Soy un hombre feliz. Porque creo poder verte de frente y decirte “gracias”.
Nunca has estado cerca de mí, pero siempre has estado presente. Recuerdo una vez, cuando era niño, estaba nadando en el mar y una ola me tomó en sus brazos. Me abrazó tan fuerte y durante tanto tiempo que creí que no volvería a salir. En ese momento era muy pequeño y la verdad es que no se me ocurrió nada. Es más: cuando salí del mar esa tarde, completamente aterrado, no les conté nada a mis papás: no quería que se preocuparan, y mucho menos que me prohibieran volver al mar.
Pero hace poco tuve un accidente. ¿Te acuerdas? Iba un poco acelerado rumbo al trabajo. Me agaché a recoger una botella de agua del asiento de a lado y perdí de vista el camino durante dos o tres segundos. Cuando me di cuenta tenía un camión-cisterna estacionado a 20 ó 30 metros de mí. Frené y di un volantazo, la camioneta se derrapó y yo --otra vez--creí que no habría mañana. Pero a diferencia de lo ocurrido aquella vez en la playa, en esta ocasión recuerdo que sí pensé algo. Y algo extraño, además. Pensé: “Ni modo”. Pero ese día tampoco estabas cerca y yo salí sin un rasguño. Digo que es extraño lo que pensé porque a mí no me gusta resignarme a nada. Odio resignarme. Pero al parecer tú eres lo único ante lo cual mi resignación es total. No me cuesta trabajo pensar que voy a morir.
Es un lugar común decir que nadie tiene la vida comprada, que estamos aquí viviendo tiempo “prestado”. Pienso que eso también es cierto. Para mí la vida es como un parque de diversiones al que alguien me dejó entrar sin permiso. Lo que hago entonces es subirme a todos los juegos a los que me dé tiempo, repetir los que más me gusten, y tratar de encontrar muchos compañeros y compañeras de juego que hagan más disfrutable la estancia en el parque. Pero sé que estoy en el parque sin boleto. Y que en algún momento, tarde o temprano, alguien (sé que en este caso serás Tú) llegará a pedirme el boleto. Y cuando no te pueda entregar mi “pasaporte mágico” o mi pulsera de acceso, me vas a sacar del parque. No sé muy bien cómo será ese momento. Posiblemente me ponga algo impertinente. ¿Qué tal si quieres sacarme cuando esté disfrutando los primeros pasos de mi hijo o cuando me suba a la Montaña Rusa con la mujer que podría ser el amor de mi vida? Obviamente no voy a querer salirme. Y montaré una escena. Ya sabes: llamaré al gerente, gritaré. Me aferraré a algo o a alguien… supongo que visto de lejos el drama será divertido.
Pero quizá me pidas el boleto cuando ya me haya subido a los juegos demasiadas veces. Cuando haya disfrutado tanto en el parque que no me cueste trabajo aceptar el hecho de salir de ahí. Por ahora veo ese día lejano, porque aunque ya llevo algún tiempo en el parque, todavía hay muchos juegos a los que no me subo… y mucha gente a la que no conozco y quiero conocer.
Hasta ahora has estado tan lejos de mí que ni siquiera te has acercado a la gente que más quiero. Salvo en una ocasión. En una jugada que sigo sin comprender bien, me quitaste casi al mismo tiempo a mis dos abuelos maternos, sin permitirme conocerlos. Lo que sé de ellos es todo mítico, legendario. Y siento pena por no haberlos tratado, pero no siento el dolor que sé que sintió mi madre hace ya tantos años. Y a nadie más te has llevado. Algún tío, primo o pariente lejano de vez en cuando, pero a nadie que realmente extrañe. Y eso es lo que más me preocupa. Lo que va a pasar cuando, si no te decides por mí, elijas a alguna de las personas que hacen de mi vida algo que vale la pena. Mis padres, mi hermana. Mis mejores amigos.
La verdad es que no sé cómo reaccionaré cuando les pidas su boleto a ellos. Supongo que no me voy a quedar cruzado de brazos, y que probablemente armaré otra escena memorable. Pero también pienso que dejaré de llorar pronto. Porque estoy convencido de que en todo cuanto a ti concierne, Muerte, no hay Justicia, sino puro azar. Einstein decía que Dios no juega a los dados, pero estoy seguro de que Tú sí. A ti te da lo mismo uno que otro. Casi puedo imaginarte eligiendo en una especie de gigantesca ruleta, por millonésima vez, los nombres de las personas a las que te vas a llevar mañana. Es más: estoy seguro de que ni siquiera ves nombres: ves números. Ves el 110002323 y no sabes si ese número es de príncipe o mendigo, de un traidor o un noble idealista, de un tirano o de un médico voluntario en la selva africana. Ves el número y vas por él. Así pues, ¿qué sentido tiene reclamarte? Lo tendría sólo si tuvieras “razones” para llevarte a la gente. Pero tú no entiendes razones. Para ti las razones, los motivos, las causas (y las consecuencias) son palabras carentes de significado.
Así que no puedo decirte “Ven cuando quieras”… porque no serás bien recibida. Pero sí puedo decirte “gracias”. Porque por mucho que quiera evitar mi encuentro contigo sé que gracias a ti es que soy feliz. Porque existes, yo me empeño todos los días en hacer de mi vida algo digno. Porque sé que estás ahí, todos los días, todas las horas, todos los segundos jugando a la ruleta; porque sé que de esa ruleta puede salir en cualquier momento mi número “premiado”, por eso me esfuerzo por ser feliz cada día. Por eso me empeño en ser verdadero, en ser justo y digno de ser amado. Precisamente porque no me gusta nada la idea de que me lleves, ni la de que te lleves a la gente que más quiero, intento hacer de cada día uno mejor que el anterior… prefiero embriagarme de gusto que quedarme sentado ahogándome en preocupaciones.
Lo que quiero decir es que, paradójicamente, tú, Muerte, al existir, haces que la vida valga la pena. La vida sabe precisamente porque tenemos la certeza de que puede terminar en cualquier momento.
Un último favor, Muerte. Si me llevas antes que a mis seres queridos, recuérdales lo que escribí en mi autobiografía a los 15 años. ¿Te acuerdas? Ellos ya lo saben, pero no estará de más que les recuerdes esas líneas… o éstas que ahora tienes en tus manos. Diles que no quiero dramas telenovelescos. Nada de velorios ni funerales. Nada de capillas ardientes ni entierros. Nada de pésames y abrazos embarazosos. Que tomen el dinero que haya dejado y se vayan de viaje. Todos juntos, para que se conozcan. Que tomen mi iPod y lo conecten a unas bocinas a todo volumen. Que tomen mis libros y los lean, los intercambien y los presten a otras personas. Y que rían más de lo que lloren. Que rían mucho, y se acuerden de mí riendo. Riendo ellos y riendo yo. Que se acuerden cuando reíamos juntos. Y que guarden ese recuerdo hasta que tú llegues por ellos, sabiendo que ése es el recuerdo que yo más atesoré durante mi paso por la Vida.
Te repito que todo esto ellos ya lo saben, Muerte, pero no será malo recordárselos.
Gracias, Muerte. ¿Ya te lo había dicho? Soy un hombre feliz. Porque creo poder verte de frente y decirte “gracias”.