Hablamos de Revolutionary Road, en español Sólo un sueño, estrenada el viernes en cines mexicanos. Es tan buena que incomoda. Uno sale de la sala con muchas preguntas, y muy pocas respuestas.
La trama es realmente simple. Sigue la vida de Frank y April Wheeler, una pareja envidiable, al menos en apariencia. Son guapos, viven en una muy linda casa de los suburbios y tienen dos hijos. ¿Se puede pedir más? ¿Se debe?
Después de una fuerte discusión ella le propone a él mudarse a París. Empezar una nueva vida, una que realmente quieran, que los haga sentir felices, verdaderos. Él duda, pero acepta. Luego se retracta. Ella se desespera. Pleito. Es claro que él puede lidiar con la monotonía, con el buen sueldo a cambio de un trabajo que no lo estimula pero que tampoco lo hace infeliz. Ella no. No puede resignarse a la vida de ama de casa en los suburbios. No puede. Y no quiere.
Como en tragedia griega, el único que puede ver la verdad es un personaje que representa la ceguera, un outsider: en este caso uno salido de un manicomio que visita la casa perfecta de los Wheeler y les pregunta las razones del cambio de su decisión. Ella permanece en un perturbador silencio mientras Frank explica las razones: April está embarazada y a él le acaban de ofrecer un mejor puesto en la empresa donde trabaja. “Ah, el dinero. Esa es siempre una buena razón… pero casi nunca es la verdadera razón.” Pleitazo.
Es inevitable relacionar la nueva película de Sam Mendes (Belleza americana, Camino a la perdición) con el teatro de crueldad. Mendes mismo fue director de teatro y no debe desconocer obras como Las criadas, de Genet, en la que actos cotidianos, conversaciones comunes llevadas a cabo entre personajes aparentemente anodinos, revelan en muchas ocasiones los sentimientos más profundos de la naturaleza humana… y estos no siempre son gratos. La mayoría de las veces, de hecho, son desagradables y crueles.
He leído varias críticas sobre esta película y me sorprende el sesgo de negación que percibo en la mayoría de ellas. “Un estupendo retrato de la vida en pareja en los EU de los años ’50.” Es cierto: la película se ubica en 1955 y los Wheeler son estadounidenses. Pero lo que vemos en pantalla sigue ocurriendo. Y no sólo en los suburbios gringos.
Creo que a estas alturas huelga decir que la película me ha parecido estupenda y absolutamente recomendable. Las actuaciones son muy buenas (Winslet es notable); la adaptación de la novela, muy bien lograda; la dirección, sobria y precisa; el diseño de producción, inmejorable. No es una película cómoda. Pero... ¿eso importa?