Por Alicia Barrientos
MacGregor
Entrar a la
universidad significó muchos cambios, más de los que yo creía. Venía de un
contexto tradicional, pequeñoburgués, dirían los marxistas. No tenía idea de
que en el Cono Sur se libraba una guerra sucia, donde los jóvenes desaparecían
de un día para otro y se desintegraban las familias. Esas circunstancias, que ignoraba, vinieron a marcarme
desde el primer semestre de la carrera. Profesores exiliados de sus países
sudamericanos me hicieron comprender que el mundo no era tan color de rosa.
Recuerdo especialmente a Óscar Zapata de Teoría pedagógica y a Hugo Gramajo de
Seminario de Teatro, los dos argentinos, así como a Enrique Fierro de
Literatura Latinoamericana, uruguayo bastante soberbio por su amistad con Paz (sí, con Octavio) que no me enseñó mucho. Fue Óscar Zapata quien nos dejó leer Las venas abiertas de América Latina de
Eduardo Galeano. Le urgía que nos concientizáramos para tener una perspectiva
crítica y revolucionaria. La mayoría de mis profesores fueron de izquierda,
algunos bastante marxistas, pero lo que siempre agradeceré de ellos fue su
rigor metodológico, la enorme cantidad de lecturas que me obligaron a leer y la disciplina de dudar de todo aquello que no estuviera bien fundamentado. No he leído mucho más
de ese tipo de lecturas, pero debo aceptar que me marcaron y que fueron muy
formativas en ese momento.
Mi madre, que leía de todo a pesar de tener una
formación inconclusa de química farmacobióloga, me dio a conocer a Günter
Grass. Ella venía de una familia de ocho hermanos, donde por lo menos cinco
eran lectores voraces. Los abuelos también lo fueron. En la casa de mis padres
siempre hubo libros, más que juguetes. Supongo que el gusto de mi madre por
Grass vino por la referencia a la II Guerra Mundial y la convivencia en la
escuela con judíos askenazi, sobre todo polacos. Uno de mis tíos coleccionó
todos los periódicos que hablaban de la guerra, hasta que que un día la abuela no pudo más y se los tiró. Pero no sólo el referente histórico fue
importante, sino también el humor, el terrible humor de Grass, negro, ácido; la
pérdida de la inocencia para convertirse en algo burlón, transgresor. Hay
partes en las novelas de Grass que son políticamente incorrectas en extremo,
por lo cual ha causado más de una polémica. Es el encontrar los sabores fuertes
de una Europa no edulcorada por Estados Unidos, donde todo pretende ser light,
suave, anodino, insípido. Aunque a veces se llegue a "degustar" un
caldo de inmundicias como tuvo que hacerlo el increíble Oskar Matzerath, la
literatura de Grass no es para gustos delicados,
pero lleva a profundizar en el carácter más hondo del ser humano.
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La
autora es licenciada en Lengua y Literatura Españolas por la UNAM, profesora de Literatura y coordinadora académica del programa del
Bachillerato Internacional en la Prepa del Tec de Monterrey Campus Estado de México.
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