Jean Baptiste Grenouille (Ben Whishaw) hace perfumes como malos martinis... agitados y batidos sin sentido alguno de la estética y el buen gusto. No le gustarían a Bond. Pero los perfumes que hace son soberbios; divinos, se diría, pues goza del mejor olfato que alguien haya tenido jamás. Un talento nato que lo lleva a obsesionarse por fabricar un perfume con la esencia de las mujeres a las que --amoral como todo antihéroe-- trata con veneración sólo por la utilidad que obtendrá de ellas.
El director Tom Tykwer potencia los dos únicos sentidos a los que el cine puede apelar directamente, vista y oído, para filmar una película que trata sobre el olfato. Los colores vívidos o sórdidos; la luz beatítifica o lúgubre y la sobresaliente partitura de Reinhold Heil y Johnny Klimek llevan al espectador a sentir lo que el director desea, ya sea repugnancia o belleza.
Esos elementos técnicos, sumados a las actuaciones de Winshaw (excelente), Dustin Hoffman, Alan Rickman y la bellísima Rachel Hurd-Wood, logran redondear una alegoría cinematográfica del imperio de los sentidos sobre la razón humana... y sus consecuencias.
El final es incongruente, por el acto moral de un personaje que durante toda la película se muestra incapaz de distinguir entre bondad y malicia... y sí hay un par de momentos que podrían no pasar el rasero de la verosimilitud. Pero en general la película puede calificarse sin reservas como buena. Vale la pena.
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