martes, febrero 11, 2014

Yo contra el mundo (o de la desgracia de creer que se tiene razón)

Una de las mejores lecciones que se pueden aprender en la vida (y también una de las más complicadas) es la noción de que aquello en lo que creemos a pie juntillas es casi seguramente equivocado. Siempre hay algo más que conocer. Y eso es bueno: aunque en el camino del conocimiento perdamos aquellas "verdades" sobre las cuales fundamentábamos nuestras vidas. 

Hace unos días, zappeando en Netflix encontré Conspiracy Road Trip, programa conducido por el comediante irlandés Andrew Maxwell y producido por la BBC. En él, Maxwell invita a un grupo de personas que considera que algún acontecimiento o creencia forma parte de una conspiración y se los lleva en un road trip por los lugares que confirman o desmienten sus aseveraciones. Así, por ejemplo, en la primera temporada se revisan los atentados del 11 de septiembre en NY, los de julio de 2005 en Londres, el Creacionismo y la existencia de los OVNIS. 


Maxwell parte desde una posición concreta: que sus invitados están equivocados. Y durante todo el viaje intenta convencerlos de ello. Esto puede resultar incómodo para algunos espectadores, dado que el presentador no es neutral, pero de lo que se trata es de asumir que hay alguien que tiene razón: el que tiene a la ciencia de su parte.

Es desconcertante ver cómo en algunos casos los argumentos se desmoronan a golpes de sentido común e información científica y, pese a ello, algunos de los conspiracionistas se empeñan en mantener su posición. Un ejemplo: cuando un científico demuestra que habría sido física y humanamente imposible construir el Arca de Noé, uno de los invitados al programa responde que para Dios todo es posible y que el hecho de que nosotros no podamos hacerlo no implica que Él no haya podido. 

La reflexión que me dejaron los primeros cuatro programas de la serie es que es horrible creer que uno tiene razón. Veo a esas personas tan cerradas a nuevas ideas y tan convencidas de que la suya es la versión correcta que me dan miedo. Pero lo interesante es que ellos no son muy diferentes de nosotros. Todos hemos en algún momento (si no lo hacemos cotidianamente) defendido un argumento a ultranza sin permitirnos un atisbo de duda que nos llevaría, con toda probabilidad, a un conocimiento más complejo de aquello que sustenta nuestra perspectiva de vida. Pero en vez de eso preferimos instalarnos en nuestra cómoda "certeza" y presuponer que las razones y embates del sentido común que se contrapongan a la misma son parte de un plan para ocultar nuestra "verdad". Qué miedo creer que uno sabe. Cuánto no perdemos asumiendo que con lo que sabemos es suficiente para decir que los otros no.   

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