Estoy de vacaciones. Busco una novela para leer. Una novela gorda, buena, que me entretenga como Dios manda. Reviso mi biblioteca y me topo con El conde de Montecristo. "Pfff... Dumas", pienso. Ya no estoy en edad de leer eso. Recuerdo que hace muchos años Pérez Reverte me recomendó esa novela. "Pfff... Pérez Reverte", pienso.
Estoy insoportable.
Recuerdo esta entrevista que le hice hace muchos años, en la que menciona la influencia de Dumas en La reina del Sur. Es un buen texto (la entrevista, digo... y La reina del Sur también, con algunas reservas), y nunca lo había compartido en ergozoom. Dado que El Huevo, la revista en la que se publicó, dejó de circular hace varios años, creo que es una buena oportunidad para mantenerla vigente.
Estoy insoportable.
Recuerdo esta entrevista que le hice hace muchos años, en la que menciona la influencia de Dumas en La reina del Sur. Es un buen texto (la entrevista, digo... y La reina del Sur también, con algunas reservas), y nunca lo había compartido en ergozoom. Dado que El Huevo, la revista en la que se publicó, dejó de circular hace varios años, creo que es una buena oportunidad para mantenerla vigente.
Yo soy Teresa Mendoza
Entrevista a
Arturo Pérez-Reverte
-
José Luis González / Revista El Huevo (octubre 2002)
Arturo
Pérez-Reverte es como Teresa Mendoza: el éxito le llegó ‘sin querer queriendo’,
fue lidiando con él a regañadientes hasta que finalmente se resignó y lo tomó
con filosofía. Alfaguara lo hospeda en el hotel Camino Real de la Ciudad de
México, donde dos veces por día baja a conceder un par de entrevistas de
treinta minutos cada una. Él mismo depuró la lista de medios que la editorial
le ofreció para conceder entrevistas, así que sabe muy bien quién lo
entrevistará. Yo también sabía a quién iba a hacerle mis preguntas, o al menos
creí saberlo por los datos biográficos que obtuve de él. Español, nacido en
Cartagena, en 1951. Su padre fue marinero. Él también lo es: posee un yate de
12 metros de eslora en el que pasa varios meses al año. Fue reportero de guerra durante más de 20
años. Somalia, el Golfo Pérsico, Nicaragua y un largo etcétera hasta que en
1994 decidió intentar como escritor de ficción. El maestro de esgrima
fue su primer éxito editorial. Le siguieron El Húsar, La tabla de
Flandes, El Club Dumas (llevada al cine por Roman Polanski hace un
par de años), La piel del tambor y La carta esférica, entre otras
novelas, volúmenes de cuentos y recopilaciones de su trabajo como periodista
sin olvidar la exitosísima serie histórica Las aventuras del Capitán
Alatriste.
Eso es lo que
dice la ficha biográfica de Pérez-Reverte que puede encontrarse en cualquier
sitio de Internet dedicado a él y a su obra (los hay por decenas y en varios
idiomas). Pero hay números que hacen de Pérez-Reverte, como anotó el escritor
tijuanense Luis Humerto Crosthwaite, el king of pop de la literatura
española, uno de esos seres que no pisan el suelo cuando caminan: 300 mil
ejemplares vendidos de su más reciente novela, La Reina del Sur
(Alfaguara, 2002), lo avalan como un fenómeno editorial en boga y alimentan las
sospechas de quienes aseguran que Pérez-Reverte no es de esta Tierra.
Precisamente a
propósito de La Reina del Sur es que tuve oportunidad de conocer a
Arturo hace un par de semanas. La cita fue en el lobby Tamayo del Hotel Camino
Real a las 6.30 de la tarde. Media hora antes llegué con una amiga que tiempo
atrás me había dicho ser fan de Pérez-Reverte, Diana Sánchez, que iba
muy elegante y con su mochila escolar a cuestas. A esa hora ya estaban
instalados Gina Bechelany, coordinadora editorial de esta revista, Cecilia
Rodarte, colaboradora y amiga de El Huevo y el fotógrafo Rodrigo
Elizarrarás. La excitación del grupo era evidente. Cecilia nos enseñaba unas
fotos que le había tomado a Arturo diez años atrás; Gina hacía una
recapitulación de la obra del cartaginés y Diana lanzaba un gritito extático
cada vez que miraba el reloj. Yo revisaba las notas y preguntas que tenía
preparadas. Arturo llegó al lobby a las 6:33: pantalón de mezclilla,
camisa azul cielo y blazer azul
marino. Tras las presentaciones de rigor, se dijo asombrado de tan numerosa
comitiva por parte de El Huevo. La sesión de fotos fue en la piscina.
En el lobby
quedamos Gina y yo. “Es mucho más guapo que en fotografía”, me dijo. Sonreí, un
poco nervioso porque ya era tarde y porque también temí que la “numerosa
comitiva” convirtiera la entrevista en un chacoteo con preguntas tutti fruti.
Cuando todos regresaron (a las 6.42) llevé a Arturo a una mesa aparte. “Ella
nos acompaña. Va a estar calladita”, me informó, tomado a Diana de la mano.
Estaba encantada y había intimado con él durante las fotos, según me di cuenta.
“La novela
empezó con una canción. Cuando escuché Camelia la Tejana quedé
impresionado de la manera en que, en sólo tres minutos, se podía contar una
historia tan compleja. Desde entonces tuve la idea de yo mismo contar una
historia así y La Reina del Sur es mi respuesta a esa inquietud. Claro:
yo no pude hacerlo en tres minutos, pero igual es un corrido. Un corrido de 540
páginas.”
¿Cuál fue el
principal reto que significó esta novela para ti?
“Hubo muchos.
Quizá el más difícil fue desarrollar el personaje de Teresa Mendoza. Una mujer
casi analfabeta que llega a la cúspide en un mundo absolutamente dominado por
hombres, como es el del narcotráfico. En ese sentido debí travestirme un poco
para saber lo que ella sentía y pensaba. Esa fue la mejor experiencia que me
dejó el libro: conocí a la mujer de una manera diferente. Ahora entiendo mejor
a las mujeres de mi vida. Luego fue entrar y conocer el mundo del narco. Pasé
mucho tiempo caminando Sinaloa, conociendo gente, entrevistando narcos. Tuve
que pagar muchas rondas de tequila, pero al final también me invitaron
algunas.”
En algunas
entrevistas anteriores has mencionado que decidiste ubicar esta historia de
narcotráfico en México aludiendo a ciertos “valores” que todavía rigen aquí
pero que en Colombia o Europa no. ¿Cuáles son esos valores?
“El narco mexicano es un mundo cerrado
regido por códigos muy estrictos. Claro que hay asesinatos y todo ese tipo de
cosas, pero también hay valores que definen esas reglas. La lealtad, por
ejemplo; el respeto por quienes pertenecen a la familia, al grupo; el ser
cabrón, pero no ojete. Cosas que desde luego no justifican el narcotráfico,
pero sí lo hacen más humano. No tan bestial como es el crimen en otras partes
del mundo.”
Se acaba el tiempo, me anuncia Gina señalando su reloj desde la mesa contigua. Carajo. Llevo dos, tres preguntas y se acaba el tiempo. Decido apresurar un poco las cosas y le pregunto a Arturo sobre la peculiar relación entre Teresa Mendoza y la literatura.
“Los libros
hacen a Teresa Mendoza. Son, por decirlo así, el detonador de todo lo que ya
es. Se descubre a sí misma en las páginas que lee. Se da cuenta de que todos
los libros hablan de ella y así aprende de ellos. Aprende de El conde de
Montecristo, por ejemplo. Ya era una mujer inteligente, calculadora, pero a
través de los libros expande sus experiencias y desencadena sus ambiciones. Los
libros le dan sentido a su vida... como a la de cualquiera a quien le guste
leer. Yo no sé cómo hace la gente que no lee para enfrentarse a la vida. Los
libros son como los analgésicos: no curan, pero atenúan el dolor y ofrecen
esperanza.
Y los narcos
que conociste, ¿leían?
Arturo sonríe,
simpatizando con mi ingenuidad (o eso quiero pensar), y responde: “No. Ninguno leía. Los que leen son
los juniors: la segunda o tercera generación de narcos, esos sí leen.
También las esposas de algunos. Pero de los que yo conocí, ninguno.
Y les hace
falta, ¿no? Digo, para ser como Teresa Mendoza...
Sí, claro, pero
leer no sólo les hace falta a los narcos. Eso nos hace falta a todos.
Ahora es Miriam
Baca, la jefa de prensa de Alfaguara, quien se levanta de su mesa y me hace
señas: se terminó el tiempo. Asiento con la cabeza y le concedo el último par
de minutos de entrevista a Diana.
A lo largo de
toda su obra ha escrito varios códigos que rigen la vida de sus personajes
pero, ¿cuáles son los valores que rigen el código de vida de Arturo
Pérez-Reverte?
“Hay dos
cualidades que respeto mucho en la gente. No quiere decir que las tenga yo,
pero sí que las respeto en los demás y trato de tenerlas para mí mismo. Son la
dignidad y el valor. Ninguna la puedes comprar con dinero. Y mira que con
dinero puedes comprar casi cualquier cosa: mujeres, amigos, fama... hasta
felicidad, porque con dinero puedes comprar momentos felices, pero no puedes
hacerte de dignidad y valor. Yo pasé más de 20 años en guerras viendo lo mejor
y lo peor de los seres humanos y puedo decirte que la vida puede pasarse más o
menos bien si cuentas con esas dos cosas entre lo que llevas a mano: dignidad y
valor.”
Agotado el
tiempo, la nutrida comitiva se acerca de nuevo. Todos queremos que Arturo firme
nuestro libro. Mientras lo hace, Diana saca de su mochila todos los libros que
tiene de Pérez-Reverte. Son más de diez y de algunos yo ni siquiera había
escuchado su nombre. Arturo, francamente conmovido, empieza a firmarlos y se
despide disculpándose por el poco tiempo que pudo pasar con ella. “Así es esto,
dice, quizá alguna vez nos volvamos a encontrar”. Diana llora al entregarle una
carta en sobre cerrado. Arturo se aleja y ocupa una mesa lejana en espera de su
próximo entrevistador. La nutrida comitiva de El Huevo se va también. Yo
me quedo con Diana, que sigue llorando. Me está agradeciendo el haberle
presentado a Pérez-Reverte cuando veo que éste se acerca de nuevo. Le pide a
Diana que cierre los ojos. Ella no reacciona. Está pasmada. “Cierra los ojos”,
le vuelve a decir en tono perentorio, pero tierno, mientras él mismo pone su
mano abierta sobre los ojos de mi amiga. Le da un beso en la boca y le dice “adiós”.