Amo el capitalismo. Bueno. No sé si "lo amo". Pero sí pienso que, como la democracia en lo político, en lo económico es la menos mala de las opciones. Claro que de un tiempo acá es la única opción. El caso es que trato de quejarme lo menos posible y a veces hasta lo defiendo. Pero hay cosas que nomás no se valen.
Urgido de una camisa blanca ante la inminencia de una boda, voy a un centro comercial y entro a la primera tienda de ropa que encuentro. Pido una camisa blanca. Me preguntan mis medidas. No tengo idea. Me las toman. Buscan la camisa. Me dicen que es 100% algodón y que es justo de mi talla. Se ve bien. Pregunto cuánto cuesta. 999 pesos. Pongo ojos de plato. Pienso ¿mil pesos por una camisa? No lo puedo creer. Tengo el dinero, pero ni de chiste pagaría tanto por una prenda de ropa que, si tiene suerte, sólo usaré una o dos veces al año. El vendedor parece leer mi mente y, con esa sonrisa tan propia de vendedores de camisas finas, me dice Le sale en 300 pesos ya con el descuento. La camisa urge, el tiempo apremia y todavía debo comprar zapatos. Pago. Pero no dejo de pensar en el timo: una camisa de mil pesos que terminan ofertando en 300 nunca costó mil pesos. Lo peor es que sí las venden en mil pesos, y hay gente que las paga a ese precio. Los descuentos increíbles no son descuentos. Son burlas. El sistema simula hacerte un favor cuando en realidad sólo te ve la cara. Porque una cosa es ganar dinero y otra muy diferente exprimir al cliente hasta la grosería, rayando en lo inmoral. Me repatea eso. Por eso, como decia el personaje de Luis de Alba: Soy guarín... ¡pero me fijo!
1 comentario:
Pero, a poco no es maravillosa la psicología detrás de los descuentos? Por alguna razón acaban convenciendote de que tú eres quien les ves la cara...
Publicar un comentario