He tenido la fortuna de no haber vivido la muerte de ninguno de mis seres queridos y/o cercanos. Sí ha muerto de vez en cuando algún conocido, incluso algún familiar más o menos allegado, pero nadie que haya significado algo realmente importante en mi vida.
Sin embargo recuerdo muy bien la murete de Octavio Paz. Me enteré tarde, al día siguiente de ocurrida. Estaba en preparatoria, en el Colegio Williams (donde él estudió algunos años). Esa mañana entré a la biblioteca y vi la noticia en la primera plana del Reforma. Nunca había sentido algo así. Primero, no lo creí ("No puede ser"). Luego, el desconcierto ("¿Por qué él?"). Finalmente, lo peor fue ser consciente de que su ausencia en el mundo sería para siempre.
Es un poco extraño esto que me pasó con Paz, porque a esa edad yo no lo conocía muy bien. No había leído más que algunos poemas suyos (recuerdo inestimable "La vida sencilla", que incluso aprendí de memoria) y El laberinto de la soledad que me impresionó bastante. Desde luego nunca tuve ningún otro tipo de contacto personal con él.
Pero había una relación con él. Ya he dicho que Paz fue alumno del Williams, y en el colegio, sabiamente, no se cansaban de repetirnos eso. Un par de años antes de su muerte, incluso, Paz canceló de último momento una largamente esperada visita al colegio aduciendo "una repentina indisposición". Lo maravilloso es que canceló enviándonos una carta a los alumnos, explicando el motivo de su ausencia, recordando sus años en el Colegio y agradeciendo las decenas de cartas que le habíamos enviado semanas antes. Era emocionante, por decir lo menos, pensar que quizá (sólo quizá), el poeta había leído la carta que escribiste para él.
Además en ese entonces yo vivía en Mixcoac, muy cerca de los lugares que Paz frecuentó de niño. Pasaba muy frecuentemente por la casa que había sido de su abuelo, Ireneo, y que ahora es convento.
En fin. Ese día, el 20 de abril de 1998, recuerdo haber sentido por primera vez la tristeza insondable que causa el saber que nunca más volverás a ver a alguien. La tristeza y el vacío. El vacío y la desesperación de que ese hueco en la vida no lo llenará jamás nadie. Pienso que muy probablemente hasta ese día no fui cabalmente consciente de la muerte.