domingo, abril 26, 2020

No me mires (o, bueno, sí)



Imaginen una mascota electrónica que consiste en un muñeco de peluche con rueditas y una cámara integrada. Su nombre comercial es kentuki. Tienes dos opciones para jugar con él: la primera es como "amo": lo compras (279 USD) y, en cuanto lo conectas al WiFi, permites que alguien (el que eligió la otra opción, y a quien tú no conoces) pueda ver todo lo que haces mientras el juguete esté encendido (y  no eres tú el que tiene esa alternativa). La otra opción para jugar es "ser" el juguete, es decir, la persona que --a través de una tableta o computadora-- controle al kentuki, encendiéndolo y apagándolo a voluntad y aprovechando el limitado movimiento que ofrecen sus rueditas.

Las reglas del juego son que, al menos de inicio, no se puede hacer contacto directo entre el "amo" y el "ser" (uno puede estar en Hong Kong, por ejemplo, y el otro en Oaxaca) y tampoco puedes elegir a quién ver o quién te vea. Estas restricciones, desde luego, pronto empezarán a ser violentadas. Esa es parte importante de la trama de esta novela. 

¿Quién pagaría para que lo vieran? ¿Y quién pagaría para ver? ¿Y qué pasaría si, ya entrado en el juego, me empeño en hacer contacto con la persona a la que veo (o que me está viendo)? Estas son las premisas que detonan Kentukis, la más reciente novela de Samanta Schweblin (Buenos Aires, 1978).

Muy al principio, cualquier persona más o menos "normal" (ojo con las comillas) se negaría en redondo a pagar por observar a alguien, o por ser observado. Pero no hace falta rascar demasiado en lo que ya ocurre con nuestros smartphones para darnos cuenta de que la premisa de Schweblin no es profética, sino costumbrista. Lo que plantea la autora no es que pueda ocurrir, es que ya ocurre: observar y ser observados es la razón de ser de las redes sociales a las que, según estudios, dedicamos más de dos horas al día.

La novela es polifónica: a lo largo de ella, conocemos distintas versiones de "amos" y "seres", algunas más desarrolladas que otras, pero todas con una perspectiva valiosa de esta tentación tecno-voyerista. Otro acierto es que la autora evita el final moralino y facilón de condenar la tecnología o nuestra relación con ella. Permite al lector sacar sus propias conclusiones y reflexionar en torno a lo que haremos cuando tengamos ese artefacto en casa... si no es que lo tenemos ya, conectado a su cargador y con su cámara encendida.
--
Kentukis, de Samanta Schweblin, está editada por Random House (2018). La edición digital cuesta $119; la impresa, $285.4.