Algo está mal cuando el Mundial termina con el mejor jugador del fútbol contemporáneo expulsado, camino a darle la espalda a la Copa del Mundo y dejando a su equipo a merced de un rival que la merce menos pero la va a obtener a pesar de ello.
Algo está mal cuando en la TV, por la noche, se habla del partido 10, 15 minutos (a lo mucho), y se procede a olvidar el fútbol ('pa lo poco que hubo, pensarán los conductores) y privilegiar el inexplicable autoelogio (TV Azteca felicitándose a sí misma por el "gran trabajo" hecho en el Mundial) o la presentación exclusiva de la nueva canción de Maná (Televisa, en un desesperado intento de desligarse del tema fútbol lo antes posible).
Algo está mal cuando un equipo como Italia gana un Mundial como el alemán: con la segunda marca de menos goles (sólo después del de Italia '90), reiterando la necedad de que lo importante no es jugar bien, sino ganar. Como si no se pudiera ganar jugando bien.
Y algo está definitivamente mal cuando entre aficionados al fútbol se habla de que ésta es la evolución del fútbol. Lo he escuchado varias veces en las últimas semanas. El negocio del Mundial, para las selecciones nacionales, no está en ganar, sino en no perder: avanzar ronda tras ronda y justificar la millonaria inversión de sus patrocinadores. Para los jugadores, dicen, el negocio, simplemente, no está en sus selecciones, sino en los clubes para los que juegan todo el año: ahí está su salario importante, y de ahí salen sus patrocinadores gordos. ¿Meter la pierna fuerte con el riesgo de perder la pretemporada que empieza en dos semanas? ¡Ni hablar! Ni que fuera la Copa del Mundo... ¿Qué? ¿Que ésta es la Copa del Mundo? Ah. Bueno. En ese caso, ¿a quién le importa?
Sería bueno que a veces, sólo para ver lo que se siente, por curiosidad, para romper la costumbre, los jugadores y entrenadores salieran a eso: a jugar. Y no sólo a pensar cuántos ceros podrán agregar a su próximo cheque si no pierden el partido en disputa. Recordar, de vez en cuando, que son los aficionados promedio quienes aceitan la maquinaria que los mantiene en calidad de estrellas. Y que a ellos, los aficionados (pobres ilusos) les gusta el buen juego: emocionante, abierto, fuerte pero limpio, osado en su planteamiento táctico y, sobre todo, comprometido con una idea que refleje grandeza y no mezquindad a la hora de abandonar la cancha.
En fin. Terminó Alemania. Y yo me quedé con un fajo grueso de cuentas por cobrar. No me debe el fútbol. Me deben los que tienen el balón y creen que hacen fútbol. Que le den la bola a los que saben y quieren jugar. ¡Y nos vemos en Sudáfrica 2010!
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