- Viendo cómo cruzo las calles. Aunque cuando no hay semáforos los automovilistas son casi siempre amables y te ceden el paso, yo no dejo de correr al otro lado ante el institnto de supervivencia desarrollado en el DF: si no corres, te echan lámina.
- Notando que me la paso volteando a ambos lados para cerciorarme de que nadie me siga. (Instinto de supervivencia adquirido en la capital, otra vez).
- Observando que no he usado el transporte público. No me he animado a subirme a los "colectivos": coches de hace 30 años que hacen las veces de microbuses, nomás que, obviamente, mucho más pequeños: se ven incómodos, pero prácticos ante la escasez de otros medios de transporte. Los camiones cobran 5.50. Tampoco me he subido: hay nuevos (pocos) y viejos (tipo camiones suburbanos del Edomex); no son precisamente una atracción turística, pero hay que subirse. Y claro que hay taxis de modelos recientes que sólo te llevan a ti, pero ese lujo ya lo gocé al trasladarme del aeropuerto al hotel. Mañana me propongo usar algo más que mis piernas para moverme por la ciudad.
- Escuchándome hablar. Hoy pedí una extreme en Burger King. ¿Una qué?, preguntó el cajero. Una extreme, repetí. Ah, una extrema. Ajá: una extrema.
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