”.
“Fue justo hace un año. Serían cerca de las once y salía yo del trabajo después de un día durísimo. Tomé el Metro en la estación Hidalgo, y me dirigí hacia Tacuba. Ahí transbordé hacia Barranca del Muerto. Ya a esa hora, el Metro va casi vacío. Cerca de Tacubaya me quedé dormido. El tren llegó sin duda a la terminal, sin que yo despertara. No oí la distorsionada voz que de advertencia que sale del sistema de sonido, ni el insistente pitido del silbato electrónico que anuncia las paradas. Unos segundos después, cuando ya el vagón se dirigía hacia el inquietante túnel que continúa el trayecto, alcancé a ver el letrero y la insignia de mi estación de destino, la cual quedaba atrás. Con preocupación y fastidio, pude ver que no iba sólo. Unos asientos más adelante iba un tipo viejo y desastrado, en evidente estado de ebriedad, que seguía dormido y cabeceaba con cierto ritmo. Pensé que quizá el tren cambiaría de vía y regresaría por el mismo trayecto en unos instantes más. Pero no fue así.

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