Foto: Ángel Guevara / Reforma
Juan Villoro
En Las almas muertas, Gógol señala que los crímenes pueden ser redimidos, pero nada salva de la mediocridad. Es el caso de la selección nacional, que se dirige al infierno menor del repechaje, última liquidación de temporada.
Costa Rica no necesitaba puntos para ir al Mundial. Nos superó como en una canción de Paquita la del Barrio: por orgullo y por placer. La prepotencia de nuestro futbol se mide en la felicidad que nuestras derrotas provocan en Centroamérica.
México le había ganado a Panamá con la chilena de Raúl Jiménez, jugada al margen de los planteamientos tácticos que cae en la jurisdicción de la Virgen de Guadalupe.
El milagro no se repitió ante Costa Rica. La lluvia presagió en hundimiento del Tritanic y Vucetich ponchó algunos salvavidas. México juega mal pero de modo misterioso. En forma única, utiliza dos centros delanteros que se estorban mutuamente; Oribe Peralta es nuestro mejor jugador pero se mueve en una zona que incomoda al Chicharito, y Aquino es un fantasma en busca de un improbable Halloween.
Más allá de las pifias puntuales, la desastrosa clasificación revela el deterioro estructural de un futbol donde el negocio no consiste en ganar títulos sino en vender jugadores. Pase lo que pase ante Nueva Zelanda, nuestro fracaso ha sido cuestión de método.
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Este texto fue originalmente publicado hoy en el diario Reforma. Todos los derechos reservados C.I.C.S.A. 2013
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