Una golondrina no hace verano, reza el dicho. Esperamos, siguiendo la misma lógica, que una película no haga festival. Porque sorprende de poco grata manera el hecho de que La última cacería del búfalo (The Last Buffalo Hunt) haya pasado con éxito el rasero de los programadores de un festival (el FICUNAM) que aspira a convertirse en pocos años en el más importante de América Latina. Y es que la proyección de este filme de Lee Ann Schmitt y Lee Lynch nos recuerda la razón por la que varias de las películas presentes en los festivales más renombrados del mundo no encuentran acomodo en las salas de cine comercial: simplemente, porque no lo merecen.
La película inicia con una pantalla negra de varios minutos y el sonido de varias aves trinando. Uno espera que al crear semejante expectativa por la primera imagen de la película ésta resulte poderosa, incluso memorable. A cambio recibimos la figura rechoncha de un cazador que prepara su arma para disparar a un búfalo que aparece en segundo plano. Presiona el gatillo. El animal cae al suelo. El cazador sonríe. O no. A quién le importa.
La historia que nos proponen los documentalistas es anodina sin concesiones: la caza del búfalo en Utah ha dejado de ser un ritual indio para convertirse en una actividad más o menos lucrativa (y legal: ni siquiera la emoción de lo prohibido nos conceden los directores). De los personajes, a cuál más insignificante: un guía que asume su cotidianidad con resignación, uno de sus asistentes que hace pan para cenar en el campamento, una mujer que encuentra divertido (o algo así) matar búfalos como pasatiempo.
¿Dónde está el valor de la película entonces? No en los terragosos paisajes de las planicies mormonas de Utah. Tampoco en la denuncia (débil, obvia) de un ritual indio convertido en otro capitalista. ¿La banda sonora? Intrascendente. ¿El manejo de la cámara? Por momentos, torpe. Lo peor de todo: la película resulta aburrida. Y hay muchos adjetivos que una película en competencia puede permitirse: provocativa, polémica, agresiva incluso... pero jamás ha de admitir el de aburrida. La última cacería del búfalo lo es, y en grado máximo.
Y uno piensa, si esta película fue seleccionada para competir por el máximo premio del FICUNAM, ¿cómo habrán estado las películas que quedaron fuera? ¿Es éste un ejemplo del nivel de cine que nos ofrecerá el Festival? ¿En serio nadie está haciendo mejor cine que éste en el mundo?
Atención, organizadores del FICUNAM: la sala Juan Ruiz de Alarcón ocupó el 20 por ciento de sus butacas en una función de competencia oficial. Y el fracaso no puede atribuirse a mala difusión del evento, o a escasa cultura cinematográfica del público (no va al CCU "por accidente"). La película es mala, y el Festival no deberá tolerar este tipo de desatinos si se propone ser tomado en serio.