Recuerdo la noche del 2 de julio del 2000. El país estaba en éxtasis. Yo no (voté por Rincón Gallardo, que perdió el registro), pero me contagiaron. Salí con mi familia a celebrar en Reforma. Bajamos en el Ángel, donde Fox llegaría un par de horas después a celebrar su victoria. Vi eso en la tele y (acúsenme de cursi si quieren) me conmoví mucho cuando Fox saludaba a la multitud que coreaba "No nos falles / No nos falles".
Pensé (como millones entonces) que el futuro era prometedor... casi como en los comerciales de Santiago Pando, jaja.
No quiero aburriros con la retahíla de decepciones foxistas. Baste decir que el mejor momento del sexenio de Fox fue, precisamente, ese 2 de julio del 2000. Desde entonces ha ido en picada... seis años. Y serían más si tuviera más tiempo. Lo peor es recordar que en el 2000 tuvo todo para empezar el cambio real en el país. Con la popularidad que tenía entonces (arriba del 80% nacional) ni siquiera el Congreso opositor podía haberse resistido a la inercia del "efecto Fox". Pero Fox decidió que su misión en los próximos seis años sería conservar esa popularidad. Y para ello --razonó-- no podía tomar decisiones impopulares. Así que no hizo nada. Y terminó con una buena aceptación (rozando el 60%, según Consulta Mitofsky), pero dejó al país en un marasmo que empieza a dar miedo.
Felipe Calderón llega a la Presidencia en un escenario muy distinto. Es difícil imaginar un ambiente más adverso en el país. Ésa es justamente la principal (y quizá única) razón para pensar que su sexenio será bueno: si, a diferencia de Fox, Calderón va de menos a más, podemos esperar algo mejor que los seis años anteriores que, si bien no fueron pésimos, sí dejaron mucho qué desear teniendo en cuenta la expectativa original.