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Pero McCourt supo muy bien por qué hizo lo que hizo: dar clases en preparatoria durante 30 años de su vida. En el fondo se trata de "levantarse cada mañana, saltar alegremente de la cama sabiendo que tienes por delante un día en el que llevarás a cabo la tarea de Dios con los jóvenes estadounidenses, satisfecho con tu magra remuneración, ya que la verdadera recompensa es el resplandor de gratitud que ves en los ávidos ojos de tus alumnos cuando te llevan regalos de parte de sus padres, que te agradecen y admiran..."
Al final del libro el profe McCourt relata su encuentro con una profesora suplente que le pide algún consejo. Él le responde: "Busca lo que amas, y hazlo. A eso se reduce todo (...) Es difícil, pero tienes que lograr estar a gusto en el aula. Nunca sabras qué les has hecho a, o qué has hecho por, los cientos que vienen y van. Los ves salir del aula: soñadores, insulsos, despectivos, maravillados, sonrientes, perplejos. Después de unos años desarrollas antenas. Sabes cuándo llegaste hasta ellos, cuándo te los pusiste en contra. Es química. Es psicología. Es instinto animal. Estás con los chicos y, mientras quieras seguir siendo profesor, no hay escape. Eres tú y los chicos. Bueno, suena el timbre. Te veo luego. Busca lo que amas, y hazlo".
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