Rosa Montero hoy, en El País:
"No puedo evitar un escalofrío cuando veo esas escenas de embriaguez emocional colectiva, ese estallido de mitificación desparramada, con Roma, paralizada y miles de personas echadas a la calle en todo el mundo, transidas de un paroxismo de fe que, para mí, tiene muchas semejanzas con cualquier otra hipertrofia sentimental, desde las histerias por la muerte de Lady Di al fanatismo de las estampidas que se producen cada tanto en La Meca y que dejan un pavoroso balance de muertos a la espalda. Digamos, en fin, que desconfío de todas las manifestaciones masivas humanas en las que la álgida explosión de las emociones colectivas anula el raciocionio individual (...)
La obsesiva y desaforada información sobre el Papa de estos días en las televisiones, las radios, los periódicos, horas y horas hablando de lo mismo sin tener nada más que decir sobre el tema y abundando solamente en un sentimentalismo exacerbado, se me antoja enfermiza, abusiva y delirante. Un verdadero exceso. Claro que, en cierto modo, todo esto concuerda con uno de los rasgos más notorios de este papado: su carácter propagandístico y mediático. Juan Pablo II fue un hábil publicista y un líder de la escena. Incluso su larga y penosa agonía se vivió en directo, como en un programa de tele-realidad. Supongo que El Vaticano sabe que el sensacionalismo emocional conquista fans".
Yo concuerdo. Mi equilibrio mental corre severos riesgos cada vez que escucho Amigo en voz de Roberto Carlos...
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